Antonio Sánchez: pongamos que hablo de "El Largo"
A Antonio El Largo creo que lo conocí en la playa de Las Acacias (Pedregalejo, Málaga), probablemente en la época de El Cachalote (finales de los 60 o principios de los 70), un chiringuito con techumbre de palma, algo diferente y más moderno que los tradicionales merenderos de "pescaito" con chambao de cañas. Se llamaba así porque al poco de abrirse o quizás inmediatamente antes, había aparecido, varado en la orilla, un cachalote muerto.
En dicho garito, instalado en plena playa, no servían comida, sólo bebidas, y también ponían música. Si no mal recuerdo lo habían montado los hermanos Morales (o gente de su círculo), los que promovieron e impulsaron el Voleibol (hasta entonces llamado, mayormente, Balonvolea) en Málaga, cuando casi nadie conocía ni practicaba tal deporte.
Volviendo a Antonio, el caso es que la imagen más nítida que tengo de él es en la citada playa, bajo la intensa luz del sol de verano, cerca del taller y de la casa del padre de Pepi, que hacía y alquilaba barcas. Lo recuerdo, unas veces, tocando la guitarra, y otras, chorrando olas, con o sin tabla de mano. Más tarde, cual Beach Boys ("Sarfin' USA", "Barbara Ann") -por cierto, qué buenos eran !- se pasaría al surf, y finalmente, por imperativo climático-oceanográfico, al wind-surfing.
El Largo tocaba la guitarra de maravilla, con estilo, y también cantaba con clase canciones de Leonard Cohen, como "The Partisan" y "Suzanne"; de Cat Stevens ("Mornig has broken", "Moonshadow",…) y de los Beatles, entre otros. Y qué envidia, qué bien lo hacía el condenado, era una delicia escucharle, un éxtasis.
También lo recuerdo dibujando en la Escuela de Artes y Oficios de Málaga, en El Egido, donde recibía clases de dibujo artístico, junto con La Trucha (Maripaz), que terminaría siendo su mujer, y mi amigo Bibi, que desde siempre tuvo claro que quería ser pintor o artista en general, y con el que tan buenos ratos compartí. Creo que también estaba "Harrison" (Carlos Meliveo), el hombre tranquilo, que tocaba el piano y la guitarra muy bien. Antonio y Bibi estuvieron una temporada en Madrid para proseguir su formación en una academia de arte.
Coincidíamos mucho en el Bar Centro de Pedregalejo, que todavía sigue en pie (aunque hace muchos años que no he vuelto a entrar), uno de los primeros bares de copas o más bien “de estar”, al estilo pub británico, de Málaga; es decir no era un bar de tapas ni una cafetería al uso. Un tiempo después, en el mismo barrio, abriría el carismático Galeón, y a partir de entonces, hasta la saturación, uno tras otro: Barbacoa Jazz, La Galera, Bolivia 41, Wiz, La Chancla (ahora Cohíba) y un largo e interminable etcétera. Pasado algún tiempo el centro neurálgico de la movida se desplazó, con la música a otra parte, y desaparecieron casi todos, como por arte de magia, para mayor tranquilidad de los vecinos.
Precisamente uno de los bares más emblemáticos de la movida malagueña fue Zambra, también en Pedregalejo. Tenía un ambiente fenomenal. Allí fue a parar Antonio, de camarero, a finales de los 70 o principio de los 80. Y por él pasaron gente del mundillo de la farándula, como Antonio Banderas, o del mundillo musical, como Joaquín Sabina, por entonces apenas conocidos y con unas carreras incipientes. Este último, en una de sus actuaciones en dicho bar debió trabar amistad con Antonio. Pronto empezaron a tocar y a cantar juntos y Sabina terminó trayéndoselo a Madrid, a su casa de Tabernillas, situada en el barrio de La Latina, para que le acompañara a la guitarra y le hiciera los coros. Él es, por consiguiente, su descubridor, el que le abrió las puertas de su carrera musical, aunque yo -queda dicho- lo vi primero.
Al poco tiempo, Sabina incluiría en su repertorio "Pongamos que hablo de Madrid", cuya música -muy pocos lo saben- es de Antonio Sánchez.
En "Sabina en Carne Viva" (2006), obra del propio Joaquín y de Javier Menéndez Flores, que recoge las entrevistas que este último le hizo a lo largo de varios días, y tiene, por lo tanto, un carácter autobiográfico, no menciona para nada a Antonio “El Largo”, con el que debió tener algún problema serio después de La Mandrágora y de que Joaquín Sabina empezara a electrificarse y formara su primera banda, Ramillete de Virtudes, en la que todavía estaba Antonio. En el disco Ruleta Rusa (1983), todavía figura Antonio en los agradecimientos ("porque cada vez que miro a la derecha, en el escenario, está ahí, sonriendo").
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