BILBAO. "El alpinismo es poesía y libertad". Las palabras de Ángel Landa (Sestao, 1935) gritan por una pureza manchada. La de la esencia de la montaña de antaño, la del espíritu purista. El himalayismo moderno tambalea los cimientos clásicos: la comercialización, los patrocinadores con hambre de gloria, la gente que abarrota "las autopistas del Himalaya", la desvirtualización del alpinista... Los últimos acontecimientos que sacuden el montañismo han enfatizado, para muchos, el color menos amable de este deporte. Los intereses en la carrera femenina de los catorce ochomiles, la propia muerte de Tolo Calafat -enmarcada en la expedición de Juanito Oiarzabal- y todo lo que ella ha desatado. Polémica y polémica en distintos cruces de acusaciones difuminan el concepto tradicional de la montaña.
Han pasado muchos años desde que Landa fuera el director técnico de la primera expedición vasca al Everest en 1974 "con anoraks de algodón y tres kilos de peso en los pies entre bota, cubrebota y demás". No hicieron cima, se quedaron a 318 metros, pero regresaron "todos" a casa, tal como destaca el propio Ángel. "El mejor alpinista es el que vuelve sano y salvo y si puede pasar por la cima, mejor. Pero la cumbre no se va a mover". Enfatiza uno de los pioneros de la escalada en Euskadi para DEIA este aspecto tan lógico pero tan perdido en la espiral que rodea a la montaña actual que se empapa de melancolía. El moderno panorama del alpinismo hace que Landa se revuelva, se agite. "La estupidez, la zafiedad y la mentira se han instalado en la montaña, al amparo de la opacidad y la ignorancia que existe sobre este deporte", clama. "Hay personajes que han hecho que el alpinismo haya caído. Y todo esto hace daño a quien amamos este deporte. Nos sentimos heridos", lamenta.
La solidaridad se está escurriendo en las altas cumbres. Landa es consciente de que "eres dueño y responsable de tus actos y no puedes perder el control de ti mismo ni un segundo. Además, lo primero que tiene que aprender un alpinista es saber las fuerzas que tiene para subir y para bajar", pero subraya el valor de la palabra "equipo". "Se está perdiendo la solidaridad, si un grupo va a la montaña se va de la mano. Si uno pierde el ritmo se espera. Si está cansado se le ayuda, se le algo de beber, se le dan medicamentos. Se le ampara. Y todos, para abajo. Eso se ha hecho siempre. Para eso se forma un grupo. En la montaña aprendemos a ser solidarios, compañeros y que somos algo más que animales", explica Ángel, con una experiencia de más de 50 años en las cumbres. "Todo no vale sin ética y honradez", agrega.
El protagonismo mediático, el poder de los patrocinadores, la fiebre por la escalada compulsiva... así se crean héroes. El sestaoarra quiere diferenciar bien quién es un verdadero montañero de aquel que no lo es, aunque lo parezca. "No se puede ni se debe llamar alpinista, porque no lo es, a quien, acompañado de una cohorte ingente de anónimos alpinistas, de contrastada valía, de calidad excepcional, le colocan cuerdas fijas hasta la cima". Y es que Ángel no entiende cómo hay gente que se lleva los galones de alpinista sin serlo. "Los amigos, esos que son la hostia, no colocan las cuerdas y los campamentos por nada, un equipo es la hostia porque le pagas, porque va con un contrato de trabajo", añade. Así, Landa apacigua el estatus de aquellos que manosean las vías trilladas y ni siquiera sin ser los encargados de abrir huella y defiende la grandeza de las nuevas rutas de los montañas y el esfuerzo por escalar vertientes complicadas de primero de cuerda.
Y en todo este contexto, enturbiado por el interés de los billetes, brota la mentira en las alturas. "En la montaña, luz sí suele haber, pero no taquígrafos para levantar acta de lo que sucede en ese momento, por eso se miente tanto. Pero, curiosamente, no es en la montaña, sino cuando se desciende a la ciudad y cerca de los medios cuando aparecen las mentiras disfrazadas de medias verdades que hacen que se mantenga la impostura, que siempre persigue un fin lucrativo. En el fraude siempre hay intencionalidad, fama, dinero o poder; en este caso, también el engaño para quien nada sabe lo que es el alpinismo", considera Landa.
El veterano montañero habla sobre las mujeres y las cimas y cree que "las cosas que con dinero se pueden comprar son baratas, sobre todo en el alpinismo. Si las mujeres en la montaña quieren ser verdaderamente libres, no deben esperar a que los hombres les hagan el trabajo colocando campamentos y cuerdas fijas, difuminando las carencias técnicas que puedan tener, para que ellas, explotando su condición femenina, cojan su jumar y vayan a la cima; eso es trampa, y ninguna mujer alpinista se puede sentir representada por semejante falacia".
"LAS AUTOPISTAS DEL HIMALAYA" "La verdadera montaña difícil está en Los Alpes franceses, ni los ochomiles ni nada. García Lorca, en Un poeta en Nueva York, dice rascacielos, rascaleches... Ahora yo digo: ochomiles, ocholeches. ¡Si cualquier pardillo que no puede subirse a una silla va a un ochomil! Y luego la cantidad de porquería que hay allá. 200 personas en un campamento... El campo base de los ochomiles es una romería. Se han convertido en lo más parecido a una sala de fiestas subida de tono, sin hacer ascos a nada. ¿Dónde está la gracia de la montaña? ¿Dónde está la poesía?". El vizcaino estalla ante la obsesión por subir a los techos del mundo. Una adicción que ha ido aumentando y que también ha empañado la literatura himalayista.
"Todas estas cosas suceden porque no hemos ido a vomitar a la raya de lo intolerable antes de que estas miserias terminen corroyendo el alma de los valores básicos y el corazón de uno de los deportes más ricos en convivencia humana", concluye, desanimado, Ángel Landa.
http://deia.com/2010/05/10/deportes/la- ... la-montana