POST FLAMENCO. Lebrijano, Menese... el Cante de luto
La vida al margen del deporte (la hay)

tabletom
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Re: POST FLAMENCO. Lebrijano, Menese... el Cante de luto

por tabletom » 26 Ene 2017, 14:04



Habéis escuchado el disco de Qawwali Flamenco de Poveda, Chicuelo y Duquende con el grupo qawwali? :o :o

De lo mejor que he escuchao


tabletom
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Re: POST FLAMENCO. Lebrijano, Menese... el Cante de luto

por tabletom » 26 Ene 2017, 19:20

Este es mas espiritual o religioso pero está muy bien también, con Tomás de Perrate, Carmen Linares y David Lago



El pakistaní debe ser el primo lejano de Manzanita y José Mercé

Hay_sinla
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Re: POST FLAMENCO. Lebrijano, Menese... el Cante de luto

por Hay_sinla » 27 Ene 2017, 18:42

tabletom escribió:

Habéis escuchado el disco de Qawwali Flamenco de Poveda, Chicuelo y Duquende con el grupo qawwali? :o :o

De lo mejor que he escuchao

Precioso.

Entrevista a Agujetas
http://ctxt.es/es/20150902/Culturas/206 ... ujetas.htm
Entrevista a Carmen Linares
http://ctxt.es/es/20151014/Culturas/258 ... amenco.htm
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Re: POST FLAMENCO. Lebrijano, Menese... el Cante de luto

por Hay_sinla » 18 Feb 2017, 18:55

HISTORIAS DEL PELLIZCO
Enrique ‘El Mellizo’, la voz perdida del Beethoven gaditano
ESTEBAN ORDÓÑEZ

Nadie sabe cómo cantaba Enrique El Mellizo (1848-1906). Sabemos, eso sí, que fue lo más parecido a un Beethoven gaditano y que sin él todo habría evolucionado de otra forma, seguramente peor. Se decía que se hundía en pozos de melancolía y se perdía por la noche, se arrimaba a la tapia del manicomio de los capuchinos y cantaba para los locos; o que, por el mismo arranque de solidaridad, cantaba sobre el agua. Pero nadie tiene idea de su sonido, ni de si acudió a aquellos muros cuando inventó la inmortal malagueña doble para comprobar si los internos, al oírla, se reconciliaban con su locura.
Su voz y su obra deben detectarse del mismo modo que se descubre un planeta lejano, por las alteraciones de gravedad que ha venido provocando en otros cuerpos celestes. Asumimos que existe un astro invisible porque los otros, los que sí vemos, tiemblan y dan más luz. Hoy podríamos escucharlo con una calidad terrosa y los auriculares apretados: esforzándonos, captaríamos un quejido largo atravesando un siglo a través de algún vídeo de YouTube. La posibilidad técnica estaba ahí, una noticia de 1880 atestigua la primera grabación flamenca. Era, simplemente, cuestión de voluntad, pero El Mellizo no quiso. Sus amigos deberían haberlo emborrachado. Tomarlo del brazo, engañarlo y meterlo en alguna cabina de grabación; decirle, Enrique, canta por malagueñas, y que él cerrara los ojos y pensándoselo un poquito tomara aire y dijera: “Eran las dos de la noche, despiértate, hermano mío, que se ha muerto nuestra mare y nos hemos quedao solicos”.

Entonces, sus acompañantes apretarían los puños, disimulando la exaltación para que no le diera por callarse. Aquello se habría grabado en uno de esos cilindros de cera que apenas soportaban unas cuantas reproducciones; suficientes para que, más tarde, se copiara en un formato más resistente y se iniciara la cadena que acaba 120 años después con nosotros hundidos en la pantalla, emocionados, viajando en el tiempo. Pero ni con todo el vino del mundo. La voz de El Mellizo se perdió.
Un azar no muy diferente sí logró confabularse para que sepamos, a ciencia cierta, cómo era su cara. Augusto Butler, más conocido como Máximo Andaluz¸ fue a la caza de su retrato 34 años después de la muerte del cantaor. Corría 1940. Mientras reposaba en El Callejón, un tabanco de Jerez, entró un gitano repeinado. Era el cantaor Juan Jambre. Butler sabía de antemano que ese hombre hirsuto como un hilo de mimbre poseía la única fotografía que existía de Enrique El Mellizo. Se la había dado Antonio, el hijo, antes de marcharse a la mili con el fin de que la copiara, pero Jambre nunca la devolvió, ya fuera por despiste o por creer que, con la imagen, guardaba en su poder la caja de Pandora del cante. Butler se cuidó de dejar clara su admiración por el creador flamenco más interpretado de todos los tiempos. Jambre asintió y fue a casa. En el ínterin, Butler corrió a buscar un fotógrafo, o ya lo llevaba pegado a él, esperando la oportunidad. El caso es que Jambre regresó y enseñó el tesoro.

