"Un joven Georges Remí, que desde joven firmaba sus dibujos con el sonido de sus iniciales cambiadas, Hergé (Er-yé, que venía de pasar infancia y adolescencia en un colegio y en el escutismo católicos, entró a los veinte años a trabajar en el departamento de suscripciones del diario también católico y de extrema derecha Le Siécle XX, de Bruselas. Su afición al dibujo y su talento lo condujo a ser aprendiz de fotógrafo e ilustrador en el periódico y en 1928, el director del periódico, el abate Norbert Wallez –un cura trabucaire, y tan furibundo admirador de Mussolini como antisemita y anticomunista-, le encargó crear un suplemento infantil, Le Petit Vingtiéme, donde el 10 de Enero de 1929 apareció por primera vez Tintín. Hergé tomó como modelo a Totor, el personaje que dibujaba para la revista scout, lo repeinó con un tupé de la época, le dio como compañero a un fox terrier llamado Milú, como su primera novia, y, siguiendo las instrucciones del extremista cura Wallez, lo hizo periodista y lo mandó como enviado especial de Le Petit Vingtiéme a la Rusia soviética. La historieta se titulaba Tintín en el País de los Soviets y que se sepa es la única ocasión en que Tintín hizo de periodista. O, dicen otros, de libelista, pues para trazar su apocalíptica visión de la Unión Soviética Hergé se sirvió de un panfleto llamado Moscou sans voiles.
Por aquellos años, la Rusia soviética era, naturalmente, el imperio terrestre de Satán para una Iglesia católica asustada porque la URSS se convertía en el faro de los proletarios de todo el mundo y en la bienaventuranza de obreros y pobres en el reino de este mundo, y la antigua esperanza y consuelo de los marginados para mejorar su estatus en el más allá, la Iglesia se quedaba reducida al brutal epítome de opio del pueblo.
Aunque Hergé no necesitaba argumentos que su estricta educación y observancia cristianas ya le había imbuido. Y, por si faltara algo, de compañero de mesa en el periódico tenía a un impulsivo periodista llamado León Degrelle, que luego aspiraría a convertirse en el führer belga con su partido nazi Rex y llegaría a ser colaborador de Hitler, quien le otorgó uno de sus ridículos grados paramilitares, el de sturmbannführer, de las tétricas SS. Un sujeto despreciable que, tras la derrota del nazismo, vivió el resto de su vida escondido bajo las faldas dictatoriales de Franco en España, pero que no sólo no renunció a su vieja amistad con Hergé sino que en 1992 publicó un libro, rápidamente prohibido, secuestrado e incluso quemado –siguiendo la tradición nazi, quizá universal...- que se titulaba Tintin, mon copain! Y en el que no sólo reivindicaba que Hergé se inspiró en él para su personaje sino la ideología fascista de Hergé y de su héroe; para probarla publicó cartas, fotos, testimonios y, ¡horror!, dibujos inéditos de Tintín con el uniforme del ejército belga colaboracionista con los invasores alemanes. Los tintinólogos y administradores de su fundación y obra, que no pueden negar las raíces ultras de su ídolo, achacan aquella etapa a “errores de juventud” y rechazan la mayor parte de las afirmaciones del nazi Degrelle con la juiciosa observación de que los muertos no pueden declarar pero en su boca se le puede poner cualquier clase de declaraciones. En todo caso, Hergé dijo en vida que se inspiró en las características físicas de su hermano menor, Paul, para su personaje.
Sin embargo, lo cierto es que, el país bajo dominación alemana, y cerrados Le Siécle XX y su suplemento Le Petit Vingtiéme por las restricciones de guerra, Hergé pasó a trabajar en el diario colaboracionista de los nazis Le Soir. Tan cierto como que las aventuras que escribió y dibujó de Tintín antes de la guerra, después de la contienda las sometió a una profunda censura para reeditarlas, podarlas e incluso talarlas de secuencias y expresiones con las que, en los dulces años de la juventud, había proclamado su ideología fascista, racista y autoritaria.
De hecho, siguiendo la lógica del vencedor, Hergé sufrió la depuración que siguió a la liberación de los países invadidos por los alemanes. En pequeña medida, pero si un pájaro nazi como Alfred Krupp, el magnate de la industria pesada alemana que armó a Hitler no sólo con interés sino con amor y convicción, era excarcelado antes de que cumpliera su pequeña condena y devueltos todos sus bienes incautados, como a tantos, ¿a qué se podía castigar a un dibujante de historietas cuyo fascismo era producto de su educación católica integrista y de las “malas compañías”? Su mayor error fue ilustrar un panfleto de Degrelle, su Histoire de la guerre scolaire, pero nunca se había implicado ni en la estructura ni en la violencia de los invasores y de sus correligionarios belgas.
