por Cataclon »
05 Ago 2015, 11:11
Mi historia con elfita prosigue con ella arrastrándome de la mano por la calle durante quince minutos hasta que finalmente me detuve.
-Oye ¿dónde vamos? -le pregunté, un poco harto de dar vueltas
-No sé, eres tú quién eres de aquí. Pensaba que sabías dónde podíamos ir -me contestó, mirándome extrañada. Hay que reconocer que algo de razón llevaba, pero entonces que no me hubiera estado arrastrando ella a mí sin rumbo alguno.
-Pues... no sé, la verdad -había gente en casa y desde luego yo, que no tenía un duro por aquellos entonces, no iba a pagar un hotel.
-Pues, vamos a un parque o yo qué sé... -dijo ella, no dejando que le pudiera el desaliento.
Entonces se me encendió la bombilla. A un parque, ¡claro! Había uno relativamente cerca y muy tranquilo, en la ladera de una pequeña elevación que tiene la ciudad, donde habitualmente no pasaba nadie. Así que, empujado por las ganas de ver qué podía ocurrir con mi elfita y ya olvidado el pequeño inconveniente de su tumor bucal, fuimos para allá, ella agarrándome de la cintura y dándome ocasionales e inquietantes mordiscos, a través de la camisa, al pezón, pero fallando objetivo la mayoría de las ocasiones (el traqueteo de ir andando, ya se sabe, hace más difícil acertar con un mordisco pezonero). Ni siquiera entonces, con las ganas que tenía de mojar, me quise dar cuenta que la situación era completamente extraña y anormal.
El caso es que llegamos al parque y subiendo ladera arriba, con el calor que hacía y que tenía, llegamos a un banco de madera apartado del mundanal ruido, yo sudando como un cerdo. El banco estaba lleno de mierda de paloma reseca, me acuerdo, pero ella pasó olímpicamente del tema y se sentó directamente. A mí, que soy bastante escrupuloso, me costó bastante más decidirme, hasta que finalmente encontré un rincón a su lado que tenía mejor aspecto. Ella puso una pierna sobre las mías y se lanzó sin más preámbulos sobre mí, a pesar de que yo seguía transpirando sin descanso y que estaba prácticamente sin resuello tras la subida a paso rápido que habíamos protagonizado.
Además de la lengua furiosa dentro de mi boca (con contactos esporádicos de su bulto calentito y amargo con la mía), sus manos recorrían salvajemente mi cuerpo, con la manía de pellizcarme los pezones, dándoles vueltas como si fueran un jodido interruptor, así que decidí contestar a su fogosidad sobando yo también. Fui a meter la mano por su generoso pecho y de repente, cuando ya tenía el brazo metido hasta el codo por su escote, me encontré con algo con un extraño tacto, como blando y elástico. Justo en ese momento ella dio un respingo.
-Perdona -me dijo, apartándose y, metiéndose mano por la camisa, se sacó primero un relleno de sujetador del tamaño de un balón de rugby y, después, el otro restante. Yo me quedé mirando fijamente donde antes había un pecho hinchado y glorioso y donde ahora se encontraban las llanuras siberianas. No es que no tuviera nada de pecho, pero claro, de verlo tan grande y redondito a ver las pequeñas e irregulares protuberancias que surgían ahora, me dio un bajón considerable.
Ella no debió darse cuenta de mi desolación porque, tras lanzar al suelo los dos rellenos, se lanzó de nuevo sobre mí, que ya estaba en un estado de estupor considerable. Sin embargo, no me detuve. Al fin y al cabo, ella era mona y estaba deseando fornicarme, así que decidí seguir hasta el final. El magreo siguió creciendo de intensidad, hasta el punto que ella empezó a soltar los botones de mi pantalón. Yo decidí seguir su ejemplo y hacer lo mismo con el botón y cremallera de sus vaqueros, introduciendo mi mano a continuación bajo sus bragas." Joder, qué matojo" me acuerdo que pensé. Una masa de pelo duro y enredado, como un estropajo de púas de acero. Seguí metiendo la mano, abriéndome paso en el Amazonas, cuando de repente me encontré con algo viscoso y pastoso en mi camino. No podía saber con exactitud qué era aquello, pero también me estaba encontrando pequeños trozos de algo (supongo que de esa sustancia extraña pero ya reseca) agarradas a los pelos.
Sin poder contenerme más, saqué la mano e inmediatamente sentí el nauseabundo olor que la acompañaba. Miré de reojo, porque ella seguía a lo suyo metiéndome lengua, y vi que las puntas de mis dedos estaban impregnadas de una sustancia blanquecina con tropezones. Entre el olor y el aspecto de esa cosa, me dio una arcada.
-Espera -dije. apartando a la elfita.
-¿Qué ocurre? -me dijo ella, mirándome enrojecida y enajenada.
-Pues...
La verdad es que no sabía que decir ni cómo afrontar aquella incómoda y asquerosa situación. Así que, presa de un súbito impulso, me abroché los pantalones y, ante su estupor, de un ágil salto, me puse en pie y salí corriendo. Creo que gritó algo mientras huía como alma que lleva el diablo, pero no entendí qué había dicho. Tras unos segundos de carrera, giré la cabeza, por si me seguía, y la vi allí, todavía sentada sobre el banco, gesticulando. Y esa imagen, de ella gritando y haciendo aspavientos, es lo último que volví a saber de ella, porque nunca más volví a conectarme al chat donde la conocí ni ella me llamó nunca más.