Concurso de relatos: La Muerte - ¡cuan_burda campeón!
La vida al margen del deporte (la hay)

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PouPierce
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Concurso de relatos: La Muerte - ¡cuan_burda campeón!

por PouPierce » 01 Sep 2012, 13:41

La Parca.
La Huesuda.
La Calaca.
La Calavera.
La Catrina.
La Dama Fría.

Una vez acabado el veranito volvemos con los concursos de relatos. Sí, señores, esos que tanto disfrutamos ¿cinco? foreros.

Esta vez hablaremos de la muerte. Deben ser relatos en los que la Negra Dama tenga un protagonismo importante.

Extensión:
500 caracteres minimo-40.000 caracteres maximo. Se acepta un mínimo más mínimo pero no me maximicen mucho que luego no lo leeremos.

¿Cómo participar?:
Los relatos, para ser admitidos a concurso y publicados, habrán de ser remitidos por mensaje privado a esta cuenta, especificando título y seudónimo -en caso de utilizarse-. Si un texto llega sin seudónimo será publicado bajo el nick de quien lo envía.

Plazos:
La fecha límite -inamovible- de envío de relatos es el 12 de octubre, día de la Hispanidad, a las 23:59:59.
La fecha límite -inamovible- de envío de puntuaciones es el 31 de octubre, vispera de todos los santos, a las 23:59:59.

Sobre las votaciones:
Están obligados a votar todos aquellos que hayan presentado relatos a concurso. En caso de infligir esta norma los textos publicados de dicha persona pasarían de forma automática a quedar fuera de la votación y el infractor deberá llevar el cono de la verguenza por un tiempo no inferior a tres meses desde la infracción. También podrán votar todos los lectores interesados que comenten y den sus opiniones.

NOTA IMPORTANTE, se agradecerá cualquier comentario que se haga sobre los relatos.

El sistema de votación lo voy a variar un poquito para dar más relevancia al primero. Se deberán votar siete relatos (si es que los hay), como siempre, dándoles las siguientes puntuaciones: 15 - 10 - 7 - 5 - 3 - 2 - 1.

Premios:
El ganador tendrá el dudoso honor de tener la posibilidad de dar forma y contenido al siguiente concurso.


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RELATOS PRESENTADOS

La sombra, por Peter Illich
Automutilación timpanil, por El Power Ranger Verde
Detrás del objetivo, por Kevin Carter
Resurrección, por Frente Popular de Judea
Agonía del invulnerable y vanidoso globo rojo, por ATACABRÓ
El crimen de la Avenida, por Angus D. Magalhaes
Tiruríiiii-tiruróoooo, por muertthau
Conociendo a un extraño, por rafavazquez
Diluvio interior, por el joven aprendiz de pintor
Peor, por Sr. Optimista
La descuadernada, por Heraclio
Feliz cumpleaños Fernando, por tontuno_jorlll
Sangre sin sueño, por tontosinempeño
El viejo, por Paul Felder
De rocas y cometas, por Caronte
Historia de un romance bizarro, por Henry Zimbraski
Papeles, por Para todos
El hábitat, por Dragonzord
Balacera de narcos, por Emily Corrie


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RELATOS PARA DESCARGAR

Formato docx

Formato doc

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RESULTADOS DEL CONCURSO
El habitat, de cuan_burda, :campeon: con 62 puntos.
Papeles, de Pou, segundo con 58 puntos.
El crimen de la avenida, de crespo, tercero con 31 puntos.

Tabla con todas las votaciones

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ANTERIORES CONCURSOS

De ciencia ficción
De fantasía
Eróticos
Cómicos
Surrealistas
Policiacos
De amor y otras desgracias
de miedo...abandonado a su suerte:
terror, inacabado
De/con/para NIÑOS
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PouPierce
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Re: Concurso de relatos: La Muerte

por PouPierce » 01 Sep 2012, 15:23

¡Vamos, que no se muera!
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Von Karman
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Re: Concurso de relatos: La Muerte

por Von Karman » 01 Sep 2012, 15:45

Yo que no he escrito nunca nada, si tengo algo de tiempo me animo. Eso sí, siempre y cuando SINVER me guíe.

