Yo vengo a hablar de lo mío. De la sensación de liberación que tengo, mezclada con alegría todavía por desbordar si el PP no hace mañana un Tamayazo.
Para mi, que tengo 23 años, y tengo la sensación de que para buena parte de las generaciones que rondan la mía, lo que hoy ha tenido lugar es especialmente emotivo. Y me explico. La crisis ha marcado nuestro salto entre adolescencia y edad adulta y ya es parte de nosotros, afectando a todas las decisiones sustanciales tomadas y por tomar en lo que nos queda de vida. Incluso aunque en un futuro encontremos la estabilidad económica que hoy echamos en falta, nuestro ciclo vital quedará marcado por las insuficiencias del presente. Por aquel máster que no pudimos estudiar, aquellas prácticas no remuneradas, aquel curso de inglés que no pude hacer, aquel trabajillo que tantas horas me quitaba, ese trabajo que acepté a pesar de condenarme a la precariedad más absoluta, la vez que no pude irme de casa con mi novia porque no me daban los números, o la imposibilidad de establecer un proyecto de vida que sobrepase la supervivencia.
Paralelamente, existía un elemento de convivencia con todos estos años: el gobierno de Rajoy. No hemos conocido, en realidad, ningún otro. Bueno, recuerdo los últimos años del gobierno de Zapatero, pero mi toma de conciencia política y la mayor parte de mi socialización política vino con Mariano en el gobierno. Daba la sensación de estar ahí casi por elección divina, más que como respuesta a un proceso democrático, y habíamos asumido como inherente el papel de oposición. Daba igual lo horrible que fueran nuestras perspectivas futuras, o lo terrible que fuera su gestión. La corrupción, las burlas, las elecciones que fueran viniendo. Que pataleáramos, votáramos nuevos partidos, nos manifestáramos. Seguía ahí. Incluso resistió 2015, donde cayeron Madrid o Valencia. El cambio le era ajeno, desgraciadamente, probablemente vinculándose a una oposición cada vez más desorientada.
En realidad, habíamos naturalizado esta relación, que se canalizaba en frustración y casi que, en última instancia, en apolitización. La política era un deporte de once contra once, donde siempre ganaba Rajoy sin hacer nada, qué mas daba. Y las perspectivas no eran precisamente alentadoras, con una mayoría naranja en camino, como punto y final de una crísis multinivel que puso patas arriba todas las instituciones del Estado.
Hoy, aunque sólo sea de forma precaria, se rompe este vínculo. Parece, toco madera, que habrá cambio de gobierno. Pudiera ser una pequeña victoria, pero pase lo que pase en un futuro, no lo es. Justicia poética, y círculo roto. Sánchez, que no tardará demasiado en volver a defraudarnos en base a su intachable instinto de supervivencia, va a tener dificilísimo gobernar, y es estúpido esperar gran cosa del cambio de gobierno, más allá de algún pequeño gesto que va a contar con una oposición feroz desde todos los sectores conservadores de la sociedad. Pero tiene un valor simbólico incalculable. Por eso, y siento el tocho, pero acabo de llegar a casa: qué felicidad, carajo. Qué ganas tenía de mirar a Moncloa y no verle. Mañana vendrán los peros, y pasado los análisis catastrófistas, pero nos merecíamos una alegría así.