besx escribió:campaleches escribió:besx escribió:
Meñique. Tortellini. Simpson y su pesimismo gongorino. Por decir tres.
Y eso sin salir de este nuestro querido jilo. Siempre menospreciando a los de casa.
Si se llamaran Meñikovic o Tortellininski estaríais pidiendo el Nobel de Literatura y que Florentino los fichara para el departamento de prensa
Así no.
PD: Y espera a que el calBo escriba sus memorias. Va a dejar a Delibes como si fuera un Relaño cualquiera.
Meñique y Tortellini te los compro. Simpson, ya lo siento, se me hace pesado. No creas que no valoro su estilo, y tiene algunas salidas de primerísimo nivel (el 90% de ellas tienen que ver de uno u otro modo con el Chapu), pero no me termina de entrar...
Es que un post de Simpson tiene que pillarte con ganas de leerlo. No puedes cogerlo como si tal cosa. Sus textos son largos y oscuros y con una cierta tendencia a la depresión. No valen para cualquier momento.
Yo creo que mientras los escribe se le debe poner cara de Antonio Randolfo.
Hubo una época, antes de la policía del pensamiento, en la que era posible el desbarre. El desbarre era colectivo y se asumía la livianidad de los que aquí escribían. Todo era más joven (Internet también), las plumas eran más ligeras y prolíficas y el alma de los que participaban no tenía las marcas de la edad.
Era una época primigenia y abierta al descubrimiento, tanto del deporte en sí como al medio de expresión particularísimo que ofrecía la red. No es exagerar decir que se estaba haciendo camino al escribir el foro, y no es extraño que muchas firmas que ahora ocupan asientos nobles en la crítica deportiva estuvieran en sus inicios como sencillos peones acumulando hiladas de lo que era el fenomenal castillo que hoy es el panorama neoperiodístico nacional relacionado con el baloncesto, en gran medida influido (o directamente se ha creado) por antiguos foristas.
En ese mundo el exabrupto era, antes que un insulto, un hallazgo verbal, una muestra de genio porque, por increíble que parezca, se asumía la inane condición de cada uno de nosotros, y presumir de conocer era algo tan ridículo que ni siquiera era preciso anunciarlo. Era un lugar más salvaje, con menos reglas, pero con una deliciosa creatividad que paulatinamente se ha ido desvaneciendo. En el que había arte y polémica, risas y llanto, conocimiento, pasión, erudición y afición simple e inexperta, toda junta. Había, sobre todo, infinitamente más nivel y leerlo, visitarlo, era un auténtico placer.
Hoy eso ha cambiado, y nosotros también, y de alguna manera la capacidad de emocionar, que es contagiosa, ya no tiene el mismo fuego. Llamémoslo edad, desgaste, mediocridad o uniformidad, pero hoy aquí se viene a hablar de baloncesto cuando antes se acudía a emocionarse junto con los que hablaban de él, que constituían una comunidad de una magia inconmensurable.
En la época del meme y de la corrección se pierden cosas, por supuesto. Ocurre la profesionalización, que transforma en eriales inhabitados lo que otrora eran fértiles pastos de palabras; la intolerancia fariseica, que ahoga deliciosos bestialismos lingüísticos. Está la creación de élites de pensamiento, que estratifican en base a criterios siempre convencionales caóticas luchas de palabras. Es cierto que, al final, cuando quien provoca es buena gente se entiende que el absurdo es quien arma sus frases y no el afán de hacer daño. Es una forma de inteligencia relativizar lo que desde la ventana de la expresión se lleva hasta el extremo. Es, en suma, una forma de creatividad. Pero eso ya pasó, y en parte es porque hay cada vez menos presencia de maestros de la palabra; están en otra parte, y la calidad en el insulto ha bajado hasta el subsuelo.
Es buena idea regresar al testimonio de esos años, a los hilos de hace diez, trece o quince y hallar con asombro otra vez la inocencia e ilusión con la que se descubría y contribuía por todos a este medio. Quien tenga tiempo. Yo no lo tengo, y puedo estar (como siempre) equivocado, hablar desde el recuerdo distorsionado, la imagen deformada por la añoranza, el miedo al golpe invisible y homicida (ejem) de los nuevos justicieros del bien, ser, en suma, un chocho plagado de recuerdos tan falsos como un mate de Campazzo.
A mí, el que me fascinaba al expresarse, cuando quería, como buen filólogo que es el hijo de pvta, es Matthau, y sus épicos hilos en Tiempo Muerto cuando tenía a bien volcarse. Y no solo él, pero es buen ejemplo de lo que fue aquello, idealizado por mí, pobre mierder borde y triste.
Un saludo.