Joni· escribió:Los perros de presa son más majos que el copón, hombre. Le tienen al humano un respeto instintivo muy marcado. Con otros perros sí que suelen ser más porculeros.
En las estadísticas de ataques a humanos hechas con seriedad, corrigiendo prevalencias de cada raza, las razas de presa suelen aparecer en puestos bajos (excepto el rottweiler) en cuanto a número de ataques, no así en cuanto a la gravedad de los mismos. Las muertes por ataque de perro son todas por perros de razas grandes o perros de presa. Obvio. El líder indiscutible around the world en lo de matar gente es el pastor alemán, pero detrás vienen rottweilers, staffords, pitbulines, dogos y tal, mezclados con malamutes, huskies o dobermans. En EEUU, de 283 humanos muertos por perro entre 2005 y 2013, 176 murieron en las fauces de un pitbull.
El problema es determinar cuántas de esas muertes se producen por perros adiestrados para pelear. La opinión más habitual, a falta de recogida específica de datos, es que la inmensa mayoría de humanos muertos por un perro de presa son producidas por descuidos con perros adiestrados para el combate. Por mi experiencia con esas razas, adopto esa idea como si fuera mía. Ahí ya tendríamos un problema con el humano y no con el perro, entiendo.
Hace veinte años trabajé una temporadita en un bar de barrio, uno de esos garitos con olor a combustión de cannabinoles desde las 9 de la mañana y hasta la hora de cierre. Empezaba por aquel entonces la moda de estas razas, de cada dos chavales del barrio uno tenía perro mazas y los dos podían contarte una historia de fracaso escolar. Algunos directos a la constru, eran buenos tiempos, otros a la vida marginal. Un día coincidieron dos de ellos con sus perros, un pitbull y un cruce que ahora no recuerdo de pitbull con algo (Algo ft. Pitbull), que se engancharon en cuanto tuvieron hueco. Después de diez o quince segundos de violentísima razzia, llegaron a un punto en el que cada uno de ellos tenía mordido el labio inferior del otro. Quietos, porque si tiraban se quedaban sin labio, gruñendo en su peor tono. Los dueños agarrando los collares y gritándoles, pero nada. Daba miedo la escena, la verdad. Un cliente que andaba por allí, acostumbrado a tratar con perros, se metió en la cocina sin pedirme permiso, llenó el cubo de la fregona de agua caliente y se la echó encima a los perros, que se separaron de inmediato. Cada dueño agarró al suyo, los dos ladrando enfurecidos, deseosos de continuar la pelea. Uno de ellos metió a su perro en el bar y cerró la puerta, el otro se quedó fuera. Con una puerta de cristal por medio ya pudieron soltar a los animales. El de fuera estuvo como cinco minutos ladrando y enseñando los dientes, retando, desafiando, me puso el cristal perdido de babas el íoputa, hasta que el dueño se lo llevó para casa. El de dentro, en cuanto entendió que la pelea no continuaría, ignoró los ladridos del otro y empezó a pasearse por el bar con cara de niño triste, mirándonos a todos a los ojos, frotándose con nuestras piernas en busca de cariño.
El dueño del de fuera era un subnormal que no tardó ni medio año en desaparecer del barrio para pisar la cárcel por primera vez. De los últimos veinte años, habrá pasado en el maco doce o catorce. El dueño del de dentro era y sigue siendo un buen chaval, currela, majo, nunca ningún problema con nadie. ¿Casualidad? No lo creo.
Si tuviese un niño y tuviese que criarlo en un barrio de la periferia urbana, es probable que tuviese también un pitbulín o similar. No lo vería como un capricho, francamente. ¿Necesidad? Bueno, ya trataremos a Maslow otro día. Menos mal que no tengo niños ni vivo en Marginalia, por cierto, porque lo de tener perro me da una pereza importantísima.
Enredando por
AQUÍ y por
ALLÁ, podéis llegar a unos cuantos estudios hechos en diferentes países y épocas sobre mordeduras, ataques y ataques mortales. En alguna de las estadísticas incluso distinguen entre el ataque al dueño y a otros humanos. Está curioso, la verdad.