Ante los ojos de Augusto Butler apareció un hombre extraño y feo. No dejaba de parecer un niño disfrazado al que debajo de la pajarita, el chaleco y la chaqueta, se le imaginaban perfectamente unos pantalones cortos y unas canillas sin pelo. Era todo calavera bajo el sombrero. Nariz enorme hincada en la frente. Orejas parabólicas que provocaron oleadas de cachondeo gaditano. Las quijadas aparatosas y los ojos pequeñitos y tristísimos al fondo de las cuencas. En general, una cara que podría interesar a flamencólogos y arqueólogos: era exactamente la cría de un neandertal. Sin embargo, ese animal humano sobre el que ahora se encorvaba el fotógrafo había creado las composiciones más bellas de la historia del flamenco.

Nació en 1848 en el barrio de Santa María, ése lugar al que la gracia flamenca no lo guardó de recibir bombas a canastos. Entonces aún quedaban viejos que podían contarle al Mellizo, de primera mano, cómo se hace para expulsar de un país a los cientos de soldados de Napoleón que invadieron España y que, lo que es más grave, decían los oles mal y fuera de sitio.
El apodo no se sabe de dónde le vino. El flamenco, como el jazz, es una música iniciática. Flamencos y jazzeros nacen dos veces: primero de la carne y luego a la música, por eso hay que rebautizarse, cambiarse el nombre o añadirle algo. Unos dicen que su padre era mellizo, otros que no. Su nombre de carnet resultaba absurdamente largo: Francisco Antonio Enrique Jiménez Fernández, nombres acumulativos como los de los reyes, pero de suelo, sin pompa.
Lo cierto es que muchos cantes que hoy se escuchan como si se hubieran originado en el caldo primigenio de un pasado sin autorías pertenecen a Enrique El Mellizo. Sin embargo, meternos en su perspectiva temporal es comprender que también él, como nosotros, observaba tras de sí una historia de cantes inabarcable. Pero no formaba parte de ella, no llevaba la sangre de ninguna estirpe artística y, quizás por tener el ADN algo acomplejado, se casó con Ignacia Espeleta Ortega: en ella confluían los Ortega y los Espeleta, dos clanes que acumulaban varias generaciones de cantaores, bailaores y toreros.
Aparte de cantaor, Enrique El Mellizo era banderillero y matarife. Trabajaba en el matadero de Cádiz. Abrir a los cerdos y despiezarlos debía comunicar algo a los sentidos porque de aquel establecimiento salieron muchos cantando bien: llegaban al arte a través de una crudeza demasiado literal. Además, los cerdos mueren siempre por seguiriyas.
Los relatos sobre El Mellizo caminan entre el mito y la realidad. Se dice que un día de viento le cortó una oreja a su hermano. Él, precisamente, que de orejas iba tan sobrado que años después de su muerte se decía que servían para tapar los esconchaos de la peña que llevaba su nombre. El gaditano, según esto, estallaba a veces, inexplicablemente.