¿Héroe, canalla, ciudadano del montón?
Ésos son los hechos, las interpretaciones son libres y tan idiotas como la capacidad de los intérpretes. Así, mientras que el actual movimiento neonazi europeo reclama al primer Tintín casi como un nuevo Mein Kampf y la Iglesia más conservadora lo reclama como «un dibujante de Acción Católica de fama internacional» (en la Revista Arbil, tengamos en cuenta que el partido nazi belga, Rex, se llamó Christus Rex), los del extremo de enfrente siguen viendo en el Tintín evolucionado las raíces extremistas del primero: en Milú, a un perro racista que desprecia mezclarse con “perros piel roja” (En Tintín en América); en la dipsomanía del capitán Haddock, un homenaje al abstemio Hitler; en los dos detectives idiotas Dupont y Dumond (Hernández y Fernández), una crítica de la debilidad de los cuerpos de seguridad de las democracias; en el profesor Tornasol, tópico de sabio loco, cuyas locuras ambicionan potencias extranjeras casualmente comunistas y, por último, pero no la menor acusación, en la ausencia de relaciones heterosexuales la homosexualidad de Tintín, o por lo menos su misoginia, dada la ausencia de mujeres en sus historietas -peor, la cruel caricatura de la mujer en la figura de la cantante de ópera Bianca Castafiore-, sin entrar en que algunos, quizá definitivamente obnubilado por los efluvios dopamínicos de su pensamiento, lo tachan de zoófilo por su relación con el de todas formas manejable, e imagino que adorable, Milú...
Los tintinólogos, especie de Legionarios de Cristo si Hergé fuera el Mesías, devuelven argumentos como quien da reveses a una pelota de tenis. Y concluyen lo que concluiría cualquiera: Como gran parte de los dibujantes de historietas, Hergé es un artista venido a menos, y si los artistas adolecen del vicio de la cultura, los dibujantes de historietas suelen ser autodidactas, de manera que recogen en sus historias los tópicos corrientes en la sociedad, los que refleja la cultura popular. En la que, por ejemplo, la idiotez policial es moneda corriente –desde Charlot al chiste: la policía no es tonta: ve colillas con marcas de lápiz de labios y dice: ha fumado una mujer-; el alcohol es un grave problema social y un drama en muchas familias y círculos restringidos; la liberación de la mujer empezó en los años setenta (¡En Suiza no pudieron votar hasta 1953!) y anteayer, como quien dice, fue la marcha por los derechos civiles de los negros de Martin Luther King... Hemos avanzado mucho desde 1968, pero no se puede pedir que lo asuman de la misma manera el nacido en 1907, Hergé, que al nacido en 1947 ni mucho menos a quien vivía antes de la II Gran Guerra que a finales del siglo XX.
Un tal Alex Tornasol, un tintinólogo que escribe en una de las numerosas páginas de la Red dedicadas a Hergé-Tintín (la chilena http://www.ergocomics.cl), define el raro atractivo del personaje con lúcida sencillez:
«¿Y juzga? ¡Jamás! Tintín es un liberal. No entra nunca en los defectos ajenos. Con similar paciencia tolera el carácter dipsómano de Haddock, que la ineptitud de Hernández y Fernández, como los desvaríos vocales de la Castafiore. Sólo cuando se pone en peligro la situación del grupo es cuando denuncia la actitud improcedente de alguien. Pero es un pronto, un instante, un ajuste de la acción. Entonces, si Tintín es tan sencillo, si su personaje aporta tan poco, ¿cuál es su papel, cómo ha llegado a protagonista? Pues precisamente gracias a su modo de ser».
Es verdad que no se refiere al primer Tintín, el que militó contra los revolucionarios soviéticos y el que enseñó a los negritos del Congo que su patria era Bélgica y el putero compulsivo Leopoldo II, su monarca “por la gracia de Dios”, pero sí es el que, convenientemente pasado por el tinte de los modales democráticos vencedores de la II Guerra Mundial, se ha fijado en la retina de la memoria histórica universal."
Es cierto que en "Tintín en el Tíbet" se despeñan varios sherpas porteadores de esos y Tintin grita "que horror, hemos perdido los viveres!" ?