Dr. Heriberto Tchwok
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Re: Concurso de relatos: La Muerte

por Dr. Heriberto Tchwok » 01 Sep 2012, 15:47

Buah, qué ideaza esto del concurso, a ver si presento algo...
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mika-kohonen
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Re: Concurso de relatos: La Muerte

por mika-kohonen » 01 Sep 2012, 15:48

Putada de tema, porque los serios están requeteagotados, y los no serios se los cargó todos Terry Pratchett...
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bad moon rising escribió:"Mika" es un tipo duro, no voy a perder el tiempo con mariconadas.

PouPierce
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Re: Concurso de relatos: La Muerte

por PouPierce » 01 Sep 2012, 16:01

mika-kohonen escribió:Putada de tema, porque los serios están requeteagotados, y los no serios se los cargó todos Terry Pratchett...

Bueno, todos sabemos lo laxos que somos en estos concursos.

En realidad es una excusa para que heriberto, sr. lobo, arturo_papito, instante aleph, simpkins, SINVER, yo y alguno más nos saludemos y comprobemos que seguimos vivos.
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PouPierce
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Re: Concurso de relatos: La Muerte

por PouPierce » 01 Sep 2012, 16:29

Pseudónimo: Peter Illich
Título: La sombra


Una triste sombra en mi cuarto
a grandes sorbos el tiempo consumía
y a pasitos consumía el espacio.
Convertía en oscura noche el día
y la mañana convertía en ocaso
al pronunciar con maldad una letanía
que sonaba a fin y a epitafio:
"Vivir es morir sin descanso".
Cual cuchilla implacable y fría,
carne y huesos iba separando
cada palabra de la frase maldita,
cada sílaba del infame canto,
cada brizna de aire que se movía.
Morir era sufrir la propia vida
y respirar, vivir sin descanso.
"Aléjate de aquí, sombra impía,
no hurgues en mis llagas y llantos,
no me condenes a tu cruel compañía,
no disfrutes con mis quebrantos"
le grité y se burlaba con altanería:
"Jamás me podrás echar de tu lado
vivo tu muerte sin descanso".
Arremetí contra mi antagonista
fiero, decidido y rebelado,
"Aunque compartamos anatomía
y tu cara sea mi vivo retrato,
tu ausencia se parece a la vida
tanto como la risa al llanto...
vivir es vivir, morir es un descanso".
Última edición por PouPierce el 03 Sep 2012, 09:17, editado 1 vez en total.
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arturo_papito
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Re: Concurso de relatos: La Muerte

por arturo_papito » 01 Sep 2012, 18:21

Sigo vivo, a ver si se me escurre algo. Así por de pronto puedo poner a Rajoy y alterego en una habitación llena de hachas.
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crespo
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Re: Concurso de relatos: La Muerte

por crespo » 01 Sep 2012, 18:57

La muerte como tema, como personaje, como me dé la gana?

A ver si sacamos algo. Y por cierto, no está mal el poema relatado.
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SINVER
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Re: Concurso de relatos: La Muerte

por SINVER » 01 Sep 2012, 20:59

Epa, que casi se me escapa el hilo.

Yo prosupuesto que partipio, pero en este caso, y como obligada obligación con algo nuevo. Vamos, que después de dos años sin darle a la tecla más que para decir gelipocheces en un foro me voy a poner a ello. Hace un tiempo que me picaba, y de hecho iba a ponerme con uno de basket, pero lo aparco por la Parca. Veremos como anda mi imaginación de anquilosada.

Espero que el señor Kohonen participe en esta ocasión, por su prosa y por su indudable tirón. A ver si en esta ocasión aparte de las madres y los niños de papito alguien más aporta algo. Ni la sinvera nos leyo, tú, que desepsión.

P.D.: Von Karman, basta con leerte y compartir tertulia contigo durante diez minutos para saber con certeza que tus escritos van a rayar a gran altura. Tú dale repris al boli y luego déjale a el solo que avance. Mola.
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Frozen
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Re: Concurso de relatos: La Muerte

por Frozen » 01 Sep 2012, 21:01

Me gustaría participar. A ver si se me ocurre algo a tiempo.
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Advenedizo
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Re: Concurso de relatos: La Muerte

por Advenedizo » 02 Sep 2012, 16:48

Que suba esto, yo juego :)
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PouPierce
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Re: Concurso de relatos: La Muerte

por PouPierce » 03 Sep 2012, 09:18

Seudónimo: El Power Ranger Verde
Título: Automutilación Timpanil.


