por Hay_sinla »
07 Feb 2014, 12:29
¿Nos animamos a hacer el de Masopust?
Cuando Josef Masopust se registró en el hotel chileno en que se hospedaba su selección en mayo de 1962, el recepcionista escribió mal su nombre y su apellido: "Joseph Masapost". Pero para cuando el centrocampista se embarcó con el equipo checoslovaco en el vuelo de vuelta a Praga tras disputar la Copa Mundial de la FIFA de aquel año, todo el mundo sabía quién era.
Porque para entonces Masopust se había metamorfoseado de villano nacional —por su presencia obligada en el equipo del ejército rojo de su país— en eterno ídolo checo, al meter milagrosamente a los tapados de Rudolf Vytlacil en la final y amenazar con una revolución de colosales dimensiones al marcar el primer tanto del duelo contra los reyes brasileños.
Los goles de Amarildo, Zito y Vavá impidieron a Checoslovaquia culminar con un final triunfante su increíble novela de caballerías. El Caballero, sin embargo, hizo lo bastante para borrar definitivamente el nombre de Joseph Masapost. El de Josef Masopust, en cambio, sería evocado con lirismo por Ferenc Puskas, Djalma Santos y Pelé, y terminaría el año inscrito en el Balón de Oro por delante del gran Eusebio.
Un balón como carrera
1962 fue el annus mirabilis de su carrera. El mayor de seis hermanos nacido en 1931 en el seno de una familia humilde en Strimice, localidad situada cerca de la frontera con Alemania Occidental, Masopust se apasionó por el fútbol chutando un balón sobre el telón de fondo de dos pintorescas cordilleras. Aunque inicialmente albergó sueños de emular a Josef Bican, el rey del gol checo que a la sazón suscitaba el entusiasmo de su padre, un minero, el horizonte de esa ambición se oscureció de repente cuando Hitler ocupó los Sudetes en 1938.
El fin de la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, brindó a Masopust ocasión propicia de perseguir sus aspiraciones, y lo hizo inscribiéndose en los juveniles del modesto equipo local, el Uhlomost Most (actualmente el Banik Most) en 1945. Infatigable trabajador, inteligente lector de jugadas e infalible recuperador de balones, Masopust era también un genio con la pelota en los pies. Hasta el punto de que su habilidad para sortear a sus contrarios en velocidad y para ejecutar pases de precisión instó a uno de sus entrenadores a recomendarlo al Teplice, que acababa de ascender a la división de honor checoslovaca y enseguida envió un ojeador a medir las facultades del modesto joven de 18 años. Masopust solo pretendía que le dejaran hacer unas pruebas. Consiguió algo mejor: un contrato.
Nuestro hombre no duró mucho en Teplice. El ATK (que en 1956 pasaría a llamarse Dukla Praga), el club apadrinado por el ejército rojo en el país comunista, decidió que quería al niño prodigio del fútbol checo. Y lo que el ATK quería, el ATK obtenía. Los clubes de la época tenían que recorrer el arduo camino cuesta arriba para alcanzar la primera divisón a partir de las inferiores, pero el ATK fue incorporado a la categoría de élite inmediatamente después de su inauguración en 1948. Para colmo de parcialidad, la nueva entidad elegía a su absoluta discreción a los jugadores que más le gustaban de entre los demás equipos, que tenían instrucciones muy claras de cederlos sin rechistar.
De villano a héroe nacional
Esto causaba indignación entre la comunidad futbolística checoslovaca. Naturalmente, los hinchas del Sparta y el Slavia, los clubes más importantes del país, no sentían más que desprecio por el ATK. En consecuencia, Masopust se convirtió en enemigo público. Excepto, por supuesto, para los seguidores del ATK. El mediocampista, que tuvo prohibido jugar en el extranjero hasta que a la edad de 37 años fichó por el Crossing belga, formaba en el club del ejército rojo un tandem irresistible en la sala de máquinas junto con Svatopluk Pluskal, y entrambos cosecharon ocho títulos de la liga checoslovaca entre 1953 y 1966.
El Dukla trasladó su éxito a la escena internacional, aunque de manera poco visible. De hecho, batió a clubes como el Estrella Roja de Belgrado, el Rapid de Viena, el Mónaco y el Espanyol de camino hasta la final de la International Soccer League de 1961, donde abrumó al Everton por un marcador agregado de 9-2 y se clasificó para la American Challenge Cup del año siguiente, cuyo trofeo levantó sucesivamente en las tres ediciones posteriores. Es más, Masopust eclipsó a Pelé en la victoria por 4-3 del Dukla sobre el Santos en un amistoso entablado en 1959, mareando a los sudamericanos con sus eslalones zigzagueantes y marcando dos goles en México.
