por Hay_sinla »
24 Mar 2013, 19:39
(De El último edén, de José Gómez Muñoz)
Qué bonita es la sierra y cuánto duele. Qué bonita es tu sierra. Al remontar la carretera, la misma de aquellos tiempos pero hoy ya mejor arreglada, con asfalto nuevo y más ancha, enseguida el pueblo al frente. Aplastado en la ladera, entre pinares, al sol de la media mañana y todo hermoso. Ahí están las huertas, las casas blancas, algunas todavía con el color de los ladrillos, el río amado que me atraviesa el alma, la nave, las ovejas, los tornajos, los álamos, el bosque de majuelos, el rumor de agua, tu perfume y el silencio de siempre. El terrible silencio que tanto me ha matado y dado vida a un mismo tiempo.
La carretera sube un poco, remonta al pueblo y de ella se aparta un tramo menor que se va río arriba. Por ahí me voy a meter para recorrer algunos de los mil rincones bonitos que por ahí tenemos. Los tengo yo soñados, pisados, llenos de la mejor belleza y la mejor aroma. El río con su vega de huertos a un lado y otro, sus álamos jugando con el suave viento, las chicharras arropándolos con sus cantos y el gran silencio de esta sierra tan amada por mí. La carretera que remonta al pueblo. Dios mío cuánta belleza por aquí. La higuera de la curva donde nos paramos tantas veces a coger higos hoy no está. La busco con mis ojos y no la veo. Cuando arreglaron esta carretera, al quitarle la curva, se la llevaron por delante. ¿Te acuerdas de aquel verano, del siguiente y de los siguientes? Seguro que tienes que acordarte porque tus juegos por aquí fueron muchos, tu sonrisa y el gozo por la vida y el momento. Fueron muchos y todos muy bellos. Todos impregnados de una fuerza y vida que se escapaban al tiempo y a la belleza de estos paisajes. ¿Te acuerdas? ¿Quién me iba a decir a mí que después de tantos años, tantas heridas en el alma, tantas batallas perdidas, tantos sueños rotos y tantas veredas recorridas buscando un sorbo de agua fresca, iba a volver por aquí? ¿Quién me iba a decir a mí que este verano, sin nombre, más árido que nunca en mi espíritu y en la soledad más grande iba a volver por aquí?
Me paro en la curva de la higuera donde, en aquellos veranos, tantas veces cogimos higos maduros y miro despacio. Y no está, la higuera no está. Para arreglar la carretera rompieron el pequeño cerrillo por donde corrías tras tus juegos, se llevaron por delante a la higuera y a todas las plantas que por aquí crecían. Varios pinos, algunas carrascas, retamas y el cerrillo de tus juegos en aquellas tardes de verano. Me duele la soledad que traigo en mi alma y me duele lo que mis ojos ven por aquí y por allí. ¡Qué rara ha sido mi vida a mi paso por este mundo! Se me va acabando y por eso siento con más intensidad lo extrañamente rara que ha sido mi vida a mi paso por esta tierra. Te voy viendo, en ausencia, en cada puñado de tierra, cada metro de la carretera, cada recodo del río, cada sombra de álamos, pinos y encinas y en la silueta de las montañas que me rebosan por los lados. Te voy viendo y no estás. Sólo estuviste en aquellos días y aunque eras real y muy bella, fuiste como un sueño dulcísimo y suave que se tragó el mismo viento que en cada momento por aquí nos abrazaba.
La carretera remonta recta para el pueblo y por la derecha se aparta la que voy a tomar. La que lleva a donde el río se remansa, crecen los romeros, saltan las ardillas y por la sombra de los pinos aun revolotean tus juegos y sonrisas. Un poco antes de la piscina natural donde la gente se baña y te bañaste tantas veces me encuentro el camping. Lo construyeron al año siguiente de irte de mi vida. Por eso no tengo en él ni recuerdos ni añoranzas tuyas. Lo siento y me duele porque en el fondo es igual. Por esta estrecha carretera que sigue igual pasaste y pasamos muchas veces y por eso saben a tanto a ti. Mientras avanzo lento por esta estrecha carretera de asfalto rugoso me voy encontrando con las huertas. Por la derecha y entre la carretera y el río siguen las huertas y como en aquellos veranos repletas de tomates, pimientos, lechugas, cebollas y las acequias por donde llega el agua que riega las tierras. Todo igual. Como si lo de aquellos días fuera hoy mismo. ¡Cómo pasa el tiempo y cómo silenciosamente va tiñendo de gris lo que ayer fue azul, alegre y bello!
