por Hay_sinla »
24 May 2015, 16:23
-Fui a un concierto de piano -explicó Oliveira.
-Ah -dijo la Maga-. Bueno, sacate la canadiense, y yo te cebo un mate bien caliente.
-Con un vaso de caña, todavía debe quedar media botella por ahí.
-¿Qué es la caña? -preguntó Gregorovius-. ¿Es eso que llaman grapa?
-No, más bien como el barack. Muy bueno para después de los conciertos, sobre todo cuando ha habido primeras audiciones y secuelas indescriptibles. Si encendiéramos una lucecita nimia y tímida que no llegara a los ojos de Rocamadour.
La Maga prendió una lámpara y la puso en el suelo, fabricando una especie de Rembrandt que Oliveira encontró apropiado. Vuelta del hijo pródigo, imagen de retorno aunque fuera momentáneo y fugitivo, aunque no supiera bien por qué había vuelto subiendo poco a poco las escaleras y tirándose delante de la puerta para oír desde lejos el final del cuarteto y los murmullos de Ossip y la Maga. "Ya deben haber hecho el amor como gatos", pensó, mirándolos. Pero no, imposible que hubieran sospechado su regreso esa noche, que estuvieran tan vestidos y con Rocamadour instalado en la cama. Si Rocamadour instalado entre dos sillas, si Gregorovius sin zapatos y en mangas de camisa... Además qué carajo importaba si el que estaba ahí de sobra era él, chorreando canadiense, hecho una porquería.
-La acústica -dijo Gregorovius-. Qué cosa extraordinaria el sonido que se mete en la materia y trepa por los pisos, pasa de una pared a la cabecera de una cama, es para no creerlo. ¿Ustedes nunca tomaron baños de inmersión?
- A mí me ha ocurrido -dijo Oliveria, tirando la canadiense a un rincón y sentándose en un taburete.
-Se puede oír todo lo que dicen los vecinos de abajo, basta meter la cabeza en el agua y escuchar. Los sonidos se transmiten por los caños, supongo. Una vez, en Glasgow, me enteré de que los vecinos eran trotzkistas.
-Glasgow suena a mal tiempo, a puerto lleno de gente triste -dijo la Maga.
-Demasiado cine -dijo Oliveira-. Pero este mate es como un indulto, che, algo increíblemente conciliatorio. Madre mía, cuánta agua en los zapatos. Mirá, un mate es como un punto y aparte. Uno lo toma y después se puede empezar un nuevo párrafo.
-Ignoraré siempre esas delicias pampeanas -dijo Gregorovius-. Pero también se habló de una bebida, creo.
-Traé la caña -mandó Oliveira-. Yo creo que quedaba más de media botella.
-¿La compraron aquí? -preguntó Gregorovius.
"¿Por qué diablos habla en plural?", pensó Oliveira. "Seguro que se han revolcado toda la noche, es un signo inequívoco. En fin."
-no, me la manda mi hermano, che. Tengo un hermano rosarino que es una maravilla. Caña y reproches, todo viene en abundancia.
Le pasó el mate vacío a la Maga, que se había acurrucado a sus pies con la pava entre las rodillas. Empezaba a sentirse bien. Sintió los dedos de la Maga en un tobillo, en los cordones del zapato. Se lo dejó quitar, suspirando. La Maga sacó la media empapada y le envolvió el pie en una hoja doble del Figaro Littéraire. El mate estaba muy caliente y muy amargo.
A Gregorovius le gustó la caña, no era como el barack pero se le parecía. Hubo un catálogo minucioso de bebidas húngaras y checas, algunas nostalgias. Se oía llover bajito, todos estaban tan bien, sobre todo Rocamadour que llevaba más de una hora sin chistar. Gregorovius hablaba de Transilvania, de una aventuras que había tenido en Salónica. Oliveira se acordó de que en la mesa de luz había un paquete de Gauloises y unas zapatillas de abrigo. Tanteando se acercó a la cama. "Desde París cualquier mención de algo que esté más allá de Viena suena a literatura", decía Gregorovius, con la voz del que pide disculpas. Horacio encontró los cigarrillos, abrió la puerta de la mesa de luz para sacar las zapatillas. En la penumbra veía vagamente el perfil de Rocamadour boca arriba. Sin saber demasiado porqué le rozó la frente con un dedo. "Mi madre no se animaba a mencionar la Transilvania, tenía miedo de que la asociaran con historias de vampiros, como si eso... Y el tokay, usted sabe..." De rodillas al lado de la cama, Horacio miró mejor. "Imagínese desde Montevideo", decía la Maga. "Uno cree que la humanidad es una sola cosa, pero cuando se vive del lado del Cerro... ¿El tokay es un pájaro?" "Bueno, en cierto modo." La reacción natural, en esos casos. A ver: primero... (¿Qué quiere decir en cierto modo? ¿Es un pájaro o no es un pájaro?") Pero no había más que pasar un dedo por los labios, la falta de respuesta. "Me he permitido una figura poco original, Lucía. En todo buen vino duerme un pájaro". La respiración artificial, una idiotez. Otra idiotez, que le temblaran en esa forma las manos, estaba descalzo y con la ropa mojada (habría que friccionarlo con alcohol, a lo mejor obrando enérgicamente). "Un soir, l'âme du vin chantait dans les bouteilles", escandía Ossip. "Ya Anacreonte, creo..." Y se podía casi palpar el silencio resentido de la Maga, su nota mental: Anacreonte, autor griego jamás leído. Todos lo conocen menos yo. ¿Y de quién sería ese verso, un soir, l'âme du vin? La mano de Horacio se deslizó entre las sábanas, le costaba un esfuerzo terrible tocar el diminuto vientre de Rocamadour, los muslos fríos, más arriba parecía haber como un resto de calor pero no , estaba tan frío. "Calzar en el molde", pensó Horacio. "Gritar, encender la luz, armar la de mil demonios normal y obligatoria. ¿Por qué?" Pero a lo mejor, todavía... "Entonces quiere decir que este instinto no me sirve de nada, esto que estoy sabiendo desde abajo. Si pego el grito es de nuevo Berthe Trépat, de nuevo la estúpida tentativa, la lástima. Calzar en el guante, hacer lo que debe hacerse en esos casos. Ah, no, basta. ¿Para qué encender la luz y gritar si sé que no sirve para nada? Comediante, perfecto ****** comediante. Lo más que se puede hacer es..." Se oía el tintinear del baso de Gregorovius contra la botella de caña. "Sí, se parece muchísimo al barack." Con un Gauloise en la boca, frotó un fósforo mirando fijamente. "Lo va a despertar", dijo la Maga, que estaba cambiando la yerba. Horacio sopló brutalmente el fósforo. Es un hecho conocido que si las pupilas, sometidas a un rayo luminoso, etc. Quod erat demostrandum. "Como el barack, pero un poco menos perfumado", decía Ossip.