Cuando la policía llegó al lugar de los hechos, la atmósfera era de lo más tétrica. El acorde estridente de un viejo y desafinado órgano surgía de la única estancia iluminada en aquel lúgubre pasillo, sonando como el aullido de un alma que está siendo desgarrada del tejido hectoplasmático del mundo de los vivos. Efectivamente, el Sr. Heriberto Pino, célebre compositor y músico de Villa Gargajo, había sufrido una embolia cerebral en plena interpretación de una de sus piezas y había dado de bruces contra las teclas Si, Do, Do sostenido, Re, Re sostenido, Mi, Fa y Fa sostenido de su vetusto Celviano, que incluía, entre otros sonidos, el de un órgano renacentista salido de una novela de Lovecraft.

Nada hacia sospechar que no se tratase de una muerte natural, a pesar de la expresión de horror manifiesto que dibujaba el rostro del pianista. La afición del Sr. Heriberto a embriagarse a la hora de componer era conocida por todos los villagargajenses, y así se lo hizo notar uno de sus subordinados al inspector Gonzalvo, al indicarle las treinta y cuatro latas de cerveza que yacían aplastadas en la superficie del piano. “Si, era una cosa que se veía venir” se dijo a si mismo el inspector. “Retiren el cuerpo de ahí, antes de que ese insoportable acorde nos deje a todos sordos” exclamó. “Un acorde acorde a la música que nos dejó en vida”, pensó, se río del juego de palabras que se le había ocurrido y lo repitió en voz alta, pero nadie esbozo ni una media sonrisa. Enfurruñado, el inspector se sentó en la banqueta ya vacía y dio orden a su equipo de buscar pruebas, mientras él se dedicaba a juguetear con los diferentes sonidos del piano: xilófono, contrabajo, sirena de ambulancia…

Experimentando diferentes arpegios con el efecto de un cohete espacial (fiummm, blooom, kapisss) fue cuando reparó en la partitura. Parecía una composición muy simple, de apenas doce o trece estrofas, y que podía ejecutarse con una sola mano. Una pieza que cualquiera que supiera situar el Do en el teclado podría tocar. Canción de Cuna, rezaba el título. “Vaya, así que la última obra de este lerdo no es más que una canción para dormirse, lo que ha venido haciendo toda su vida” y soltó una estruendosa carcajada. “Vengan, acérquense y escuchen la obra póstuma de este desgraciado” gritó a los otros, y empezó a tocar: Do, Mi, Sol… Si, Fa, Sol… Do, Mi, Sol…


Eran las doce del mediodía y las vecinas empezaban a aglomerarse alrededor de la cinta policial que rodeaba la antigua casa del Sr. Heriberto. “No ha parado de sonar en toda la mañana, es como el estremecedor aullido de un alma que está siendo desgarrada del tejido hectoplasmático del mundo de los vivos” comentaba una señora de mediana edad, con los rulos de la peluquería aún en la cabeza, sobre el leve y enmudecido soniquete que a duras penas se escuchaba desde fuera. “Ignorante, son las notas Si, Do, Do sostenido, Re, Re sostenido, Mi, Fa y Fa sostenido a través de un Celviano que usa el efecto de sonido de un órgano renacentista”, le contestó otra más leída, mientras agitaba airadamente la revista “Qué me dices!” para refrescarse del bochorno. “Lleva entrando gente desde bien temprano. Estaba discutiendo con la pescadera sobre los diferentes niveles de lectura que presenta la obra cinematográfica de Kurosawa y como afecta ello al precio del lenguado, cuando he visto entrar a un cuerpo entero de la policía, otro de la guardia civil y un tercero de la tuna armada” se apresuró a decir una solterona de la última fila. Pronto empezaron a hablar todas a la vez y a improvisar rumores acerca de posibles orgías y comportamientos depravados que estaban teniendo lugar allí dentro, y la algarabía que se formó sonaba como los graznidos afilados de una bandada de patos. Cuando llegó una nueva patrulla y se negó a darles ninguna información, una de las señoras sacó un tallo de apio del carrito de la compra y agredió con él a un guardia, al que tuvieron que retirar en camilla. El suspense se acrecentaba entre las cuarentonas, y la policía, que no daba abasto con tanto problema, no pudo más que emitir un gritito de terror cuando vieron acercarse a lo lejos, entre un nebuloso borrón de polvo y calima, a un grupo de periodistas cuya sonrisa de neón resplandecía entre medias de una piel dorada recién salida de algún tipo de horno de rayos UVA.