No puedo apartar de mis oídos el canto de las chicharras que en estos momentos desgranan sus conciertos por entre estos pinos y álamos y aunque todo es en otro tiempo y otro verano suenan con las mismas notas de aquel verano. El perfume que mana de los romeros, la mejorana y los espliegos es el mismo y sabe a muerte. Sabe a ti y por eso acentúa el amargor de tu ausencia y la belleza de lo perdido. Qué normal sigue siendo todo lo que por aquí mis ojos van redes cubriendo. La misma normalidad que encontraba por aquellos días en la gente que por aquí vi y es la aceptada por la gran sociedad. Y sin embargo sigo creyendo que el más rico y hermoso de todos los estados del ser humano es la LOCURA. Sólo este estado permite sentir y percibir sensaciones y realidades que de ningún otro modo es posible gustar. La paz, la tranquilidad y el equilibrio no llevan nunca a la locura. La pasión que siempre ardió en mi alma, en aquellos veranos y en este de hoy, me llevaron a sentir y gustar el sabor de la vida y de la muerte. Por eso ahora lloro mientras recorro la estrecha carretera que lleva al rincón de los pinos y a la piscina remansada. Suenan las notas del piano que tocaba el otro día. Es un tema que me salió de pronto y lo grabé en una cinta. Ahora, mientras voy recorriendo los rincones que pisé en aquellos veranos en que estabas, voy gozando de la belleza de estas notas. Me ayudan a que el dolor sea más dolor y la soledad más densa. Nunca oíste esta música porque ha nacido no hace mucho. Por eso no la conoces ni tengo esperanza que la conozca nunca. Es una música única, mía, salida de mi alma, tocada y grabada por mí con la fuerza de tu añoranza y tu lejanía y por eso me ayuda en estos momentos. A sentirme más triste y a sentirte más lejos y ausencia.
Cruzo el viejo control. Donde ya en aquellos días no controlaban nada y aún sigue igual. Pero aquí sigue la vieja construcción, los postes que cortaban el paso, los pinos y el asfalto de la carretera. Rozo las rocas que escoltan a un lado y otro y antes mis ojos ya tengo las aguas azul diamante en la piscina remansada en el río. La que primero fue un charco, luego una balsa natural y más tarde una piscina artificial para que las personas se bañen en ella. Lo hiciste muchas veces en aquellos años de tu gran belleza porque eras inocente como las flores de la primavera en estas sierras. Mis ojos te vieron y aunque era cierto que estabas y eras tú nunca llegué a creérmelo. Tan bello me resultaba a mi alma y a los sueños de mi corazón que nunca llegué a creérmelo aunque podía tocarte y sentir los latidos de tu corazón.
