Las matanzas de cristianos: una mancha en la imagen de Marco Aurelio como emperador sabio
Ha pasado a la historia como un gobernante justo, pero bajo su reinado se produjeron alguna de las más brutales y mejor documentadas persecuciones: los famosos mártires de Lyon, devorados por las fieras en 177
Si un emperador romano ha pasado a la posteridad con la imagen de un hombre sabio y ponderado, capaz de tomar las decisiones adecuadas y justas, como un político reflexivo, arrastrado a su pesar a numerosas guerras que emprendió siempre por el bien del Imperio, ese es Marco Aurelio (121-180). Su libro, Las meditaciones, un imperecedero manual estoico, se sigue vendiendo y difundiendo. La traducción castellana está disponible en ocho ediciones diferentes, sin contar una versión en manga. Pero la posteridad es siempre un misterio porque bajo su reinado se produjeron alguna de las más brutales y mejor documentadas persecuciones de cristianos: los famosos mártires de Lyon, devorados por las fieras en 177, para deleite del pueblo que no se cansaba de pedir sangre.
Desde Decadencia y caída del Imperio romano (Atalanta), el gran clásico del siglo XVIII de Edward Gibbon, hasta La caída del imperio romano, donde lo interpreta Alec Guinness, o Gladiator, la película en la que el emperador filósofo era encarnado por Richard Harris, el emperador de la dinastía Antonina solo había tenido una mancha en su historial: que su sucesor fuese su hijo Cómodo, uno de los peores emperadores de la historia, que compite en crueldad y locura con Calígula o Nerón. De hecho, en el filme de Ridley Scott el guion le exonera incluso de ese defecto, porque el emperador pretende que su sucesor sea su mejor general, Máximo Décimo Meridio, encarnado por Russell Crowe.
Cuando Cómodo se da cuenta de que va a ser apartado, primero estrangula a su padre y luego trata de matar a Máximo, que sobrevive solo para convertirse en esclavo y vengar el asesinato de su familia pronunciando uno de los mejores discursos que se han escuchado nunca en un anfiteatro: “Mi nombre es Máximo Décimo Meridio, comandante de los ejércitos del Norte, general de las Legiones Fénix, fiel servidor del verdadero emperador Marco Aurelio. Padre de un hijo asesinado, esposo de una esposa asesinada y juro que me vengaré, en esta vida o en la otra”.
Gibbon va incluso más allá y señala el periodo durante el que reinó Marco Aurelio como el más feliz de la historia de la humanidad, un honor que comparte con otros cinco emperadores: Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío y Lucio Vero. “Si a un hombre se le pidiera señalar el periodo de la historia del mundo en el que la condición de la raza humana fue más feliz y próspera”, escribe el historiador inglés en la traducción de José Sánchez de León Menduiña para Atalanta, “sin vacilar diría el que transcurrió desde la muerte de Domiciano hasta el acceso al trono de Cómodo. La vasta extensión del Imperio romano fue gobernada por el poder absoluto bajo la dirección de la virtud y la sabiduría. Los ejércitos fueron contenidos por la mano firme aunque moderada de emperadores sucesivos, cuyos caracteres y autoridad imponían respeto”.
“La vida del propio Marco Aurelio (121-180) abarcó casi tres cuartas partes de esa época, mientras que su reinado (161-180) ocupó sus últimos 19 años”, escribe Anthony Birley en su biografía del gobernante (publicada en castellano por Gredos en traducción de José Luis Gil Aristu), cuyo sumario lo dice todo: ‘El retrato de un emperador humano y justo’. “Casio Dión, nacido poco después de la llegada de Marco al poder, escribió al relatar la muerte de este: ‘Mi historia desciende de un reinado de oro a otro de hierro y herrumbre, y así es también como les fueron las cosas a los romanos en aquel tiempo”. Curiosamente, recalca Birley, ninguno de aquellos emperadores fue hijo de su predecesor, “de ahí que algunos observadores contemporáneos y muchos comentaristas posteriores, incluido Gibbon, pensaran que la sucesión imperial estuvo regida entonces por un principio nuevo: ‘la elección del mejor’. En realidad no intervino ningún principio ni medida deliberada”.