“No puedo creerlo” dijo incrédulo el jefe de policía de Villa Gargajo. “No puedo creerlo” repetía. “Tres cuerpos. Hemos perdido tres cuerpos de cuatro hombres cada uno, sin ninguna razón aparente” se lamentaba. Tomó un sorbo de su humeante café y un hilillo blanco de espuma le perfiló su densamente poblado bigote, lo que no sentó muy bien a las pulgas que en él se hacinaban. El comisario se apresuró a hablar. “Mírelo por el lado positivo. Al menos hemos aprovechado esta coyuntura extraordinaria para librarnos de esos insoportables tunos” sostuvo. “Si, si… sé que a primera vista parece un bagaje favorable” contestó el comisario “pero estamos hablando de doce profesionales muertos, que sumados a los cuatro tunos hacen un total de ocho fallecidos en este caso… será difícil mantener a los medios y a la opinión pública a raya… y más cuando se trata de un caso tan… escabroso”.

El Jefe apoyó las manos encima de la mesa y escrutó con la mirada al comisario. “¿De verdad crees en lo que ha dicho ese chico, Jaime?”. No sabía que contestar. La historia era, como poco, estrafalaria. Según les había contado aquel joven policía, la escena que se encontró al entrar a la casa del músico era dantesca. Trece cadáveres cubrían el suelo de la habitación, todos ellos con la más espantosa mueca de horror que un rostro humano es capaz de perfilar, excepto los tunos, que yacían con lo que el joven había descrito como un gesto de la mayor admiración y pleitesía. “Una genuina muerte dulce”, en sus palabras. El pánico se apoderó de él y de sus compañeros. Uno de ellos retiró el cadáver del inspector de policía Núñez, que yacía con el rostro desfigurado encima de las teclas que van del Si al Fa sostenido, y empezó a escudriñar la partitura. Se sentó en la banqueta y comenzó a interpretar la pieza en un reposado adagio. Cuando concluyó, todos exhalaron un grito mudo de terror y cayeron muertos a los pies del joven policía, que asustado, no pudo más que huir del lugar de los hechos y relatar lo sucedido a sus superiores. “Ha tenido suerte de ser duro de oído” comentó el comisario con tono grave. “¡Maldita sea! ¡Por los ojos de cristo, no puede ser que ese viejo chocho y borracho haya creado una pieza de música asesina!” Y ahora se arrepentía de haber repartido aquellos vales gratuitos de clases de piano entre sus subalternos.


“¡LA CANCION ASESINANTE! ¡HA LLEGADO EL BUM DEL VERANO!” titulaban las revistas más locas del momento, mientras la prensa seria trataba el tema de manera más sobria, con un sucinto y tranquilizador “¡LA MUERTE SONANTE! ¡LA GUADAÑA AFINADA EN SI MAYOR LE AGUARDA A LA VUELTA DE CUALQUIER VINILO!”. Una revista especializada, hacía hincapié en “el peligro que supone que a algún nauseabundo grupo terrorista, Dios no lo quiera, se le ocurra la escandalosa idea de utilizar una emisora de radio para difundir las notas malditas y provocar una pandemia de muertes en la sociedad, lo cual sería terrible y ojalá que no pase, pero vamos, es que hay que ser panoli para, siendo un repugnante terrorista, no hacer algo así, porque nosotros, si fuéramos terroristas, ya haría tiempo que se nos habría ocurrido y lo habríamos hecho, que no hace falta pensar mucho y parece mentira que seamos nosotros, un medio liberal y progresista, los que tengamos que recordaros cual es vuestra inmunda labor, que parece que os estáis acomodando ya; y la excusa de que la canción está archivada y censurada y nadie tiene acceso a ella no nos sirve porque en el sitio web que adjuntamos a pie de página se puede descargar el archivo midi de la misma sin ningún problema, lo que nos parece fatal y una total irresponsabilidad de las autoridades por cierto, pero que nos vemos en el compromiso informativo, como profesionales que somos, de difundir”.