Sería necesario verlo como en una película, que una cámara lo persiga por el Cádiz del XIX y enfoque su rostro turbado, sus andares, los saludos a los que no responde, los vecinos cuchicheando. En Amada inmortal, un Beethoven desquiciado patea sobre los adoquines, abstraído, tarareando una especie de melodía infantil. Oculto tras su mala uva, está pariendo la novena sinfonía. Frustraciones, rencor amoroso, insatisfacción, asco, todo centrifugando para componer una de las mayores expresiones de la humanidad. Exactamente así hay que imaginarse a Enrique El Mellizo vagabundeando, maltratado de amor según Fernando Quiñones, perdiéndose durante horas tras los pórticos de la catedral, escuchando los órganos y los cantos gregorianos, obsesionado, escarbándose en el vientre de la infancia como escarbaba en las entrañas de los cerdos; hundiendo los brazos en sí mismo para agarrar cantes de su madre que estaban ahí pero se disipaban conforme los tocaba, nanas ancestrales que, tal vez, estimulaba con otras músicas para que rebrotaran si no con la misma melodía, al menos sí con su huella emocional intacta.
Se peregrinaba para escuchar a Enrique El Mellizo, sus cantes corrieron como la pólvora. Algunas historias ayudan a acercarse a la magnitud de la voz del maestro. De él aprendieron los grandes que luego sí grabaron, esos a los que se refieren los cantaores de hoy cuando dicen que hay que beber de la fuente, por ejemplo, Antonio Chacón, que se echó a temblar cuando vio entrar a Enrique por la puerta de un café. Unos sitúan esta noche de 1886 en una fiesta de Jerez, otros en la alameda del Perejil de Cádiz.
El que sería un célebre titán de la técnica vocal con bigote de forzudo de circo tenía entonces unos 17 años. Miró de reojo a su tocaor:
— Maestro Patiño, yo no toco por seguiriyas, me da vergüenza.
Enrique El Mellizo cargaba con 38 primaveras. Aquel joven le entusiasmó. Se encontraron en el camino, se hicieron hermanos (que diría Manuel Molina).
Para los cantaores, el respeto y la hermandad se demuestra con un buen “mano a mano”, se pican entre ellos igual que se pican los raperos, aunque, a diferencia de estos, el desafío no es verbal, sino pulmonar. La batalla entre Antonio Chacón y Enrique El Mellizo se prolongó dos días. Ocurrió en el café Siglo Colmao. No muy lejos, se ubicaba el bar Los Gallos, un tinglado de maderas verdes donde las aves se clavaban los espolones y se dejaban la vida.
En 1906, murió después de empapar con su genialidad malagueñas, seguiriyas, soleares, tientos, alegrías… Llevaba tiempo sin cantar. Se ahogaba. La voz sí le daba para contar chistes o avisar, ya entonces, de que el cante puro estaba en peligro, o también para burlarse de que el arte se guardara “en conserva como las latas de atún”. Se refería a las grabaciones para fonógrafo. Ese asunto lo sublevaba.
Tenía que dar rabia ver cómo la tuberculosis se comía a Enrique El Mellizo y recordarlo en el balcón en los Viernes Santos, echándole al Cristo Nazareno una saeta por seguiriyas de su cosecha. A última hora, en alguna fiesta, reunía fuerzas para mecer una malagueña chica y no se oía una mosca. Nadie sabrá nunca cómo cantaba El Mellizo.
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Bibliografía:
- Enrique Jiménez "El Mellizo". Vida y obra de un “compositor jondo”. De Antonio Barberán Reviriego
- La voz de los flamencos. De Miguel Mora - Historias de Flamencos. De Luis Caballero Polos
- Iniciación al flamenco, Horizonte flamenco, Flamenco.one, Los fardos de Pericón.
http://ctxt.es/es/20170215/Culturas/111 ... amenco.htm
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Re: POST FLAMENCO. Lebrijano, Menese... el Cante de luto

por Hay_sinla » 04 Mar 2017, 02:35

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Re: POST FLAMENCO. Lebrijano, Menese... el Cante de luto