Por muy sabio que fuese, Marco Aurelio vivió en un mundo violento y su vida y reinado quedaron marcados por las guerras del norte, durante las que tuvo que defender las fronteras del Imperio de los ataques de los bárbaros —un conflicto que con tanta fuerza y detalle reconstruye Ridley Scott en las escenas iniciales de Gladiator—. Y también se trataba de una época en la que los cristianos podían ser despedazados por las fieras: tras un periodo de tranquilidad tras las persecuciones de Nerón, los que profesaban esta fe volvieron a ser martirizados, aunque no de forma organizada, sino dependiendo de cada gobernador y de las denuncias ciudadanas. Birley en su biografía relata que intelectuales tan relevantes como Tácito, Plinio y Suetonio —que seguimos leyendo y admirando siglos después de su desaparición— consideraban que “los cristianos era gente perniciosa que merecía morir”. Sin embargo, Mar Marcos, catedrática de Historia Antigua en la Universidad de Cantabria, cree que no fue un emperador especialmente feroz con los que practicaban este nuevo culto.
“No hay pruebas de que Marco Aurelio hubiera cambiado la política hacia los cristianos de sus antecesores, que había consistido en castigos puntuales en respuesta a denuncias”, señala esta experta en cristianismo antiguo. “En ningún caso se puede hablar de ‘persecución’. No existen documentos legislativos de este emperador sobre los cristianos. Lo que sabemos de su actitud hacia ellos procede de la literatura apologética cristiana y de los relatos de martirio, generalmente poco fiables. En las Meditaciones, Marco Aurelio se admira, negativamente, de la predisposición de los cristianos al martirio”.
Sin embargo, durante su gobierno fueron ajusticiados los mártires de Lyon, que entonces se llamaba Lugdunum. “El relato de los mártires de Lyon es el más extenso conservado de los varios que aluden a martirios en época de Marco Aurelio”, prosigue la profesora Marcos. “El documento tiene un formato muy especial, una carta de los cristianos de la Galia a los de Asia Menor, con el detalle de los hechos, en particular de las torturas que les fueron aplicadas. Se dan los nombres de los mártires y entre ellos sobresale una mujer, Blandina, quien demostró una gran fortaleza de ánimo. Los ciudadanos romanos fueron decapitados; los no ciudadanos fueron echados a las fieras en el anfiteatro ante un numeroso público. El documento circuló en la Antigüedad y causó gran impacto en la comunidad cristiana. Todavía sigue siendo escalofriante para un lector moderno”.
El investigador Douglas Boin, autor de Coming out. Christian in the roman world. How followers of jesus made a place in caesar’s empire (Bloomsbury) —”Salir a la luz. Los cristianos en el mundo romano. Cómo los seguidores de Jesús se hicieron un hueco en el imperio del César”— se pronuncia en un sentido parecido: “Los castigos no eran, muy probablemente, más letales o crueles bajo Marco Aurelio que en otras épocas anteriores de la historia romana, para otros criminales”.
“El trato que Roma daba a los criminales, incluidos los esclavos y los no ciudadanos, era siempre brutal y salvaje, con un menú estándar de castigos sádicos —latigazos, antorchas, cruces y similares— que se utilizaban para disuadir de insurrecciones, revueltas de esclavos y otros brotes de rebeldía. Los cristianos arrestados en Lyon habrían sido sometidos a alguna o a todas estas torturas, especialmente si no tenían los derechos de un ciudadano romano y las fuentes indican que muchos no los tenían. Ser arrojado a las fieras era siempre, para los criminales condenados en Roma, una posibilidad muy real”, prosigue Boin, quien concluye: “Así que es cierto: un emperador que se hizo famoso por sus reflexiones sobre cómo ser un gobernante ecuánime supervisó un imperio de ciudadanos que disfrutaban con la sangre en los anfiteatros”.
Este investigador de la universidad de Saint Louis (Estados Unidos) considera que lo que se sabe sobre este episodio viene fundamentalmente de escritores cristianos, que lo utilizaron como propaganda con historias de mártires que no dudaron en enfrentarse a las fieras sin renunciar a su fe o, como el caso de Blandina, llegaron a vencerlas —aunque luego fue despedazada por un toro bravo—. Fueron relatos que ayudaron a cimentar una religión que se estaba formando. “Lo que ocurrió en Lyon para los romanos fue un gran espectáculo y para los cristianos fue un martirio, pero como historia, los héroes y villanos de la época están mucho menos claros. Incluso el papel del emperador supuestamente ‘ilustrado’ resulta difícil de dilucidar”.