“Esto es un absoluto desastre” informó el presidente a su gabinete. “Hoy una señora se ha cargado a su marido metiéndole una grabación de la canción de marras en el transistor con el que estaba siguiendo el partido de las cinco. Han atracado unos chinos a golpe de walki-talki. Y un psicópata ha obligado a una estrella de la tele a enseñarle el toto bajo amenaza de cantarle la tonada de la muerte. Está claro que el uso armamentístico de la pieza ha comenzado”. “Nuestras cotas de audiencia están cayendo en picado” aseguró uno de los asesores “todo el mundo teme que alguien pirateé nuestra señal y emitan la Obertura Heriberto en la franja de máxima audiencia”. “¡Éste no puede ser el fin de la radio, maldita sea!” bramó el presidente desde su butaca presidencial, sudoroso y con gesto colérico. Se ajustó el nudo de la corbata, inspiró suavemente, bebió un trago de agua y se lo escupió en la cara al que tenía más cerca. Más relajado, señaló con la mirada al nuevo miembro del gabinete y le espetó: “A ver, tú, el nuevo, el morenito de la barba y los tapones en los oídos y el Ak-47 a la espalda y el gramófono emitiendo lo que parece una canción de cuna, alguna idea para…” y todos cayeron cual tronco milenario bajo la turbia sonrisa de Shareef.


La gente había empezado a reventarse los tímpanos con los palillos de los chupa-chups para evitar una repentina y melódica muerte. Las teles y las radios se desintonizaron de todos los hogares. El lenguaje universal, tan deseado por muchos intelectuales a lo largo de la historia, tuvo su plasmación real en el lenguaje mediante gestos. El cine de Kim Ki-duk se volvió mainstream y a Hazanavicius le quitaron el Oscar que tenía porque se dieron cuenta de que “no era para tanto”. Y, finalmente, la gente empezó a leer más que en ninguna otra época de la humanidad y alcanzó su más alta cota de sabiduría, bienestar y prosperidad. “Pero nos hemos quedado sin la música, y Nietzsche dijo que la vida sin ella sería un error”. Mirémoslo por el lado positivo, que diría Eric Idle, ya que estamos sacando citas de viejas glorias: también nos hemos quedado sin la tuna.
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kortxopan
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Re: Concurso de relatos: La Muerte

por kortxopan » 03 Sep 2012, 18:44

Si no le dedica el guiño a Eric Idle es para baneallo.

Edito: Muy bonito el poema, sí.

Green Eyes
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Re: Concurso de relatos: La Muerte

por Green Eyes » 03 Sep 2012, 19:17

Si fuera sobre la vuelta al trabajo...

minixaxo89
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Re: Concurso de relatos: La Muerte

por minixaxo89 » 03 Sep 2012, 19:44

Me puede salir un auténtico truño, pero lo intentaré.

PD: El del Power Ranger me ha dejado a cuadros. Buen comienzo.
Última edición por minixaxo89 el 03 Sep 2012, 20:03, editado 1 vez en total.
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Metzger1985 escribió:Hoy es un buen día para recordar que la riqueza de los ricos procede de la pobreza de los pobres.

PouPierce
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Re: Concurso de relatos: La Muerte

por PouPierce » 03 Sep 2012, 20:03

Pseudónimo: Kevin Carter
Título: Detrás del objetivo


Son las siete de la tarde. Me encuentro merodeando por los alrededores de una pequeña aldea de Sudán. Una aldea cuyas cabañas, construidas con un material similar al adobe, se levantan desperdigadas sin que aparentemente su distribución responda a planificación alguna, tan sólo a la necesidad de cobijo.

Alzo la cabeza y miro al cielo. El sol me ciega. Me ayudo de mi mano para poder distinguir algo sin deslumbrarme. La silueta majestuosa de un buitre, con sus alas desplegadas y planeando en círculos, se dibuja perfectamente recortada encima del azul del cielo. Un azul atenuado, blanquecino, por culpa de la intensidad con la que el sol alumbra. Hace mucho calor.