por Hay_sinla » 05 Mar 2017, 11:08

La playa que fue Carmen Amaya
ESTEBAN ORDÓÑEZ


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El 19 de noviembre de 1963, en Montjuïc, un grupo de camareros y artistas de la capital catalana jugaba un partido de fútbol. Todos corrían con esos pantalones cortísimos y gayumberos que se enfundaban los deportistas de la época. A uno de ellos lo llamó alguien desde la banda. El aludido se volteó y esperó tieso, con ese cuadrarse de palmípedo que se gastan los bailaores, hasta que aquel lo alcanzó y soltó la noticia: “Ha muerto Carmen Amaya”.
Una noche densa, el salitre asfixiaba la luz de las farolas. Inmediatamente, el joven canceló la actuación que tenía programada para más tarde y salió a recorrer Barcelona. Enfilaba las calles como si le golpearan tarantos dentro de la cabeza (el taranto, para quien no lo sepa, es una música siempre a punto de vestir de luto). Iba obcecado, endemoniado, con ese mirar a lo lejos retador por el que toda España empezaba a conocerle. Vio luz en el tablao de Bella Dorita. Oyó las palmas y la música e irrumpió en el jolgorio: “¡No tenéis vergüenza! ¡Que esté Carmen Amaya de cuerpo presente y haya un tablao flamenco abierto!”. La gente reconoció enseguida los pómulos tirantes, las piernas de bambú: era Antonio Gades... Hoy sabemos que él también se convirtió en un mito, que sus cenizas acabaron en el Caribe, rodeadas de revolucionarios cubanos. Pero el Gades de aquel noviembre tenía sólo 27 años y no dejaba de recordar. Estaba roto.
Aquella muerte exigía silencio, eso no era discutible. Carmen Amaya La Capitana, la única española desde el siglo XVIII que da nombre a uno de los cráteres de Venus, yacía en ese momento sobre una cama de su masía de Begur. Le habían enredado un rosario entre los dedos. Cuando la enterraron, un grupo de gitanos desvalijó la casa. No se trataba de un expolio, sólo querían guardarse alguna reliquia de la santa. No quedó nada. En el fondo, Carmen nunca tuvo nada.
CARMEN AMAYA LA CAPITANA, LA ÚNICA ESPAÑOLA DESDE EL SIGLO XVIII QUE DA NOMBRE A UNO DE LOS CRÁTERES DE VENUS, YACÍA EN ESE MOMENTO SOBRE UNA CAMA DE SU MASÍA DE BEGUR
La mujer que sin parir un solo hijo iba a dejar huérfano a Antonio Gades y a cientos como él nació durante una noche violenta en el Somorrostro, un poblado de chabolas de la playa de Barcelona. Ocurrió también en noviembre. Era 1913. Desde el aire, el asentamiento conformaba una masa de escombros. Una montonera de caparazones viejos o restos de algún naufragio. Dentro: gitanos, gente descalza. Había también fogatas inclinadas y redes de pesca secándose.
Aquella noche, el mar y el viento golpeaban las casuchas. Micaela, la madre, tuvo que cambiarse de barraca para que el Mediterráneo no se llevara a Carmen Amaya nada más salir del útero. “Mi primera idea del movimiento y de la danza me vino del ritmo de las olas”, dejó dicho la bailaora.
Para hacerse una idea de la furia de la borrasca de aquel día basta con ver cómo La Capitana percutía con los nudillos en las mesas por bulerías: golpeaba, soltaba los dedos, rápido, uno tras otro, como una carraca, y acababa descerrajando unas palmotadas brutales. Lo hizo durante toda su vida: parecía estar llamando a una puerta que nunca consiguió abrir. En la película Los Tarantos, aunque a su enfermedad le quedaba poco para terminar de matarla, España vio cómo abofeteaba la madera hasta levantar la mesa del suelo. Se dice que no hizo otra cosa en su vida que acordarse de la tormenta que la vio nacer. El escritor Jean Cocteau la definió así: “Es el granizo contra los cristales”.
Carmen era Amaya por parte de padre y de madre, y decía que todos los Amaya del mundo eran sus primos. Su padre José El Chino era esquilador y recorría las tabernas tocando la guitarra para ganarse el pan. Cuando Carmen tenía cuatro años, decidió llevársela por establecimientos como La Paz, la Taberna de El Manquet o el Cangrejo Flamenco. El padre tocaba y la pequeña, con el pelo hecho un borrón, bailaba y levantaba el polvo. Por Barcelona se hablaba de que una criatura indígena, con un aire como de cromo colonial, estaba inventando el baile.

