En mi grupo de amigos, como buenos catalanes, pagábamos cada uno lo nuestro. Estábamos muy pelados como para actos de generosidad... Eso sí, si alguien tenía aún más carencias, se le abonaba lo que fuera entre todos. Pero la costumbre de las rondas no era habitual en absoluto. Como mucho, hacíamos un fondo común si íbamos de viaje para varios días.
Eso sí, al compartir piso con un amigo (con el que he ido de viaje varias veces), jamás tuvimos que sentarnos a hacer cuentas, ni la más mínima discusión por el tema de pasta. Los dos éramos muy rácanos, de modo que, más o menos, estábamos atentos a lo que gastábamos. Después, la confianza era tal que nos fiábamos el uno del otro, incluso en los momentos de inconsciencia alcohólica (esos días siguientes en los que compruebas con horror que tu bolsillo está completamente vacío). Si uno decía que se le debían veinte euros en lo que fuera, pues se pagaban y punto, sin discutir.
Un dato curioso. Desde que vivo en Asturias me llama la atención la tendencia a invitar que tiene casi todo el mundo. Algunso llegan incluso a enfadarse si les dices que no hace falta (cuando es la enésima vez que intentan hacerlo). Sólo falta la frase clásica de "¿es que mi dinero no vale?" A un tacaño catalán convencido como yo me resulta peculiar. De hecho, el amigo en cuestión ahora vive en Ibiza, y se encuentra en una situación similar: ha tenido que adaptarse a la costumbre de pagar rondas sin sacar la calculadora.