En aquellas misteriosa y hondas tardes de verano nunca podía creerme que fuera cierto tu presencia surcando las aguas de este delicado charco. Tampoco me lo creía cuando ya la tarde caía y la sombra de la noche me arropaba con tu recuerdo en mi mente. Una vez y otra soñaba, saboreaba los juegos que por la tarde habías jugado y aunque daba gracias al cielo jamás me convencía de que aquella realidad me estuviera pasando a mí. Pero era cierto y por eso ya en aquellos momentos mi dolor era tan grande o más a como lo es hoy. Sabía que el tiempo me lo arrancaría y solo pensarlo se me llenaba el alma de angustia. Y el tiempo me lo arrancó. El tiempo te alejó de mi, te borró de mi mente, de mi corazón, de la sangre de mis venas y aunque grité como el loco más loco que nunca haya existido nada cambió. Nadie lo supo, nadie me echó una mano, nadie me ayudó ni me regaló un sorbo de agua para calmar un poco el dolor que me mataba en vivo. Tampoco tú. Y mi amor era sincero. Yo que lo conozco porque se hizo muerte y vida en el corazón que aun me late en el pecho digo que fue el amor más sincero y grande que nunca jamás nadie haya experimentado bajo el sol. Pero te fuiste, te alejaste llevándote la vida, el perfume de estas sierras, mis ríos de sueños y los latidos de las primaveras que por aquí me abrazan y me quedé con mi dolor. Por aquí paso hoy y sigo con mi dolor. Más grande, extraño y ácido que nunca porque ahora ya ni siquiera puedo venir, de vez en cuando, por estos rincones. Aunque ni estés ni vuelvas nunca más yo ahora ya ni siquiera puedo venir por estas sierras a llorar mi dolor mientras se me remueven los recuerdos. Ahora soy un desterrado en una ciudad que muchos llaman hermosa pero que está lejos de aquí y allí sigo muriendo. Muriendo más triste aún que cuando estabas y mis ojos podía verte y más triste que en estos mismos momentos. En aquella tierra extranjera y ácida para mí me muero entre cuatro paredes, frente a unos árboles que ni me conocen ni conozco y contemplando un trozo de cielo que ni es azul ni tiene belleza. Lo siento y lloro mi dolor y por eso como tantas veces ni doy gracias al cielo ni le pido nada. Sé que todo me viene de él y todo se me regala para mi dicha pero como a tantos otros en este mundo me siento desgraciado, muy desgraciado e injustamente tratado. Tanto he amado y creo que desde lo más limpio que no merezco la cárcel y la angustia que día tras día estoy viviendo. No doy gracias al cielo ni pido nada porque aunque todo sea digno y todo sea hermoso se me está obligando a vivir una vida que no es la que me pertenece según el alma y el corazón que llevo en mi cuerpo. Lo siento.
Rozo las aguas de este azul charco que ni siquiera me conoce aunque tanto me duela y sigo. Sigo sin poder seguir porque hasta mis oídos llega el rumor del agua en forma de chapoteos y juegos tuyos. No quisiera oír, no quisiera oler, no quisiera sentir pero sucede todo ello y con una fuerza que me tortura. Miro y descubro que las aguas son azules verdes, transparentes y claras. Como en aquellos días y también como en aquellos días juegan los niños y las personas mayores se lo pasan bien jugando con ellos. Los coches se amontonan bajo los pinos, junto a las mesas se apiñan las personas frente a los vasos llenos de cerveza y los chorizos recién asados. Cantan las chicharras y el sol quema. Hace calor. Tonto o más como en aquellos días.
Mientras voy pasando y me muero a chorros también como en aquellos días me digo que tampoco hoy tiene sentido mi presencia por aquí. No tiene sentido y por eso me digo que es absurdo el que haya vuelto. Es absurdo que haya vuelto y pasa por este rincón tan solitario como en aquellos días y con el mismo amargor. La sombra de los pinos me acaricia levemente para que el sol me queme un poco menos y mis ojos se fijan en el mural de azulejos que tantas veces vi. Es el mural que levantaron para dibujar en él un breve mapa con los puntos y caminos más importantes que rodean a este rincón. Siempre me resultó simple este panel y me lo sigue resultando pero es indudable que tiene su utilidad. Para los que por aquí vienen por primera vez este sencillo mapa seguro que les sirve. Todo sigue en su monotonía, en su silencio.
Son ya las doce y media de la mañana. Cae el sol y calienta con fuerza. Desde aquí para adelante en la dirección que llevo, barranco arriba la sombra de los pinos va arropando delicadamente. La carretera sigue con su mismo asfalto. Desde aquellos días a pesar de haber pasado tantos años no la han arreglado. ¿Para qué quieren arreglarla? A mí desde luego no me sirve para nada pero a los que son de por aquí, a los que viven en estos pueblos les vendría muy bien. Cuando termine de hacer la breve visita que en estos momentos estoy realizando será mi final total. Nunca más volveré a venir ni a pasar por aquí. Ahora sí que ya será nunca más. Por eso digo que no me sirve para nada o en el fondo me da igual que arreglen esta carretera o hagan cualquier otra cosa. Pero ya lo he dicho: creo que las personas que viven en este pueblo y en los otros que conozco tienen derecho a una carretera mejor y a otras muchas cosas.