Vuelvo a bajar la mirada. Frente a mí, a unos treinta o cuarenta metros, otra silueta aparece, pero ésta es difusa y tiembla por culpa de la refracción de la luz producida por la temperatura que alcanza el terreno. Es la figura de un niño, quizá de una niña... no soy capaz de distinguirlo bien. Está agazapado, su frente se apoya en el suelo, la cara se esconde entre sus puños. Decido acercarme un poco más.

Me encuentro ya a sólo quince o veinte metros del chiquillo, ya no es una silueta. Ahora puedo apreciar con claridad todos los detalles. Está desnudo, su único atuendo es un collar... debe ser una niña. No tiene más de tres años. En sus brazos y piernas apenas hay carne. Su piel, quemada por el sol, reseca, parece pegada a los huesos. Cuando observo su cuerpo puedo distinguir todas y cada una de sus costillas. Su estómago está hinchado.

Llevo varios minutos observándola, no he apreciado ningún movimiento. Me fijo mejor, su tronco se llena levemente. Parece que aún respira. Antes de que pueda fijarme en nada más, antes de que pueda pensar en nada más, noto como una sombra se cierne fugazmente sobre mí. Pocos segundos después, el buitre que había estado planeando largo rato se posa a escasos metros de la niña.

Instintivamente acaricio la funda donde se encuentra mi equipo. Saco la cámara con cuidado y escojo el objetivo más adecuado. Estoy cerca, por lo que creo que con el 24-105 valdrá. El sol aún brilla con fuerza, hay mucha luz, por lo que escojo un carrete con una sensibilidad ISO baja, 200 parece la adecuada. Hago un primer encuadre de la instantánea. Escojo una abertura amplia del foco, quiero una buena nitidez global. Finalmente selecciono el tiempo de apertura del obturador. Creo que con 1/60 la fotografiá saldrá bien.

Vuelvo a poner el ojo al otro lado del objetivo, sujeto con firmeza la cámara. La niña aparece en primer plano. El buitre aparece justo detrás, expectante, con las alas replegadas y el cuello encogido, completamente inmutable, sin moverse un ápice . Termino de encuadrar la imagen y aprieto el disparador, dos veces. Separo mi ojo del objetivo, me es inevitable pensar que si el buitre desplegase sus alas la imagen sería soberbia. Decido esperar, pasan los minutos. El sol va cayendo, la luz disminuye, voy reajustando la cámara cada poco tiempo, si llega el momento quiero que la foto salga perfecta.

Ha pasado más de una hora. La niña, desnutrida, cada vez más débil, respira con menor frecuencia. El buitre apenas se ha movido. Parece que el ansiado momento no va a llegar. Disparo tres o cuatro fotos más. Recojo con cura el equipo. Miro por última vez la estampa. No puedo evitar pensar que hubiese podido conseguir una foto mucho mejor. Mientras me alejo, resignado, vuelvo a mirar el cielo y observo como otros buitres vuelan en círculos.
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PouPierce
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Re: Concurso de relatos: La Muerte

por PouPierce » 03 Sep 2012, 20:11

Pseudónimo: Frente Popular de Judea
Título: Resurrección



Creo que en el pueblo nadie se alegró cuando nos enteramos de la resurrección de Caín. Nadie excepto Abel, su hermano, que lo había matado tres años atrás.

Ya no recuerdo cuánto tiempo llevábamos llamándolos así. El apodo nació donde nacían todas estas cosas, en el bar del pueblo. Caín hacía ya tiempo que se había marchado y alguien nos contó, entre vaqueritos de pacharán, pito doble y las cuarenta, que le iba bien, que estaba amasando mucho dinero, que se había hecho construir una mansión a las afueras de la ciudad, que a saber de dónde venía toda esa fortuna. Abel, mientras tanto, seguía en el pueblo. Se había casado con Irma, la hija menor del panadero, y no había dejado de luchar hasta conseguir que pusieran una escuela para que los niños pudiesen estudiar sin tener que recorrer treinta kilómetros de ida y otros tantos de vuelta a diario. Nunca le oíamos hablar mal de su hermano, nunca nos contestaba cuando le preguntábamos si sabía en qué negocios andaba metido. Sé tanto como vosotros, mentía, y pegaba un trago a su cerveza y se iba a casa a estar con su mujer. Míralos, Abel y Caín, manda cojones, decíamos nosotros mientras veíamos, por el espacio que dejaba la puerta antes de volver a cerrarse, que ya empezaba a anochecer. Negocios turbios, decíamos, negocios turbios, ese Caín no es trigo limpio, y seguíamos a lo nuestro.

