Capítulos 9 y 10- Del "qué-más-nos-puede-pasar" a unas vacaciones de Primera
El árbitro pareció señalar el final del encuentro y, de repente, multitud de personas saltaron al césped. ¡El Málaga estaba en Primera! Un momento... ¿Qué ocurre? No, no puede ser. Aún faltaba medio minuto para que acabase el encuentro y el campo está invadido. Había que esperar para celebrar el ascenso. En realidad, la espera venía de antes.
Un 5-0 en el Carranza allá por mayo de 2006 fue la triste despedida del conjunto en Primera. Aquella Primera que nos había visto llegar con inocencia, crecer a base de descaro, tratarle de tú a tú a los más grandes de España y de Europa y que se despedía de nosotros de una manera un tanto agridulce. Sabor a
Hierro. Ese verano fue bastante raro. En realidad nosotros siempre hemos sido un poquito especiales. Pasamos de unos rumores de fichajes que no ilusionaban a nadie a los rumores sobre el cambio de propietarios. A mí me pilló fuera de Málaga esta avalancha de especulaciones. Aunque recibí, en pleno caótico centro de El Cairo un mensaje de
Diana, cómo no, informándome de la compra de
Lorenzo Sanz. Ese sms, que por cierto también me anunciaba el fichaje del prometedor
Erazem Lorbek (decepcionante en Unicaja), me creó una ilusión que casi me hacía olvidar que esa temporada jugaríamos en Segunda. Tras siete fichajes de una tacada y un inicio de temporada ilusionante, la ilusión siguió intacta pero pronto comprobamos que no sería un cuento de hadas.
Pasó todo lo que le puede pasar a un equipo. Tener a
Marcos Alonso de técnico, ley concursal, enfermedad del director general del club (felizmente superada), fichajes de invierno no inscritos por la tardanza de un fax, bajas importantes de jugadores titulares. Las pocas gotas de ilusión la proporcionaban un
Popo al que no se le vio mucho más tras marcar un gol antológico en su debut o un
Francis que, tras ilusionar a media Málaga y ser señalado como un líder del equipo a medio plazo, se marchó por la puerta de atrás a Liverpool. Así no había forma.
La amenaza del descenso estuvo ahí durante toda la temporada pero, como si nos considerásemos demasiado grandes como para vernos en esas o no quisiéramos creer la situación que vivíamos, la sensación general era que ya llegaría la salvación. Antes o después, tarde o temprano. Lo cierto es que hasta un postrero gol de
Hidalgo en la penúltima jornada, nadie pudo suspirar. Con la perspectiva que el tiempo nos da, veo similitudes con la temporada actual del Cádiz, un equipo que no era ni de lejos uno de los cuatro peores de la categoría, pero al que la mala dinámica y los nervios han condenado al pozo más oscuro.
Este último verano fue menos cubista. Los fichajes, a los que el visionario del periodista de Tele5
Ramón Fuentes tildó de “esperpentos” al ser presentados todos a la vez en la Catedral, se hicieron con celeridad. Bueno, bonito y barato. Ríete de cualquier ganga que encuentres en el rastro de Martiricos al lado de las maravillas que se hacen aquí con cuatro duros. Claro que a veces el fútbol tiene cosas que uno no entiende. O
Weligton se pagó media vida desperdiciando su talento en la Play Station, o es imposible entender cómo un jugador tan fantástico pudo venir cedido de Suiza a un equipo de Segunda División.
De todas formas, por si el periodo estival había sido demasiado monótono, con el proyecto ya perfilado salió la noticia de que unos mexicanos querían comprar el club, traer tropecientos jugadores de aquellos lares y hacernos campeones de Liga en unos años a base de taquitos y boquerones. No coló. La desaparición del delegado del Málaga
Fran Porras fue la última gota del vaso del surrealismo que toca cada agosto. En el plano personal, la mejor noticia para mí fue que a mi padre y a mí, tras tantos años yendo solos al fútbol, se nos unía
Diana. Nunca le agradeceré lo suficiente que viniera a Málaga hace más de tres años por amor y me llena verle tan identificada con esta ciudad. Ella, madrileña de nacimiento, con su carnet del Madrid y que tantos éxitos ha vivido con su club, metida de lleno en el proyecto de subir a Primera. Con su carné, con su camiseta
verdimorá, con su ilusión de malaguista, como si hubiera nacido en el mismísimo Perchel.
