por arturo_papito »
10 Mar 2012, 15:56
Título: Ángel
autor: crespo
Tengo muchos amigos en la ikastola: Iñigo, Iker, Pablo, el tontito de Mikel... la burra de Nora o la ñoña de Else, que no sé si se cree una modelo de las revistas que suele traerse a escondidas, y desde siempre me lo paso muy bien jugando con ellos. A fútbol en el recreo, o a pelota, o a pilla-pilla, las películas... o en verano, cuando paseamos en bici o vamos a la playa... o de excursión... Sí, tengo muchos amigos y desde siempre me lo paso bien con ellos. Es lo que me dijo mi mamá que le contó mi tutor, Andrés, que es mi profe de lenguaje, la última vez que hablaron, hace una semana. Desde entonces, mi mamá está más tranquila... algo raro, desde el momento en que le empezó a crecer la barriga y me dijo mi papá que mamá tenía en la barriga a un hermanito. Le pregunté cómo había entrado mi hermano en la barriga de mamá y se puso colorado, y empezó a trabarse al hablar... al final me contó algo un poco... como asqueroso, o raro, o... no sé cómo explicarlo sin que me dé la risa... porque la cara de mi papá... ¡ja ja ja!. Y cuando le pregunté lo mismo a mi mamá, le miró raro a papá y me llamó sinvergüenza... pero no así, como en voz baja pero dura: ¡«Sinvergüenza!», como suele decirme cuando no hago los deberes o no quiero levantarme para ir a la ikastola, sino que se puso un poco colorada y me sonrió, y me llamó «sinvergüenza», y papá y mamá se dieron un besito, así, rápido, en la boca. No como en las películas esas de amor y ñoñerías que le gustan a Else, sino rápido... Bueno, que me voy por las ramas, como me dice mi profe Andrés. Que tengo muchos amigos y desde siempre me lo paso bien con ellos y eso le gustó a mi mamá y, por primera vez desde que me dijo que iba a tener un hermanito, está más tranquila.
Y bueno, está Ángel. Estaba, porque hace ya un mes que se fue. Era amigo mío, mi mejor amigo, aunque creo que a papá y mamá no les hacía mucha gracia. No sé por qué, si Ángel era un chico muy divertido. Te reías continuamente con él: jugando al fútbol –era malísimo, pero decía que en verano iría a Brasil a aprender a jugar bien y a la vuelta verían los chulitos de la ikastola–, a las películas –veía cosas raras... cosas de mayores. No tetas ni cosas así... bueno, alguna vez, sino pelis raras de blanco y negro, pelis del espacio, pero sin tiros ni robots que hablan... bueno, había uno, pero solo se le veía un ojo, que aparecía después de que un mono lanzara un hueso... ¿Qué tendrán que ver? O las viejas esas de vaqueros...–, al escondite –siempre acababa sucio y su mamá y sus hermanos le echaban la pirula, pero casi nunca lo pillaban y nos salvaba muchas veces–... incluso en la ikastola. Le gustaba hablar como los mayores –de pronto, se ponía a hablarle de usted a Andrés, y cuando en clase de inglés alguien tenía que preguntar o responder algo... en inglés, claro, se lanzaba el primero, aunque no tuviera ni idea– y era un poco fantasma... supongo. «Un bicho raro», diría mi mamá... aunque también me lo dice a mí... como ayer volvió a decírmelo, cuando le pregunté sobre si mi hermanito va a ser niño o niña y qué nombre le iban a poner.
Creo que a mis padres no les gustaba Ángel. Bueno, se reían de sus bromas y cuando se hacía el mayor –una vez se trajo un libro de 300 páginas o así, y con un marcador en la página 200; o sea, que se lo había leído hasta ahí, pero no le creí, porque no había dibujos y la letra era superpequeña–, pero lo miraban raro, y se enfadaban cuando se enteraban que me pasaba la tarde entera con él, cuando se supone que debía estar en particular de inglés –sí que voy, pero a veces no me apetecía–, en el parque, o la vez que nos fuimos al circo –hace un mes–, o que jugamos en la vía del tren.