Avanzo y mis ojos van recorriendo los paisajes, los rincones, los barrancos, los caminos... Por todos estos sitios estás. No como yo quisiera y necesito pero estás. Eres esencia viva y por eso te palpo, me dueles y me das las vida. Dios mío qué extraño es lo que en esta vida me está tocando beber. Por todos estos sitios estás. En aquellas tardes de primavera, en las mañanas del otoño gris, en las horas de los inviernos repletos de nieve, escarchas, hielos colgando en las cascadas y charcos helados. Por todos estos sitios estás y ni pude beber en aquellos tan bellos momentos ni ahora ni nunca. Nunca podré beberte ni tocarte ni saciarme de ti según me grita la sangre que me da vida.
Cuando el frío, junto a las lumbres que encendimos una vez y otra al borde de los arroyos y cerca de las fuentes. Cuando asábamos las castañas en las brasas de estas lumbres mientras tus juegos y mis juegos llenaban las horas de dicha y luz. ¿Te acuerdas de aquellos chorizos crujiendo sobre las ascuas de las lumbres? ¿De aquellos bocadillos cuando ya el chorizo estaba bien asado y entre aquellos trozos de pan recién amasado? ¿Te acuerdas de aquella ardilla saltando por las ramas de los pinos a cinco metros de donde jugábamos? Tantos días han pasado y tantas cosas nuevas fueron trayéndote cada uno de estos días que seguro ya no te acuerdas de nada de aquello. En el fondo me da igual. Ni gano ni pierdo si recuerdas o has olvidado pero en el fondo no me da igual. Yo salí perdiendo y mucho y desde entonces y hasta final de mis días y puede que toda la eternidad esté añorando la belleza que se me murió a pesar de haberla amado y abrazado tan fuertemente en mi corazón.
En este punto la carretera se empieza a separar del río que va quedando por la izquierda. La carretera se pega al arroyo y unas veces por la derecha y otras por la izquierda sube por el amplio barranco y la espesura de los pinos. A cada metro que recorro me digo las emociones saltan en mi mente. Me sé de memoria esta carretera. Cada curva, cada bache, cada trozo de cuneta, cada pino clavado a los lados… todo me lo sé de memoria y eso que parecía que ni siquiera prestaba atención cuando la recorría en aquellos días. A cada metro que recorro las emociones me brincan en la sangre y en la mente y para auto ayudarme, como tantas veces en esta vida mía, me digo que recorro esta carretera libremente. Solo por el placer, aunque se me vaya convirtiendo en dolor, de revivir las emociones de aquellos días y de sentir la angustia de mi honda soledad.
¿Dónde estás en estos precisos momentos? ¿Qué tienes en tus manos que le hayas arrancado a la vida? ¿Qué casa te cobija, por qué calle vas, qué aire te besa y qué ilusión llena los pliegues de tu alma? También digo en que en el fondo me da igual. Que hagas o seas en estos momentos esto o aquello en el fondo me da igual. Nunca pude gozar ni siquiera de aquello que rozaste y menos de aquello que amaste. ¿Por qué me torturo ahora pensando en lo que es sólo puro sueño en mi mente? Y vuelvo a repetirlo: los sentimientos y realidad que en estos momentos atravieso sé que será para siempre. Para siempre ya.
Por la derecha se me presenta la fuente donde bebimos tantas veces. Entre pinos y álamos se me presenta la fuente y ni siquiera me paro. La miro sin detenerme demasiado y compruebo que por su caño de hierro hoy no corre el limpio caño de agua. Enseguida intuyo que se la han quitado un poco más arriba. Un poco más arriba está el camping que por aquellos días construían. El agua que debería salir por el tubo de hierro que hace de caño en esta fuente la han cogido para las necesidades del camping. Indiferente me digo que también me da igual. Las cosas de por aquí, aun siendo tan importantes en este trozo de vida que me está tocando vivir, me dejan indiferentes. Me da igual que le hayan quitado el agua a esta preciosa fuente donde tantas veces bebimos y por eso tanto sabe de nosotros. Me coge tan lejos y es tan extraña a las realidades del dolor de mi vida que me da igual aunque me duela mucho. Todo lo que voy viendo y recorriendo me duele mucho pero me da igual porque no tengo otra alternativa.