Tan convencidos estábamos de su culpa que ninguno nos extrañamos cuando nos contaron que lo habían hallado muerto esa misma mañana, tirado en el jardín de su mansión con las ropas ajadas y llenas de sangre. Quince navajazos, rezaba al día siguiente el periódico; hasta veintisiete llegué a escuchar yo en los corrillos del pueblo. Ajuste de cuentas, dijimos todos. Sea como fuere, a Caín lo habían matado y la lista de sospechosos o de gente con motivos para hacerlo era interminable. Por supuesto, a nadie se le ocurrió pensar en su hermano.

El siguiente mes fue muy confuso. Al entierro acudimos casi todos, movidos más por el morbo y la curiosidad que por la pena o por hacer compañía a Abel, roto tras unas gafas de sol, cogido del brazo de su esposa, Irma de luto ojos descubiertos enrojecidos y expresión ausente. Semanas después convirtió la mansión de su hermano en un orfanato y le puso su nombre –el real, por supuesto–. Para honrar su memoria, dijo en la inauguración, no era una mala persona. Veinticuatro horas después se presentó en comisaría y se entregó. Había ido a casa de su hermano en moto, habían discutido y lo había matado. Ninguno lo creímos hasta que vimos a Abel, escoltado por varios policías, sacar del garaje de su casa el arma homicida –un cuchillo de cocina que no había sido limpiado– y la ropa manchada de sangre que llevaba aquella noche. He matado a mi hermano y merezco el peor de los castigos, Señoría, dijo en el juicio, la pena que se me imponga siempre será menor que la que siento en mi interior. Nunca quiso explicar los motivos que le habían llevado a hacerlo. No sé por qué lo hice, era lo único que decía, me volví loco. Lo condenaron a cadena perpetua. Algo huele a podrido en todo esto, murmurábamos en el bar. Irma bajó las persianas y guardó riguroso luto. No volvimos a verla hasta que Caín resucitó, tres años después.

La noticia nos pilló, como no podía ser de otra manera, en el bar. El jardinero del orfanato lo había encontrado a primera hora de la mañana, tirado en el mismo sitio donde lo hallaron muerto, con la misma ropa. Creyéndolo un vagabundo le había azuzado con la manguera para despertarlo. Caín estaba confuso. Sentía, como posteriormente contaría, una sensación muy parecida a la resaca. No dejaba de decir que ésa era su casa, que qué habían hecho con ella, que su hermano era un asesino. El jardinero llamó a la policía en cuanto Caín le preguntó si sabía cuánto tiempo llevaba muerto. Nos miramos, pasmados. ¿Él, precisamente él, resucitado? No reaccionamos, ni siquiera abrimos la boca hasta que Irma, todavía vestida de luto, con la piel blanca casi transparente, caminar pesado y voz trémula entró en el bar pidiendo protección. Todos pensamos que, con su marido en la cárcel, temía que Caín buscase venganza haciéndole daño a ella. Tras una larga discusión decidimos que se alojaría en mi casa, ya que yo era el único soltero y los demás no querían tener más problemas con sus mujeres. Todavía temblaba cuando, tras enseñarle la que sería su nueva habitación, me miraba con ojos enrojecidos, dándome las gracias.

El show no tardó en comenzar. Por el pueblo Caín jamás volvió a pasar, pero aún así se llenó de curiosos, de peregrinos en busca de su lugar de nacimiento, de cámaras de televisión, de periodistas a la caza del titular. No resulta difícil imaginar el revuelo que ocasionó su resurrección. ¿El nuevo Jesucristo? No nos atrevíamos a hablar mal de él, tampoco éramos capaces de dar con una razón coherente que justificase su regreso de entre los muertos, como les gustaba decir a aquellos juntaletras. De Irma no sabíamos nada. Vinieron unos familiares a por ella y no sabemos dónde fueron, decíamos siempre, mirando hacia otro lado. La verdad es que estábamos asustados. ¿Quién, o qué, era capaz de devolver la vida a Caín mientras su hermano se pudría en la cárcel? Soy el hijo de Dios, proclamaba por las televisiones, y sin herida en el costado, Jesucristo, chúpate ésa, papá me quiere más a mí. Se le hicieron mil pruebas. Se exhumó su cadáver. Se certificó que el ADN era el mismo, el del cuerpo putrefacto y el del mártir redivivo. ¿Cuál olerá peor?, se escuchaba por lo bajini en las esquinas del pueblo.