Hay crónicas que relatan la conmoción de quienes se enfrentaban a su salvajismo. Las escribió gente sobrepasada que caía con facilidad en el tópico del exotismo: sentimiento hecho carne, conocimiento desde antes de nacer, alma pura... No obstante, esos pasajes ofrecen una biopsia que permite imaginar con nitidez escenas de cómo el mundo descubrió a Carmen Amaya. Sabemos, por ejemplo, que actuó para el rey Alfonso XIII. La avisaron de que debía llamarlo “Majestad”, pero ella fue hacia él, le dijo “zeñó rey”, levantó los brazos, dio un par de giros y le tiró el bigote al suelo.
Detrás de sus contorsiones no se escondían esas providencias gitanas que tanto gustan. Era imposible explicar cómo bailaba, y recurrir a la raza regalaba un discurso atractivo. La razón de la genialidad quizás anide en terrenos más prosaicos. Desde bien pequeña, a Carmen le daba pena que su madre no tuviera con qué hacer fuego en casa. Aprendió a colarse entre decenas de piernas en las calderas de gas del Somorrostro, a escurrirse entre el tumulto para agarrar pedazos de carbón y llevarse un saquito para casa. Los hombres la adelantaban, cómodamente, con sus carretillas llenas mientras ella arrastraba el carbón mojado por la arena, inflando los músculos de los hombros, los tríceps, los gemelos. En la arena blanda uno pesa el doble de lo que pesa. En esa misma tierra, la ponía su padre a bailar durante horas, vigilándola, corrigiendo las posturas. La vestía con pantalones en lugar de falda para captar cualquier mínimo fallo y afinar la técnica (bailar con pantalones sería uno de sus desafíos).
Por si no practicaba suficiente, cuando salía a hacer algún mandado, La Capitana corría sola zapateando y girando y dándose jaleos. Ella explicaba que la culpa de su prodigio la tenía esa arena. Aquello era como entrenarse en una cámara hiperbárica. Luego en el escenario, por contraste, parecía que flotaba; todavía más cuando escapó a América. En aquel continente todo se sentía más ligero que en la España nefasta de los años 30.
En 1935 debutó en el Teatro Coliseum de Madrid. Fue casi una despedida. Un año después estalló la guerra y decidió huir con toda su familia. A las personas con pistola de este país le molestaban los gitanos y se daba la circunstancia de que cada vez más gente tenía pistola. Poco importaba que media península soñara despierta con su película María de la O.
EN 1935 DEBUTÓ EN EL TEATRO COLISEUM DE MADRID. FUE CASI UNA DESPEDIDA. UN AÑO DESPUÉS ESTALLÓ LA GUERRA Y DECIDIÓ HUIR CON TODA SU FAMILIA. A LAS PERSONAS CON PISTOLA DE ESTE PAÍS LE MOLESTABAN LOS GITANOS
Carmen podría haber cruzado el charco años antes porque le propusieron trabajar allí, pero no entendía que sólo se pudiera viajar en barco: “¿Por qué no harán un túnel de Sevilla a Nueva York? ¿No dicen que los yanquis lo pueden too?”. El sonido de los tiros no dejó otra opción. En el Campo de la Bota, pegado al Somorrostro, empezarían pronto los fusilamientos.
En esa tierra iba a forjar su leyenda universal. Pasó años de gira por Latinoamérica (Argentina, Uruguay, Bolivia, Brasil…). Conquistaba grandes teatros y luego se paraba a la orilla de los caminos para bailar en los pueblos desvencijados. Los campesinos veían aterrizar un tumulto de 25 personas liderado por una mujer con mirada de galope: un tornado humano que se marchaba rápido y sólo dejaba un recuerdo y mucha polvareda.
Cuando tocó a la puerta de Estados Unidos le pusieron un papel delante, pero no sabía firmar y la mandaron a Cuba para que aprendiera por lo menos a echar un garabato. Una vez en Manhattan, debutó en el Carnegie Hall, uno de los mayores templos mundiales del espectáculo. Se corrió la voz, las entradas volaban. Había que aumentar los contratos. Carmen Amaya concitaba más público que Frank Sinatra. Un cartel del Hollywood Bowl anunciaba dos días de la catalana y uno sólo para el crooner. También la contrataron para aparecer en diferentes películas. Podría haber atesorado una fortuna, pero siempre repartía las ganancias entre los veinte familiares y amigos de su tribu. Le irritaba el tacto del dinero: “Si lo tengo, al primero que me lo pide se lo doy. Y si no me lo pide nadie, pago por un paquete de cigarros 10 veces más de lo que vale. Así, me voy sin una perra en el bolsillo y duermo a gusto”, dijo.
Franklin D. Roosevelt, para quitarse a los nazis de la cabeza, la mandó llamar. La Capitana acudió a la Casa Blanca. Al presidente casi se le despiertan las piernas cuando la vio. Ella se negó a cobrar y él le envió una chaquetilla de torero cosida de oro y brillantes. La bailaora se acordó del carbón mojado del Somorrostro, sacó unas tijeras y desprendió las piedras preciosas para repartirlas entre sus bereberes. En otra ocasión compró 25 relojes de oro, les dijo que así llegarían puntuales a los ensayos. Probablemente no lo cumplieron. Dicen que si un flamenco, de pronto, se convierte en un tipo puntual, significa que está perdiendo el compás.