El inicio de la temporada no fue bueno. Fue sencillamente inmejorable. Nuevamente en el aspecto personal (al fin y al cabo esto no es una recopilación de datos sino de vivencias), el Alavés-Málaga, en la segunda jornada, me hizo creer en el ascenso. A la misma hora que
Peragón nos dejaba líderes con un remate de cabeza en tierras alavesas, mi tita
Vitoria (que ironía más macabra) nos dejaba para siempre. Ella, que entendía poco de fútbol pero que se alegraba como la que más cada domingo en el que por delante de su casa los coches pasaban pitando. Era señal de victoria.
El fútbol pasó a un segundo plano en aquellas semanas (la verdad es que siempre estará detrás de ausencias como la suya), pero el equipo no frenó su marcha ni un ápice. Siete de siete, que se dice pronto. Acusar a un club de vivir de las rentas por un inicio tan espectacular es como meterte con un alumno que acaba con notable de media porque en los dos primeros exámenes sacó un diez. Surrealista. El partido en Elche fue la primera decepción del año pero no supo mal. Como cuando estás comiendo esas pipas riquísimas, te sale una mala y ni te cabreas porque sabes que seguirás disfrutando con el resto. Claro que los fallos ante Albacete (descuento kafkiano incluido) y Numancia (en uno de los mejores encuentros encuentros del año) sí que asustaban un poco más. La remontada ante el Racing de Ferrol (sólo faltó
Roteta-en la foto de arriba con
A.Smith en UEFA- y el antifaz de
Barata para emular del todo ese partido) y el regalo de Reyes ante el Cádiz, entre otros buenos resultados, dejaban al equipo arriba en la tabla. Muy arriba.
El equipo tuvo amagos de hacernos sufrir (Córdoba, Xerez, empates cedidos a última hora, etc.) mas se ganó cuando había que ganar. ¿Que el Castellón llegaba entonadísimo y suspirando por Primera? 3-1. ¿Que el Elche podía entrar en la disputa por el ascenso y ponerse a seis puntos? 2-0. ¿Qué el Sporting era nuestro perseguidor más fuerte y más serio candidato a la segunda plaza? 3-2. El equipo dio un paso adelante cuando lo tenía que dar y la Rosaleda lo notaba, con un ambiente cada vez más colorido en cada choque.
El punto de inflexión de la temporada llegó un 26 de abril. Esa fecha estaba marcada en mi calendario desde hacía tiempo. Primero porque venía la Real Sociedad, partido con a sabor a categoría de oro. Y, más tarde, porque a todos nos parecía el encuentro del ascenso. No el del matemático, sino el del emotivo, el simbólico. Vencer a los donostiarras nos dejaba casi en Primera. Y yo, tras tantos meses soñando con ese encuentro, me tuve que resignar a seguirlo desde Madrid gracias a la fenomenal labor de los de Punto Radio. Trabajo mandaba. Qué putada. El ser humano tiene un componente morboso y egoísta que hace que prefieras que, si te pierdes algo, eso no vaya bien. Que te caes a última hora de la lista de amigos que van a cenar, pues ojalá la comida fuese mala y cara. Si no puedes ir al cine aunque lo desearas, deseas que la peli que te has perdido fuese mala. Yo, sin embargo, no podía tener esa sensación antes de ese partido. Claro que me iba a fastidiar no poder vivir un partido tan importante y con un casi-lleno en La Rosaleda, pero la victoria podía compensar el trauma. Lo malo es que, al final, ni lo uno ni lo otro. Ni lo vi, ni ganamos. Vaya plan.
Sandro y
Rosado nos dieron vida en Vigo, pero el Nastic y el Hércules, en un 4-6 más propio de esos FIFAS en los que había más goles que en un partido de balonmano, nos hundieron a todos. Incluido a mí. La Real se ponía a un solo punto y la presión era máxima. No sé que se dijo en el vestuario en esos días, pero el compromiso con el que salieron los jugadores en Sevilla fue mayor que nunca. La victoria, comprada para los que leen a
Mikel Recalde y sufrida hasta la extenuidad para los que vimos el partido, fue importante. Las reacciones en el vestuario más. Los futbolistas suelen ser loros cargados de tópicos.