https://elpais.com/babelia/2022-08-17/l ... -sabio.htm
El emperador casi perfecto
El historiador británico Anthony Birley recrea en una magistral biografía la sabia personalidad de Marco Aurelio, el césar filósofo de 'Gladiator'
Fue el "emperador perfecto", según el juicio de sus contemporáneos, con la pequeña salvedad de que eligió como sucesor a un canalla, su hijo Cómodo, que en una rabieta a los 11 años ya quiso lanzar a un sirviente a un horno. Se le podría reprochar también no haber sido un gran comandante, resultar demasiado serio y reservado (demasiado estoico, vamos), carecer de sentido del humor y librar una auténtica guerra de exterminio contra los marcomanos y los sármatas. Pero persiguió la verdad, trató de ser justo y compasivo, practicó la introspección y no se dejó arrastrar por los placeres y la vanagloria, exhibiendo una modestia, una serenidad y una austeridad ejemplares. Marco Aurelio, el césar filósofo que dirigió el imperio entre los años 161 y 180 de nuestra era, autor de las Meditaciones, una obra maravillosa de la que podría decirse -burdamente- que se adelantó dos milenios al género de la autoayuda, es uno de los emperadores romanos más conocidos por el gran público junto a Julio César, Augusto, Calígula, Claudio, Nerón, Adriano y Juliano el Apóstata. El cine lo ha tratado especialmente bien dándole el rostro de dos grandes actores: Alec Guiness, en La caída del imperio romano (1964), y Richard Harris, en Gladiador (2000). Porque, claro, Marco Aurelio es para mucha gente, indefectiblemente, el emperador bondadoso, lúcido y cansado (y asesinado) del inicio de la película de Ridley Scott.
Una extraordinaria biografía recién aparecida en castellano (Marco Aurelio, Gredos), a cargo de Anthony Birley, uno de los más reputados historiadores de la época de los Antoninos -la dinastía que reinó de 96 a 192 y cuyos primeros cinco representantes, los "cinco emperadores buenos" (Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío y Marco Aurelio), determinaron "la época más feliz de la humanidad", al optimista decir de Gibbon-, bucea en las fuentes para ofrecer un retrato magistral del emperador y acercarnos a su verdadera personalidad, e incluso su intimidad, más allá del tópico, el mármol y el celuloide.
Marco Aurelio, recuerda Birley en conversación con este diario, ofrece la excepcional posibilidad de adentrarnos en sus pensamientos al haberse conservado no sólo esa suerte de diario íntimo o soliloquios que son las Meditaciones -"realiza cada acción como si fuera la última", "la amabilidad es invencible", "soporta y abstente"-, sino su correspondencia con su querido tutor Frontón. La biografía, con escenas tan impactantes como la ocasión en que las legiones lanzan dos leones al Danubio para propiciar sus aguas o cuando un rayo milagroso destruye una máquina de guerra de los marcomanos, sigue pormenorizadamente los pasos del personaje desde su nacimiento en el 121, en el seno de una familia arraigada en la Bética, en Hispania, hasta su muerte en el 180 durante la última de sus campañas contra los bárbaros. Tuvo Marco Aurelio 13 hijos -entre ellos dos parejas de gemelos-, de los que buena parte, desgraciadamente no Cómodo, murieron de niños (el emperador expresa conmovedoramente su pena en sus escritos); su mujer Faustina se haría famosa por su infidelidad; poseía nula experiencia militar, tenía una idea algo reductiva del amor físico -"fricción de las entrañas y eyaculación de un moquillo acompañada de cierta convulsión"-, era propenso a los catarros y consumía opio. Se preocupó de mejorar la condición de los esclavos, no le gustaba ver sangre (se llevaba un libro al anfiteatro) y llamó a filas a los gladiadores para compensar la escasez de legionarios. Tras la época de paz y seguridad de sus antecesores, se encontró con un panorama dramático: guerras en el este y en la frontera norte (el inicio de las grandes invasiones bárbaras), una gran plaga (probablemente peste) y una crisis económica galopante para paliar la cual no dudó en subastar mobiliario imperial (todo un ejemplo).
Birley reconoce que Marco Aurelio, pese a sus virtudes, tiene algo que no le hace del todo simpático. "Demasiado maestro, demasiado mojigato, demasiado serio". Pero añade que Adriano, al que dedicó otra gran biografía (Península, 1997) nos hubiera parecido peor compañía. El historiador recalca que se desconoce la causa precisa del fallecimiento del emperador, quizá de peste, pero no cree que fuera asesinado, como en los dos filmes de Hollywood, en los que el culpable es su hijo Cómodo. De esas películas, Birley dice que el inicio de ambas -las batallas contra los germanos- "es realmente impresionante" y que en las dos el retrato del emperador es bastante auténtico (desde un punto de vista menos profesional valora cómo encarna, y nunca mejor dicho, Sofía Loren a Lucila, la hija del césar, en el filme de 1964). "Pero después, cuando sube al poder Cómodo, la historia entera se vuelve tan ridícula que no puedo aprobarla". Marco Aurelio no tuvo, ay, a su lado al general-gladiador Maximus, pero contó con buenos militares como Valerius Maximianus, jefe de la caballería y legado de la legión II Adiutrix que dio muerte con sus propias manos al caudillo germano Valaón.
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