¡Qué manía con no dejarnos ir por la vía del tren! Siempre vamos con prisas –me cuesta levantarme por las mañanas... je je– y si vamos cruzando la carretera –el semáforo siempre está en rojo y nos echan la pirula si lo pasamos así... Pero nadie les dice a los coches que se paren cuando está rojo, o que vayan frenando cuando se pone amarillo –no le dicen amarillo, pero no recuerdo–... O que no se crean Fernando Alonso, que a Ángel y a mí –y a Pablo– casi nos atropella una vez el papá de Tomás, un tonto de la clase de al lado que presume que su papá tiene un Mercedes blanco y que él también será taxista y llevará un Mercedes blanco con radio dentro para hablar. Y además tardamos el triple, mientras que por la vía del tren en cinco minutos estamos ya. Pero claro, si papá o mamá nos ven –o alguna vecina, o la boba de Else, o los municipales o... siempre hay algún tonto chivato– a la vuelta –que ahí sí que hay que volver por la calle, aunque nos estemos muriendo de hambre– nos cae una bronca...
A veces creo que nos toman por tontos... Bueno, eso dijo Ángel una vez. A ver, hay tren cada media hora –30 minutos, que ya nos costó aprendernos lo de leer las horas y los minutos por las agujas del reloj– y si, como Ángel, no llevas hora nunca, basta con mirar si hay gente o no en la estación. Si hay gente esperando, viene el tren; si no, vía libre –bueno, salvo los Pulman granates, que no paran y van a toda mecha y los mercancías de noche –a las 23.30 y a las 1.00, según me dijo Ángel–, que los oyes como si fueran cohetes y son muy largos, pero muy lentos–. ¿Tan difícil es hacer entender eso? Claro, un día empecé a decir eso, y mi mamá me dio un bofetón y me dijo que no quería verme más con Ángel, y que le iba a llamar a la mamá de Ángel, a ver si estaba loco o qué. Yo quería llorar, pero me daba tanta rabia que me mordí los labios y bajé la cabeza... Me negué a merendar y no dije nada a nadie hasta el mediodía –¡qué cansado es estar enfadado todo el rato!–, cuando vi que Ángel, que había hecho "pira" de clase, también tenía la cara roja de un cachete de su madre... o de sus hermanos, que son unos burros. ¡Y me reí! ¡Y nos reímos! Y... decidimos irnos al circo en vez de ir la particular de inglés, aunque a mí me aburren un poco los payasos haciendo el tonto, los leones –si rugen, pues bien, pero bueno– y todas esas cosas... Aunque bueno, el jinete que se subía y se bajaba del caballo a toda marcha estaba bien...
Ángel se fue al día siguiente, y me dio pena. Y lloré, después de saber que se había ido. Creo que el cachete de su mamá –o sus hermanos, que son unos burros– y lo del circo lo volvieron un poco loco. Así era él. Eso del jinete que saltaba y se subía al caballo en marcha y, sobre todo, el hombre más fuerte del mundo, capaz de soportar que un elefante le pase por encima. A mí me pareció que estaba tonto, pero Ángel estaba tonto con la idea de que un elefante le pasara por encima sin hacerle nada. «Pero tú no eres jinete ni el hombre más fuerte del mundo», le decía, y el me contestaba que «lo que pasa es que eres un cagado que va de la mano de su mamá por la calle». Y a mí me dolió y le dije era un payaso tonto y que se fuera a paseo.
Pero entonces me dijo algo raro... Raro, hasta para Ángel, de esas cosas que te hacían pensar que le faltaba un tornillo, como diría mi papá. «Me voy con el circo». «Sí, a saltar de los caballos en marcha y a que los elefantes te pasan por encima», le respondí, haciendo un chiste. Pero no se rió, y me dijo que, si no era un «niño de mamá», aparecería a la estación a las 23.30, hora a la que pasaba el mercancías como cada noche, en la misma dirección hacia donde se había ido el circo después de su actuación en el pueblo. Yo pensé decirle que a esa hora mis padres me obligan a estar en la cama –«A las 22.00 como muy tarde», me dicen. ¡Como para irme a las 23.30!–, pero le dije que ahí estaría.
Y me fui a la cama justo después de cenar. Tras ir al circo, había que disimular e hice los deberes sin rechistar, así que igual, ya que me estaba portando bien, igual me dejaban ver la tele un poco más, pero les dije a mis padres que tenía sueño, y me fui pronto a la cama. Estaba seguro que me despertaría pronto, y que mis padres estarían en su cuarto, ya que les veía muy tontos, sonriéndose y eso, dándose besitos y así en la boca... Eso me hacía reír, pero intentaba estar enfadado y despierto. Pero no podía estar enfadado, y se me cerraban los ojos.
Me desperté avergonzado justo cuando mi mamá me venía a decir que me levantara para ir a la ikastola. Me vestí enseguida y desayuné rápido. Tenía tiempo de sobra, pero decidí que iría por las vías del tren, aunque mi mamá me echara la pirula después, aunque no creo, porque se sentía rara y estuvo un rato en el baño con las tripas revueltas, como cuando me mareo en el autobús en las excursiones. Había decidido que Ángel es mi amigo y yo sé cuándo pasa el tren y cuándo no, y no soy un niño de mamá.