FRANKLIN D. ROOSEVELT, PARA QUITARSE A LOS NAZIS DE LA CABEZA, LA MANDÓ LLAMAR. LA CAPITANA ACUDIÓ A LA CASA BLANCA. AL PRESIDENTE CASI SE LE DESPIERTAN LAS PIERNAS CUANDO LA VIO
Una historia circulaba por América. Un día, en el Waldorf Astoria, hotel de lujo de Nueva York, la clientela empezó a arrugar el hocico. El ambiente se cargó de un humo pestilente. Es de suponer que se rompió algún monóculo de puro sofoco y que varias sirvientas corrieron a dar aire con un pañuelo a sus señoronas... Sucedía que le habían regalado un buen canasto de sardinas a La Capitana y las estaba asando en la habitación. La tribu Amaya inauguró el género punk arrancando las maderas del parquet y prendiendo una fogata. Otra versión cuenta que destrozaron dos sillas de 900 dólares y las usaron de leña. El caso es que la leyenda cruzó el Atlántico y alcanzó los mercados y las calles de la España claustrofóbica de la dictadura: una gitana catalana estaba enseñándole cuatro cosas a los yanquis.
Hay una imagen de la Capitana descendiendo la escalinata de un avión abrigada hasta la nariz en 1963. Iba tocada de muerte. Arrastraba una insuficiencia renal gravísima desde hacía muchos años. Seguía viva gracias a las toxinas que eliminaba al bailar, pero ahora el baile la abandonaba. Uno de sus últimos órdagos a la muerte quedó grabado. La película Los Tarantos, la versión calé de Romeo y Julieta, recogió un testimonio histórico. La historia se grabó en el Somorrostro. A las chabolas le quedaban tres años para desaparecer; a Carmen, unos meses: no llegó a asistir al estreno de la cinta.
En aquella playa, su baile demostraba su auténtica proporción de pureza. Sin luces, sin ecos teatrales; sólo la arena y el Mediterráneo. Carmen zapatea, espalda rigidísima, quijadas tensas. En los escenarios no se adivinaba el misterio de la inclinación de su cuerpo, en la playa sí. En el film quedó claro que siempre tuvo en cuenta el viento del Somorrostro. Fuera adonde fuera, aquel aire fatal le empujaba por la espalda. El taconeo era una estrategia, un no dejarse vencer; con él trituraba el aire, despedazaba el dolor y la amenaza del tiempo. Era un juego arriesgado en el que aplicaba una fuerza titánica. Un análisis científico diría que, según la física y la anatomía, su cuerpo debía haberse descoyuntado, que ningún esqueleto puede aguantar tanto. Su potencia rompía las cadenas del género. Carmen miraba con ojos de mujer y mandíbula de hombre; golpeaba las tablas con rodilla de hombre y las surcaba con cadera de mujer. Ni una cosa ni la otra: lo suyo era un estado primigenio. Si su danza se tradujera a palabras, saldría algo parecido a Trilce de César Vallejo. Ella compartía los ingredientes de aquella sublimación literaria: esa forma de lamer el corazón a través de romper todos los códigos gramaticales, ese llegar al animal mediante una rebeldía humanísima.
***
Antonio Gades llegó roto aquel 19 de noviembre al tablao de Bella Dorita. Sospechaba que parte de su camino de genio necesitaba de la huella temperamental de la que acababa de morir. La primera vez que el maestro la vio se quedó paralizado. Al final de la actuación, se fue llorando hacia su camerino, siguió llorando dentro, mirando a la diosa, dejándose abrazar por ella, sin enhebrar palabra, y con las mismas salió llorando. A Carmen no le gustaba hablar de baile, “hablaba de cosas más simples, siempre con un paquete de tabaco rubio, el mechero en la mano izquierda y una taza de café”, contaba Antonio.
El entierro de La Capitana fue multitudinario. Una mañana su tumba apareció vacía y se dijo que su marido se la había llevado a Santander. El único punto de peregrinaje que queda es la fuente que lleva su nombre en Barcelona. Se esculpió en su honor sobre los restos del caño viejo. Sólo los niños se mojan toda la cara cuando beben, y eso hace más patria que cualquier ideología. Ella tenía siete años cuando llevaron el agua al Somorrostro. Siempre se acordó de ese día. Entró un vecino cojo en su cabaña y la despertó: “Levántate, que tú eres nuestra artista y tienes que bautizar la fuente”. Ella se levantó, su padre cogió la guitarra. En el camino la gente se fue uniendo a esa gitanilla que apenas levantaba unos cuantos palmos del suelo. Compraron una botella de anís barato. Alrededor del chorro de agua pajareaban los chiquillos del barrio. La Capitana agarró la botella y los miró a todos. Su gente esperaba. Rompió el casco contra la piedra de la fuente y salpicó por los aires una mezcla de anís y vidrio. El Chino tocó la guitarra y ella bailó por bulerías. Más tarde le preguntarían por el momento:
- ¿Y no os bebisteis el anís?
- Se lo bebió la fuente.