Unos metros más delante de la fuente la carretera se empina ladera arriba. La pendiente por aquí es mucha porque por los lados rebosan grandes montañas. Paso ahora por el sitio donde están los tornajos. Los que pusieron cuando jugábamos aquella tarde casi acurrucados a las llamas de la gran lumbre. Tiene su nombre este rincón y bien que me lo sé pero ¿para qué quiero decirlo? Pero por si algún día alguien lee estas líneas y desea enterarse diré que este rincón se llama Peña del Olivar. En un sentido amplio a todo este rincón y desde la piscina remansada para arriba se le conoce por la Peña del Olivar. Al menos esto es lo que por aquellos días aprendí y todavía recuerdo.
En los tornajos que me van quedando por la derecha y el lado de abajo, entre el arroyo y la carretera, se extiende la llanura de los olivos. Cerca la cascada de la acequia y los pinos de bello porte. En aquellas tardes, más de mil y todas deliciosamente bellas, junto a estos tornajos estuvimos comiendo los bocadillos de chorizo, las castañas asadas en la lumbre de la llanura y jugando los juegos de la ilusión más limpia. En aquellas tardes, al principio, todavía no estaban los tornajos. Sólo había una pequeña fuente con su chorrillo limpio y la música del agua cayendo de este chorrillo. Luego construyeron estos tornajos y aunque nos extrañó un poco enseguida nos acostumbramos a su presencia. Todavía siguen aquí y sólo Dios sabe hasta cuándo.
Por el carril de tierra que desde esta carretera se aparta para los tornajos suben dos burros muy viejos y famélicos. Sobre sus lomos dos ancianos sentados que ni siquiera me miran al pasar. Sus caras están arrugadas, tostadas por el sol y resecas. ¿De dónde vienen y quienes son? Ni me conocen ni los conozco. Por la derecha y remontado en todo lo alto de la cumbre me va quedado la Piedra de los Agujeros. Un bonito peñón donde anidan las águilas y que siempre me llamó la atención pero que nunca toqué con mis manos. Por las cumbres de estas sierras nunca anduve. Por eso desde aquellos días me siguen pareciendo misteriosas, lejanas y llenas de secretos. Al fondo veo al pueblo sobre la ladera. Recostado como en aquellos días y sumido en sus sueños también para mí misteriosos. Por aquellos días y hoy también envidiaba y sigo envidiando a las personas que viven en este pueblo. Siempre los sentí mejores que yo. Igual me ha pasado con todos los habitantes tanto de los pueblos como de los cortijos de estas sierras. Todos sois mejores que yo y sin embargo ninguno ha llegado a ser amigo sincero mío. Por más que lo he querido y hasta lo he suplicado en más de una ocasión no logré la amistad sincera de nadie de estas sierras, de sus cortijos, de sus aldeas y de sus pueblos.
La otra fuente a la sombra de los pinos y esta sí tiene su chorrillo de agua. ¡Qué bonito es todo este rincón! Rozo ahora el recogido lugar por donde corría el arroyo y se despeñaba la cascada de aquellos juegos en las tardes y mañanas. Hay una acequia tallada en el tronco de un pico que cruzaba de un lado a otro de la cascada para conducir el agua a las tierras que debía regar. ¡Cuántas veces fuiste y viniste por este tronco de acequia! Te inventabas un juego y enredado entre sus brazos te ponías a hacer equilibrio por los bordes de la acequia tallada en este tronco de pino. Hoy no veo este tronco de pino. Estoy seguro que ya no está. Ha pasado tanto tiempo que no puede estar. Se tiene que haber podrido y seguro que la acequia también se ha roto. Ya no riega ninguna de las tierras que regó en aquellos tiempos porque estos rincones ahora son Parque Natural.