"No importaba el rival, siempre destacaba", contaba Pluskal. "Nunca perdía el balón, hacía pases cortos o paredes hasta que se abría algún hueco y entonces despegaba… dejando atrás a uno, dos, tres contrarios con una velocidad de vértigo, sorteándolos primero por un lado, luego por el otro, como si fueran banderines en un campo de entrenamiento. Sencillamente era un jugador increíble".
El salto internacional
Pero aunque el éxito del Dukla hizo de Masopust una celebridad en su patria, el astro seguía siendo poco conocido en el resto del mundo. Eso cambió radicalmente en Chile. Checoslovaquía había caído en el primer obstáculo en Suecia 1958, y en el certamen de 1962 había quedado encuadrada en compañía de selecciones más exigentes: el defensor del título brasileño contaba con un Garrincha y un Pelé en la cima de su arte, mientras que el equipo español, comandado por el mago táctico Helenio Herrera, se gloriaba de figuras de la talla de José Santamaría, Francisco Gento, Luis Suárez y Ferenc Puskas.
"Nos dijeron que no nos molestáramos en deshacer las maletas, que nos íbamos a ir a casa al final de la primera ronda", Masopust recordó más tarde. El caso fue que el volante deshizo la maleta primero, y deshizo la defensa española después, en la apertura del telón. Gracias a uno de sus milimétricos pases en profundidad, Josef Stibranyi envió a la red el único gol del encuentro.
"Me sorprendió lo completo que era como jugador", admitió Puskas. "Luis [Del Sol] era uno de nuestros mejores centrocampistas a la hora de desbaratar los ataques enemigos, Suárez era un genio del pase en profundidad, y Paco [Gento] era fantástico encarando a los defensas contrarios. Pero Masopust podía hacer todo eso a la vez: recuperar el balón, pasar, driblar e irrumpir en el área. Era un jugador fuera de serie".
El Caballero checho
A continuación Masopust no dejó respirar al irresistible Didi en el encuentro que, ante la sorpresa general, Checoslovaquia empató 0-0 con Brasil. Fue un partido en el que se puso de manifiesto su clase, tanto profesional como humana. Pelé sufrió una lesión, pero como en aquella época las sustituciones aún no estaban permitidas, se vio obligado a cojear irremediablemente por el campo. Cuando le llegó el balón al número 10 de la Seleçao, su inmovilidad daba a Masopust vía libre para robar el esférico. El elegante número 6, sin embargo, se negó a entrar a su oponente. "Fue un gesto que nunca olvidaré", diría Pelé más tarde. Djalma Santos comentó: "Fue conmovedor ver el respeto con el que encaró la situación. No era solo respeto por Pelé sino por toda la Seleçao. Era un jugador fantástico y además todo un caballero".
Pese a su derrota por 3-1 ante México en su último compromiso del Grupo 3, los centroeuropeos progresaron a la fase eliminatoria, donde Masopust actuó como catalizador de la victoria por 3-1 sobre la entonces vigente subcampeona europea, Yugoslavia. Hungría fue la siguiente escuadra que naufragó ante la apisonadora checoslovaca, que pudo acceder así a la final contra Brasil. Y aunque Masopust inclinó la balanza del lado de David en primer lugar, Goliat respondió al instante y al final salió victorioso por 3-1.
"Masopust fue uno de los mejores jugadores que he conocido", Pelé afirmó después. "Pero no es posible que naciera en Europa. Con esos quiebros tan explosivos, ¡tuvo que ser brasileño!", bromeó. En el epílogo de aquel encuentro en Santiago, O Rei concluyó: "Brasil fue mejor equipo aquel día, pero Masopust desde luego no mereció estar en el bando perdedor". Individualmente, el Caballero también tuvo que conformarse con la plata, puesto que Garrincha se llevó el premio al mejor jugador del torneo.
Ahora bien, el oro no tardaría en llegar, con todo merecimiento, a las manos de Masopust. El Balón de Oro fue su justa recompensa por su fenomenal año de 1962, y el título de Golden Player otorgado por la UEFA simbolizó el reconocimiento de su rango como mejor futbolista de Checoslovaquia en el siglo XX. Para cuando esas prestigiosas distinciones honraron su nombre, los grabadores ya no necesitaron preguntar cómo se deletreaba Josef Masopust.