BIBLIOGRAFÍA

Carmen Amaya. La biografía. Francisco Hidalgo Gómez. Carena
Historia social del flamenco. Alfredo Grimaldos. Península.
Carmen Amaya. 1963. Ana María Moix, Colita y Ubiña. Libros del silencio.
La voz de los flamencos. Miguel Mora. Siruela.
¡Carmen!, La Capitana. Marcel.lí Parés. Documental de RTVE:
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tabletom
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Re: POST FLAMENCO. Lebrijano, Menese... el Cante de luto

por tabletom » 11 Mar 2017, 00:02

Habeis escuchado a Rosalia? Están bombardeando continuamente en los medios con el disco de Los Angeles.
La verdad que tiene su puntillo, aunque el guitarrista es p´asharlo. También es parte de la gracia imagino.
A priori parece que empieza fuerte, con la tematica de la muerte en el flamenco y con cantes antiguos.

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Re: POST FLAMENCO. Lebrijano, Menese... el Cante de luto

por tabletom » 27 Mar 2017, 20:58

Tiene buena pinta el disco nuevo de Rycardo Moreno, dedicado a Galeano.
Tenia un crowdfunding, me ha dado pena no participar

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Re: POST FLAMENCO. Lebrijano, Menese... el Cante de luto

por tabletom » 28 Mar 2017, 16:49

He soñado que iba a un concierto de Enrique Morente pero estaba en el escenario, era una locura con instrumentos electronicos y flamenco. Era brutal.
Creeis que se me ha aparecido el maestro y debo de seguir el camino que me ha indicado? :D

Hay_sinla
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Re: POST FLAMENCO. Lebrijano, Menese... el Cante de luto

por Hay_sinla » 30 Mar 2017, 13:45

tabletom escribió:Tiene buena pinta el disco nuevo de Rycardo Moreno, dedicado a Galeano.
Tenia un crowdfunding, me ha dado pena no participar
Tengo que escucharlo.

Silverio Franconetti y la invención del flamenco
http://ctxt.es/es/20170329/Culturas/118 ... molina.htm
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Re: POST FLAMENCO. Lebrijano, Menese... el Cante de luto

por Hay_sinla » 30 Mar 2017, 20:52

Una zona verde de Madrid se llamará Juan Carmona 'Habichuela' en homenaje al guitarrista granadino

En el distrito de Latina, junto al centro cultural Sara Montiel.

http://www.elindependientedegranada.es/ ... -granadino
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Re: POST FLAMENCO. Lebrijano, Menese... el Cante de luto

por Hay_sinla » 01 Abr 2017, 11:48

Lenin por trillas, un homenaje flamenco a 1917
La cooperativa Atrapasueños edita un disco dedicado al centenario de la revolución rusa donde igual suena un poema de Brecht por tango, que Shelley por peteneras que Mayakosvki por mariana. “Nos van a llevar a la cárcel”, bromea el cantaor Manuel Romero durante el concierto.