Salí de casa decidido, pero en la vía, a la altura de la estación, había un montón de policías, los de la Cruz Roja y mucha gente... cotillas, como los llama mi papá. Me acerqué como con disimulo, pero uno de los de la Cruz Roja me empujó lejos de las vías. «Este no es sitio para niños», me dijo. Me molestó que tuviera que decir que soy un niño, pero cuando intenté regresar a las vías me agarraron de la chaqueta. Era la mamá de Ángel. Había estado llorando, porque tenía la cara hinchada y los ojos rojos. Me preguntó dónde había estado aquella noche, porque al parecer Ángel le había dicho a su mamá que se iba a encontrar conmigo en la estación. Yo le dije la verdad... pero no me creyó y empezó a gritarme, a decirme que era un mentiroso, que obligaba a su Ángel –«mi Ángel», dijo– a hacer locuras, y hasta me levantó la mano. Pero de pronto apareció mi mamá y no le dejó que me pegara. Yo tenía mucho miedo, porque no veía a Ángel; se lo dije a mamá y ella le preguntó a la mamá de Ángel. Esta se echó a llorar otra vez, como una niña, dejando que se le cayeran lágrimas tan grandes como las que se me escapan cuando estoy triste o me duele algo. Mi mamá no sabía qué hacer, y yo tampoco, y por eso decidimos ir a la ikastola sin más, por la carretera. Pero miré hacia atrás y vi que los hermanos mayores de Ángel, esos burros, también estaban llorando, y me fijé que en los raíles, ahí donde solíamos hacer el equilibrista de camino a la ikastola o en verano, había una enorme mancha roja. Le dije a mi mamá lo que acababa de ver. Ella se giró y me dijo que esperara un segundo. Se fue donde los de la Cruz Roja, y cuando le dijeron algo, se llevó las manos a la cara primero, y después hizo el signo de la cruz. Algo grave pasaba con Ángel, me lo decían mis ojos y mi tripa, que me dolía mucho de pronto. Vi a mi mamá abrazarse a la mamá de Ángel y a sus hermanos, me dolía la tripa y fui donde mi mamá a decírselo, pero no me dejó abrir la boca y me llevó casi corriendo a la ikastola.
Ángel se había ido. Quiso subirse en marcha al mercancías, a la carrera, como en las películas de vaqueros, pero se le acabó el andén mientras corría, y al saltar se cayó entre dos vagones. Así me lo dijo mi mamá, que estuvo una semana sin ir al trabajo, porque no sabía cómo consolarme, porque yo no paraba de llorar y llorar. Tenía que haber estado en la estación. Después de una semana, dejé de llorar, de día, pero a las noches no podía parar... hasta hace una semana. Estaba viendo la tele, y vi a uno de los vaqueros que tanto le gustaban a Ángel subirse a un tren en marcha. Y yo, que me ponía triste al ver un tren, empecé a reír. Y mi mamá me abrazó fuerte. Y al día siguiente fue a ver a mi tutor Andrés y se alegró de saber que ya no estoy solo, sino que juego con los amigos de siempre a las cosas de siempre... aunque ahora me da por ver algunas de las películas que veía –o decía qye veía– Ángel. No las entiendo mucho, pero algo me dice que me gustan.
De noche ya no lloro, pero me cuesta dormir. Me cuesta, al menos hasta que pase el mercancías de las 23.30. Entonces, siento que me duele la tripa... no como ayer, cuando me dieron un balonazo en el recreo, sino desde dentro, como el día en que Ángel se fue. Siento que me duele la tripa, pero luego me alegro, sonrío y me duermo tranquilo, aunque al día siguiente me cuesta levantarme.
Pero ayer no me costó, y le hice una pregunta a mi mamá. «¿Mi hermanito es niño o niña?» Mi mamá me abrazó y me besó, y luego, después de soltar como sonriendo que soy «un bicho raro», me dijo que va a ser un niño, como yo. «¿Y qué nombre tendrá?», le pregunté. «¡Pues no sé! Papá y yo son lo estamos pensando», me respondió, antes de disimular y decirme que me fuera a la ikastola porque se me hacía tarde. Cuando salía en la puerta, me volví y le pregunté... no, le dije: «se llamará Ángel». Creo que mamá lloraba.
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arturo_papito el 22 Mar 2012, 21:20, editado 1 vez en total.