El poema sentimental más emotivo que conozco es un hai-ku que dice así:
Al sol se están secando los kimonos:
¡Ay, las pequeñas mangas
del niño muerto!
El poema está, como se ve, drásticamente truncado en dos mitades, hasta el punto de que podría decirse que todo su mecanismo formal se reduce a esa fractura, la cual, por lo demás, no podría pertenecer más completamente al contenido; el poema entero bascula sobre el “ay” que da comienzo al segundo verso. La imagen más aproximada que se me ocurre para representar la forma del poema es la de que el poeta se limita en el primer verso a presentarnos una caña para troncharla acto seguido en el segundo y tercer versos. En la mañana de la muerte, un padre, al percibir de pronto la claridad del día, que ha crecido del todo sin que nadie la sintiese, alza los ojos, desvelados por una larga noche de agonía, y se vuelve a mirar por la ventana abierta hacia el jardín, donde se le presenta una visión perfectamente cotidiana: los kimonos, tendidos el día anterior, yacen o cuelgan desplegados al sol, componiendo, con esa singular capacidad de los vestidos para representar a las personas, una especie de retrato familiar; pero de pronto la aturdida mirada es asaltada por la imagen del kimono del niño que acaba de morir: los dos últimos versos no podrán ya ser dichos en voz alta, ahogados por la ola arrolladora del sollozo –cuya irrupción es indicada por el “ay”- que sube por el pecho a romper en la garganta. Ningún poema, a mi entender, podría ilustrar más acertadamente cómo surge el llanto, cómo es la representación reflexiva, posibilitada, mediada y sustentada por elementos sensibles y expresivos, su desencadenador característico. ¿Por qué no el propio cuerpo muerto, que yace todavía sobre el lecho, y sí, en cambio, el kimono que se ve por la ventana, puesto a secar al sol? El cuerpo es el niño y es el lugar del hecho, el kimono significa el niño y es el lugar de la representación; siempre necesitamos un espejo para saber lo que nos ha pasado. ¿Cuál es aquí, concretamente, el mecanismo de la reflexión? ¿En qué consiste la desgarradora virtud expresiva del kimono? Hay, por así decirlo, dos series de elementos biunívocamente coordinadas: la que componen los propios miembros de la familia y la que componen sus kimonos desplegados al sol; ahora bien, en la primera de las dos series causa de pronto baja un elemento, sin que haya dado, entre tanto, tiempo para eliminar de la segunda serie el elemento correlativo: el pequeño kimono, tendido cuando el niño todavía estaba vivo, sigue allí todavía, entre los de los que todavía viven, como si el niño todavía viviera; la superposición de las dos series forma como un palimpsesto, en cuya repentina, sensible y precisa discordancia cobra vivísima expresión todo el contraste entre el antes y el después, entre el todavía-y-siempre de la cotidianidad y el ya-no-nunca-jamás de la tragedia. El todavía de las pequeñas mangas movidas por la brisa despliega por reflexión ante los ojos todo el abismo del ya no de los pequeños brazos movidos por la vida. Hablar aquí de eficacia literaria sería atribuir a este poema algún ardid retórico que enfatizase la naturaleza de los hechos mismos; no, el poema se limita a enunciar con la mayor precisión y austeridad, o mejor todavía, a reproducir literalmente, el propio acontecimiento psicológico; no hay en él ni una sola gota más de literatura de cuanta no contenga ya de suyo la propia psique humana. Todo llanto de compasión es promovido a partir de representaciones y toda representación se constituye sobre elementos semánticos y expresivos y es siempre, por consiguiente, esencialmente literaria.
Rafael Sánchez Ferlosio, Las semanas del jardín. Barcelona, Ediciones Destino, 2003 (1974), págs. 127-129.
Un saludo.