http://www.lamarea.com/2017/03/30/lenin ... enco-1917/
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Re: POST FLAMENCO. Lebrijano, Menese... el Cante de luto

por tabletom » 04 Abr 2017, 09:14

Hay_sinla escribió:Lenin por trillas, un homenaje flamenco a 1917
La cooperativa Atrapasueños edita un disco dedicado al centenario de la revolución rusa donde igual suena un poema de Brecht por tango, que Shelley por peteneras que Mayakosvki por mariana. “Nos van a llevar a la cárcel”, bromea el cantaor Manuel Romero durante el concierto.

http://www.lamarea.com/2017/03/30/lenin ... enco-1917/

Que buena pinta, a ver si puedo escucharlo o comprarlo

tabletom
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Re: POST FLAMENCO. Lebrijano, Menese... el Cante de luto

por tabletom » 11 Abr 2017, 13:26

No sabía si ponerlo en el de jazz o en de flamenco, igualmente no lo va a leer nadie,jeje
http://www.juanzagalaz.com/2016/11/30/529/
Miles Davis y su saeta, algunas consideraciones

Muy interesante

Hay_sinla
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Re: POST FLAMENCO. Lebrijano, Menese... el Cante de luto

por Hay_sinla » 26 Abr 2017, 19:56

HISTORIAS DEL PELLIZCO
La Repompa de Málaga, la niña que fue diosa de los tangos
“Los gitanos en las bodas bailamos por ti, cantamos por ti. Ay, gitanita, tan buena y tan guapa. Ay, gitanita, si estuvieras aquí”, cantó Camarón a la artista, fallecida a los 21 años, que fue una de las grandes en los años 50
ESTEBAN ORDÓÑEZ
http://ctxt.es/es/20170426/Culturas/122 ... ultura.htm
Ya va tomando el camino su arambol.
Somos Gary Cooper y Sara Montiel

tabletom
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Re: POST FLAMENCO. Lebrijano, Menese... el Cante de luto

por tabletom » 27 Abr 2017, 16:28

Hay_sinla escribió:HISTORIAS DEL PELLIZCO
La Repompa de Málaga, la niña que fue diosa de los tangos
“Los gitanos en las bodas bailamos por ti, cantamos por ti. Ay, gitanita, tan buena y tan guapa. Ay, gitanita, si estuvieras aquí”, cantó Camarón a la artista, fallecida a los 21 años, que fue una de las grandes en los años 50
ESTEBAN ORDÓÑEZ
http://ctxt.es/es/20170426/Culturas/122 ... ultura.htm

Me ha encantado el artículo, El Perchel es un barrio que ya casi no existe aunque se remonte siglos atrás, incluso sale en El Quijote.
Cada vez que veo un madroño me acuerdo de los tangos de La Repompa

Hay_sinla
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Re: POST FLAMENCO. Lebrijano, Menese... el Cante de luto

por Hay_sinla » 18 May 2017, 19:19

El Corral de la Morería, el tablao en el que ha ocurrido casi todo
http://ctxt.es/es/20170517/Culturas/127 ... amaron.htm
Ya va tomando el camino su arambol.
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Hay_sinla
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Re: POST FLAMENCO. Lebrijano, Menese... el Cante de luto

por Hay_sinla » 23 May 2017, 21:50

Ya va tomando el camino su arambol.
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Hay_sinla
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Re: POST FLAMENCO. Lebrijano, Menese... el Cante de luto

por Hay_sinla » 25 May 2017, 21:00

HISTORIAS DEL PELLIZCO
El Chozas de Jerez, el flamenco dadaísta que daba de beber a los toros
El cantaor componía sus propias letras y reformulaba y combinaba antiguas estrofas a su aire. Ya fuera por intención poética o por puro azar, paría versos de belleza deslumbrante y onírica
ESTEBAN ORDÓÑEZ
Entrevista a El Gasolina
http://www.diariodejerez.es/jerez/Choza ... 29177.html
http://ctxt.es/es/20170524/Culturas/129 ... o-CTXT.htm
Ya va tomando el camino su arambol.
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jota blanco
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Re: POST FLAMENCO. Lebrijano, Menese... el Cante de luto

por jota blanco » 16 Jun 2017, 14:29


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