Más adelante del rincón de la cascada y también por la izquierda se aparta un ramal de carretera. Va al rincón del que por aquí llaman antiguo Seminario. Un edificio muy grande que construyeron en tiempos lejanos y que en los últimos años lo fueron adaptando hasta rematarlo en un lujo hotel. Por este ramal de pista me aparto y en unos metros ya estoy en los aparcamientos de este lujoso y amplio hotel. Dejo el coche junto a los otros coches lujosos que esta mañana hay aquí y mientras me dirijo a las puertas de este edificio miro y observo. Desde hace mucho tiempo me intrigó este rincón y el edificio que digo. Pero en aquellos días y los que siguieron no vine nunca por aquí. Era como si respetara algo muy privado y a la vez extraño. Al pasar hoy no he podido contenerme y aquí estoy.
Sé la historia no del edificio viejo sino la del hotel que de aquello construcción ha resultado. Una historia que se mezcla y enreda con las de otros edificios y hoteles dentro de este Parque Natural. Y las personas que protagonizan la leyenda de esta historia tienen mucho a sus espaldas. Una extraña fábula a la que dieron lugar ellos mismos y que ha dañado a muchas de las personas nativas de este Parque. No diré nada más porque creo que de mi parte no debo perder ni un minuto en los cuentos de estas personas. Me duelen porque no las encuentro correctas pero a mí no se me ha perdido nada en esto.
Entro al lujoso y nuevo hotel. Saludo y pido alguna información. Como me esperaba todo está enfocado para gente con mucho dinero. Dormir una noche aquí no está a mi alcance. No puedo yo gastarme el dinero que cuesta una habitación para una sola noche. Lo siento y doy las gracias. Salgo y me retiro. Observo que el edificio está levantado en un rincón muy bello. Quizá el rincón más bello de todas estas sierras. Le han construido amplios y buenos aparcamientos, campos de golf, piscina y hasta algunos espacios para que se lo pasen bien los niños. Han levantado un buen hotel y con mucho lujo en este rincón del Parque Natural.
Me pongo en marcha y por la misma carretera que he llegado regreso, al llegar a la que sube desde la Peña del olivar tuerzo para la izquierda y sigo remontando. A los parajes que ahora voy a recorrer siguiendo la carretera hasta la cumbre se le conocen con el nombre de la Umbría de los Talazos. Una extensa umbría tupida de pinares de la especie laricios que son los que tienen troncos recios, rectos y blancos. A pesar de aquellos “Talazos”, gran tala, quizás descontrolada y por eso a lo bruto, en la hermosísima umbría crecen ejemplares de pinos muy bellos. Por aquí la carretera asciende mucho más llana y va cortando la curva de nivel de los mil trescientos metros hasta llegar a los mil cuatrocientos y algo más.
En poco rato corono a la cumbre. Por aquí la carretera se endereza un poco y lo hace justo cuando ya se torna llana y se mete por entre un espeso y recio pinar de pinos laricios. Es muy bello este rincón. Desde el primer día que lo vi me gustó por la belleza de sus pinos, las tierras que lo conforman, las sombras que proyectan estos pinos, los amplios horizontes que desde aquí se abren y otros mil matices que me llegan a alma y no sé que nombre tienen. Recorro despacio el trozo de carretera que corona y vuelca y al girar para la derecha y comenzar a bajar por la que ahora es vertiente del río Tus y terrenos próximos a las Acebeas, por la izquierda se me queda un carril de tierra. Lo recuerdo. Es el carril que baja a la serrería del río Tus y que recorrí y recogí en mi libro “Desde Segura de la Sierra el pueblo de la Cumbre”. ¡Qué tiempos aquellos y con cuanto sentimiento los revivo en estos momentos!
Ya por aquellos días vivía la angustia del destierro que presentía y que se confirmó tan solo unos años más tarde. Y tengo que decirlo: a lo largo de todos los días que tuve la suerte de pisar estas sierras sentí vivamente la angustia del destierro. Lo temía en todo momento y especialmente al terminar el curso. Y un día, tal como lo había presentido el destierro se confirmó. Se hizo realidad y hoy, cuando escribo estas líneas, lo hago desde la cárcel de ese destierro. Muy lejos de las sierras que voy describiendo. La muerte y la angustia se me amontonan en la garganta y en el alma y no me deja vivir. No puedo vivir porque estoy viviendo una realidad que ni me pertenece ni amo. Lo siento de verás. Lo siento mucho.