“El fútbol es así, somos once contra once ni somos tan buenos hoy ni tan malos ayer, desde pequeñito quise jugar en el Madrid…”. Pero ese post partido me convenció del ascenso. Los jugadores, liderados por un
Carpintero que es de lo más coherente y lúcido que he visto en este mundillo, demostraron que sentían las decepciones pasadas tanto como nosotros. Se conjuraron para alcanzar su sueño, se unieron para llevarnos a Primera.
Los dos empates consecutivos ante Cádiz y Granada 74 fueron un buen resumen del final de la temporada. Y de la misma forma de ser del malagueño. En Málaga, si quedas a las seis de la tarde con tu amigo, sales de casa a las menos cinco. Si el partido es a las cinco, no sabes cómo, pero te las arreglas para sentarte justo cuando el árbitro da el pitido inicial. Y si se realiza algún campeonato importante en nuestra ciudad, las obras del recinto no se acabarán hasta la noche antes. Eso si se acaban, ejem. Por tanto, ¿por qué amarrar un aburrido ascenso antes de tiempo y no tentar a treinta mil corazoncitos a tener un bonito infarto jugándose la vida en un cara o cruz? Trato hecho. La afición aceptó el reto y la ciudad vivió un domingo de junio inolvidable. Ese boucle del himno de la Bombonera que los altavoces colocados en el Diario Sur no dejaban de repetir, era el perfecto acompañante para un día con cielo azul impecable, con pizzas como premio al malagueñismo, de recibida como héroes al equipo a la hora de llegar al estadio. Ilusión, se respiraba ilusión.
Antonio Hidalgo se encargaba, con dos goles, de llevarnos a Primera. Algún día se valorará al de Granollers en su justa medida. O eso espero. No hubo que mirar el resultado del Beasaín, ni el del Puertollano. Tampoco hubo remontada como ante el Albacete. ¿Y qué? Todos disfrutamos. Me emocionó ver a
Valcarce, aquel loco bajito que llegó hace una década, que nos regaló momentos como el de la victoria en el Camp Nou y al que ni las edades ni las lesiones le apartaron de vivir su último sueño como jugador malaguista. Le quedan muchos por contemplar desde la otra parte del campo. ¿Qué decir de
Sandro? Debilidad personal. Vino en Segunda B, desquiciado y hundido y, en su segunda etapa, ha dado pinceladas de lo que pudo ser y de lo que fue.
Sandro es una mágica canción de autor entre éxitos de Radio Fórmula, un genio sin reconocimiento. El
Curro Romero de los toros, el
Pepe Sánchez del básquet. El Sandro que vi en ese Málaga 3-Athletic 4 que tanto nos dolió por la remontada final es indescriptible. No vi nada igual con la camiseta de este club, por más que sea intermitente, irregular o anárquico.
Sandro es la esencia de este deporte, cansado de
Capellos o de
Ottos Rehhagel, de
Emersons y demás destructores. Las estrellas ganan títulos y dinero. Los valientes y los genios ganan cariño y un huequito en la memoria.
Sandro, por calidad, podía haber sido una estrella. En el Madrid, en el Newcastle o en algún grande. Pero acabó siendo genio. Y en Málaga bien que lo hemos disfrutado.
Empecé la historia hablando de la falsa alarma del final del partido. Me llamarán exagerado pero reconózcanme que en Málaga las cosas, muy normales, no son. Que tras 84 partidos de agonía, horas y horas de patadón y sufrimiento, hiciera falta esperar diez minutos más para celebrar un ascenso, es algo que se escapa de mi lógica. Con portería tirada, para más inri. A duras penas se finalizó el partido (previo gol del Tenerife, no podía ser menos) y, ahora sí, el Málaga estaba en Primera.
Mi padre vio compensada su ansiedad durante toda la temporada y su fidelidad durante tantos años.
Diana, por otro lado, vivió la magia de un ascenso. Le salió bien la apuesta. Tras varias Champions y Ligas celebradas en Cibeles, descubrió lo maravilloso que es para un modesto recuperar la categoría perdida. Y bien digno que es. Yo, por mi parte, suspiré. Me acordé de varios amigos, me ilusionó ver tantos mensajes de felicitación de varios puntos de España, me acordé de los que están, de los que no y volví a suspirar. Prometo que tuve la sensación que se tiene tras finalizar con éxito un examen para el que te has preparado mucho tiempo. Yo no jugué, yo no marqué goles y mi cansancio no era físico, sino mental. Agradecido, feliz e ilusionado, supe que me merecía unas vacaciones.
Vacaciones de primera.