-El viejo está golpeando otra vez -dijo la Maga.
-Debe ser un postigo -dijo Gregorovius.
-En esta casa no hay postigos. Se ha vuelto loco, seguro.
Oliveira se calzó las zapatillas y volvió al sillón. El mate estaba estupendo, caliente y muy amargo. Arriba golpearon dos veces, sin mucha fuerza.
-Está matando las cucarachas -propuso Gregorovius.
-No, se ha quedado con sangre en el ojo y no quiere dejarnos dormir. Subí a decirle algo, Horacio.
-Subí vos -dijo Oliveira-. No sé por qué, pero a vos te tiene más miedo que a mí. Por lo menos no saca a relucir la xenofobia, el apartheid y otras segregaciones.
-Si subo le voy a decir tantas cosas que va a llamar a la policía.
-Llueve demasiado. Trabájatelo por el lado moral, elogiale las decoraciones de la puerta. Aludí a tus sentimientos de madre, esas cosas. Andá, haceme caso.
-Pero tengo tan pocas ganas -dijo la Maga.
-Andá, linda -dijo Oliveira en voz baja.
-¿Pero por qué querés que vaya yo?
-Por darme el gusto. Vas a ver que la termina.
Golpearon dos veces, y después una vez. La Maga se levantó y salió de la pieza. Horacio la siguió, y cuando oyó que subía la escalera encendió la luz y miró a Gregorovius. Con un dedo le mostró la cama. Al cabo de un minuto apagó la luz mientras Gregorovius volvía al sillón.
-Es increíble -dijo Ossip, agarrando la botella de caña en la oscuridad.
-Por supuesto. Increíble, ineluctable, todo eso. Nada de necrologías, viejo. En esta pieza ha bastado que yo me fuera un día para que pasaran las cosas más extremas. En fin, lo uno servirá de consuelo para lo otro.
-No entiendo -dijo Gregorovius.
-Me entendés macanudamente bien. Ça va, ça va. No te podés imaginar lo poco que me importa.
Gregorovius se daba cuenta de que Oliveira lo estaba tuteando, y que eso cambiaba las cosas, como si todavía se pudiera... Dijo algo sobre la cruz roja, las farmacias de turno.
-Hacé lo que quieras, a mí me da lo mismo -dijo Oliveira-. Lo que es hoy... Qué día, hermano.
Si hubiera podido tirarse en la cama, quedarse dormido por un par de años. "Gallina", pensó. Gregorovius se había contagiado de su inmovilidad, encendía trabajosamente la pipa. Se oía hablar desde muy lejos, la voz de la Maga entre la lluvia, el viejo contestándole con chillidos. En algún otro piso golpearon una puerta, gente que salía a protestar por el ruido.
-En el fondo tenés razón -admitió Gregorovius-. Pero hay una responsabilidad legal, creo.
-Con lo que ha pasado ya estamos metidos hasta las orejas -dijo Oliveira-. Especialmente ustedes dos, yo siempre puedo probar que llegué demasiado tarde. Madre deja morir infante mientras atiende amantes sobre alfombra.
-Si querés dar a entender...
-No tiene ninguna importancia, che.
-Pero es que es mentira, Horacio.
-Me da igual, la consumación es un hecho accesorio. Yo ya no tengo nada que ver con todo esto, subí porque estaba mojado y quería tomar mate. Che, ahí viene gente.
-Habría que llamar a la asistencia pública -dijo Gregorovius.
-Bueno, dale. ¿No te parece que es la voz de Ronald?
-Yo no me quedo aquí -dijo Gregorovius, levantándose-. Hay que hacer algo, te digo que hay que hacer algo.
-Pero si yo estoy convencidísimo, che. La acción, siempre la acción. Die Tätigkeit, viejo. Zás, éramos pocos y parió la abuela. Hablen bajo, che, que van a despertar al niño.