Recién coronada la cumbre de la Umbría de los Talazos giro en la curva por donde a la derecha se aparta el carril de tierra que lleva a la Serrería del río Tus y al cortijo de Cardeña. Enfila la carretera hacia el rincón de las Acebeas y en cuento traza unas cuantas curvas muy cerradas se mete en un pequeño arroyuelo. Mas que arroyuelo es una amplia cañada donde empieza a fraguase el cortico arroyo del Tambor, afluente del arroyo Andrés y éste a su vez a fluente del arroyo del Tejuelo y del río Tus por la cascada del Saltador o del Saltillo. Justo aquí mismo, donde la carretera cruza la vaguada de este incipiente arroyo del Tambor, por la derecha se aparta otro carril de tierra. Es un carril amplio y llano pero muy misterioso para mí. No lo conozco. No lo he recorrido nunca y hoy tampoco lo voy a hacer. A pesar de mis años recorriendo estas sierras todavía me quedan muchos rincones sin pisar, sin conocer, sin amar aunque esto último no sea cierto.
Pero de este carril sé que sube llaneando por las tierras de la cañada que viene dando forma al arroyuelo del Tambor y se asoma para el barranco de la Umbría de los Talazos y el arroyo de la Canalica que es el que he recorrido desde la Peña del Olivar hasta la cumbre. Este carril de tierra o pista forestal como también le llaman en estas sierras se asoma al barranco que he dicho y un poco antes de llegar a los Pozos de la Nieve tiene un bonito mirador sobre el barranco que atrás decía. Va este carril por el lado norte del monte de las Acebeas que tiene 1536 metros de alto y en su punto más elevado alcanza los 1620 metros. En cuanto pasa el lugar de los Pozos de la Nieve se viene para el lado de la derecha que es el lado del barranco y por donde sube la carretera y comienza a bajar hacia el Camping de la Canalica. Es el camping que construyeron por encima de la cascada de nuestros juegos en aquellas tardes y por eso le quitaron el agua tanto a la cascada como a la acequia que corría por el tronco del pinto y también a la fuente que hay junto a la carretera.
El que carril que vengo comentando en cuanto pasa los Pozos de la Nieve tuerce para la derecha y enseguida roza un rincón muy bello. Se le conoce con el bonito nombre de la Fresnedilla. Esta palabra hace referencia a un lugar donde crecen fresnos pero no en gran cantidad y por eso es Fresnedilla. En diminutivo y aclaro ahora también que este nombre se repite mucho a lo largo y ancho de estas sierras. Hasta donde yo sé estas son las veces que se repite: Dehesa de la Fresnedilla, cortijo de la Fresnedilla, La Fresnedilla, casa forestal de la Fresnedilla, arroyo de la Fresnedilla, Filos de la Fresnedilla, Fuente de la Fresnedilla, Barranco de la Fresnedilla, Senda de la Fresnedilla a los Hoyos de Muñoz. Y los puntos son por el nacimiento del río Aguasmulas, Sierra de las Villas, barranco de Roblehondo, por las Acebeas y otros lugares.
En mi recorrido de hoy por este concreto rincón de la sierra y mientras una vez más me empapo de lo que tanto amo y vitalmente necesito, mientras una vez más me despido a la vez que abrazo y saludo en este tan singular encuentro, ya dejo atrás el carril de tierra que venía diciendo. La carretera ahora se pone recta sobre las llanas tierras de la cañada que va dando forma al arroyo del Tambor y los hermosos pinos laricios me siguen saludando. Es muy hermoso este rincón. Por la izquierda me va quedando el surco del arroyo, las tierras llanas y un buen bosque de pinos aun no muy grandes. Por la derecha se empieza a estirar la ladera del lado norte de las cumbres de las Acebeas. Sobre 1200 metros es la altura por aquí.