por G Vázquez »
02 Mar 2009, 20:39
Matías, estoy más o menos de acuerdo con esa entrada.
Pero a mí el pesimismo o ciertas alarmas me suelen despertar sospecha. Porque siempre encuentro motivos para echarlas abajo. Quiero decir: no es muy razonable pensar:
- Que la creciente cantidad de matadores, su carrera hacia nuevas metas y la universal visibilidad de esa progresión pongan en riesgo el arte del mate.
- Que de pocos años para acá se estime un empobrecimiento sin fin.
No. Yo no puedo estar de acuerdo con eso.
Puedo aceptar que los excesos de Youtube lo estén banalizando todo. Y que el camino que conducía antaño al asombro, a menudo largo y oscuro, esté desapareciendo al tenerlo todo al alcance de un clic.
Hace ya algún tiempo vine a denunciar parte de eso mismo que apuntas con el difuso concepto de
Baloncesto Genital. Pero al mismo tiempo todos los años me acoplo cada sábado noche frente al televisor con el alma limpia, como si no estuviera maleada y aguardase lo imprevisible como cuando era niño. Si no fuera sí estaría acostado. Pero yo no puedo pedir esa misma limpieza a todo el público. Ni puedo ni quiero.
Que cada cual consuma lo asombroso como parezca. Hay quien estima que no hubo concurso como el de 1988. Es decir: como si nada de lo que vino después (y no me refiero a Oakland) hubiera existido.
Matías, tú me conoces. Yo no me opongo a los pesimismos tanto como a las mentiras. Lo hice a través de la Razón Táctica y lo seguiré haciendo con los mates. Porque llegará un día en que se volverán a dar las circunstancias ideales para otro gran concurso. Sin ir más lejos el del año pasado fue un buen ejemplo. Tan sólo se trata de eso. Y aunque cada vez resulte más difícil, siempre habrá hueco para el prodigio. A lo peor en el futuro nos tendremos que satisfacer con uno solo.
Por cierto paralelismo de contenido te voy a adjuntar aquí un articulillo (bastante pesimista, por cierto) que publiqué no hace demasiado. La alarma, eso sí, partía de otro fenómeno mucho más nuevo, el
fake.
Desencanto futuro
Cómo avanzan los tiempos. Anda la tecnología de la imagen empeñada en recrear la realidad a su gusto. Nos la quisieron pegar con Bron anotando full court shots de peso pluma, con Kobe saltando un bólido mortal, con Roddick enterrando la bola en un ace balístico o con Dinho disparando toques al larguero en bucle infinito. Los detalles que insinuaban el truco corren a ser superados. La tecnología se apresura a desbordar la pereza del ojo y no pasará una década antes de que seamos incapaces de distinguir la realidad virtual de la realidad a secas. Es como si ésta empezara a no bastar y hubiera de ser trascendida cuanto antes.
Los habrá encantados con ese destino. Pero valdría preguntarse si no hay riesgo de perder algo por el camino. Más allá de los inquietantes peligros que la recreación de la realidad entraña en otras esferas de la vida y que recogen obras como La séptima víctima o cintas como Perseguido, en el Deporte en general y en el Baloncesto en particular el descenso de la fantasía al ras cotidiano puede terminar con su más sagrado sentido: asombrar.
Formo parte de una generación felizmente provista de asombro; de un indecible estremecimiento ante lo extraordinario, lo imprevisible y excepcional, un contenido de cosas mágicas de las que el Baloncesto abunda desde su origen. Yo crecí asombrado. El Baloncesto me asombró. Puede que ahora estos fakes nos resulten tiernos y graciosos, que hasta nos detengan un instante tratando de imaginar que fueran en efecto reales. Pero temo que cuando llegue ese momento próximo de hacer a los jugadores volar sobre el aro, anotar a ciegas de cualquier punto o maniobrar en el aire como aves y no como humanos, y todo ello servido ya en imágenes puramente reales, el espectador corra el riesgo de quedar definitivamente frío ante la pobreza de las escenas que la realidad, aun la más prodigiosa, le devuelva.
Basta comprobar la tibieza de mi generación y precedentes ante lo que antes nos asombraba y ahora, por mera saturación, deja de hacerlo. Se trata del mismo fracaso que despiertan los viejos clásicos del cine de S-F a los ojos adolescentes. La artesanía de sus efectos especiales les mueve a la risa y el cuerpo de la obra se les viene abajo. Que la tecnología replicará la realidad con exactitud se antoja entonces un proceso tan inevitable como que las futuras creaciones, ya muy por encima del suelo real, conduzcan al desencanto del valioso yacimiento excepcional que el Baloncesto todavía encierre. Sobrevienen tiempos de fake, una era de frenético dominio del simulacro ante el que las mejores acrobacias del Jordan real no aprobarán, a los mandos de una Play, ni su Level 1.
Tiene gracia que en medio de esta urgencia por rediseñar la realidad, en plena orgía tecnológica, la generación Youtube comparta con la que descubrió el más allá (NBA) en los primeros ochenta la deplorable calidad de las imágenes, como un irónico tributo de Internet al viejo VHS.
Del Baloncesto se esperan aún milagros por ver. El problema es que en esa costosa tarea se anticipará el lenguaje virtual. Agotadas las reservas formales, la Realidad habrá de consolarse con las batallitas del marcador.
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YO MISMO2 escribió:Hay algo en lo que no estoy de acuerdo contigo: no creo que haya discusión en si era menos importante o no que O'Neal en los Lakers campeones.
Yo tampoco lo creo. Pero simplemente digo que es legítimo el debate. Y que lejos de dar la razón a quienes consideren que Kobe fue más importante que Shaq en la trilogía puedo entender que se decanten por otro argumento más refinado: que sin Kobe no habría habido trilogía.
Partidos como el anoche no tiran por la borda la madurez de Kobe. Pero sí ponen en cuestión la de estos Lakers (sin Bynum). En realidad no es por la derrota. Porque lo mismo ocurrió la noche del Madison 61.
La madurez, el jugar para el equipo, etcétera, es un arma de doble filo. Es verdad cuando una estrella cuenta con compañeros para poder jugar en equipo. Y una miserable acusación cuando no cuenta con ellos. Los grandes anotadores pasaron siempre por este peaje. Unos con éxito y otros, sencillamente, sin equipo que cargar a la espalda.
Tal vez todo sea mucho más simple: que Kobe cuenta a su alrededor con el mejor equipo desde el adiós de Shaq.