Como dije antes, Abel fue el único que se alegró de la noticia. Lo vimos por la tele, llorando, dando gracias al señor por haberle devuelto la vida a su hermano, implorando su perdón. No quiero salir de aquí, decía, obré mal y debo cumplir mi condena, pero necesito que mi hermano venga y me diga que me perdona. Se habló mucho esos días sobre si debía ser excarcelado, a fin de cuentas el hombre que había matado estaba vivo. Algunos defendían su amnistía, otros decían que, igual que un ladrón era castigado aunque el seguro se hiciese cargo de lo robado, Abel debía cumplir su pena. Caín iba de plató en plató contando su experiencia al detalle, proclamándose el Elegido, rechazando a su hermano a quien no podría perdonar jamás. En el pueblo no sabíamos qué pensar. Mientras tanto, Irma callaba, escondida en mi casa, en su habitación, con las luces apagadas y la radio encendida, con los ojos rojos que se secaba cada vez que le llevaba la comida, con la boca seca que le temblaba cada vez que me daba las gracias, cada vez más delgada y más débil. En varias ocasiones estuve tentado de preguntarle si sabía algo o si, como Abel había asegurado siempre, era totalmente inocente, pero nunca me atreví. Me limitaba a cuidarla como habíamos convenido entre todos.

Resulta curioso. Siempre habíamos pensado que, si alguien volvía a la vida, el revuelo duraría hasta el fin de los días, pero esta vez duró lo que podría durar el interés por un hombre que no tenía ningún aliciente más allá del hecho de su resurrección. La gente, acostumbrada a consumir volúmenes ingentes de información, a ser testigo casi sin inmutarse de los colosales avances científicos y tecnológicos con que se desayunaban cada mañana, tardó apenas unos meses en empezar a olvidarse del nuevo Jesucristo. Si Dios buscaba un golpe de efecto claramente se había equivocado de época. Caín se veía, como tantos otros antes, víctima de lo efímero, y aún así, demasiado conocido todavía como para volver a sus anteriores negocios –fueran los que fuesen– sin levantar sospechas. Había ganado mucho dinero vendiendo reportajes y entrevistas a unos y otros, pero quería más y estaba dejando de interesar. Planteó, como no podía ser de otra manera, el último giro de teatro que le quedaba: ir a ver a su hermano a la cárcel, posar la palma de su mano sobre su cabeza y decirle, oh querido Abel, que le perdonaba, en directo y en exclusiva para todo el mundo por el canal 7.

La escena fue grotesca. Abel, envuelto en cámaras, delgado hasta la nausea, rompía en sollozos y se arrodillaba ante su hermano; le besaba las manos, las rodillas, los tobillos, los pies, imploraba su perdón. Caín, que había practicado durante la noche anterior –en directo para el canal 7– toda la parafernalia de la reconciliación, se veía superado por las circunstancias y se hacía a un lado, tambaleándose, apartaba una cámara de un manotazo y, tras vomitar, caía desmayado ante la estupefacción de todos. Esa misma noche, ante las mismas cámaras de canal 7, vimos a un Caín demacrado, con el gesto torcido, solicitar a las autoridades la liberación de su hermano. Una semana más tarde era liberado.

Yo mismo llevé a Irma a recoger a Abel. Estaba guapa. Se había puesto un vestido azul celeste y el maquillaje disimulaba un poco su delgadez. Sus ojos habían recuperado el brillo de antaño. Saltó corriendo del coche y se abrazaron durante varios minutos. Creo recordar hasta el sonido de sus huesos entrechocando en cada vaivén. Subieron al coche, al asiento de atrás, y estuvieron besándose y acariciándose durante casi todo el trayecto, y digo casi todo porque, cuando estábamos a unos veinte kilómetros del pueblo, la radio nos sorprendió con la noticia: habían encontrado muerto a Caín en el jardín del orfanato; en el mismo lugar que las otras veces, esta vez sin sangre, sin navajazos. Apoyado en el tronco de un árbol, como si se hubiese sentado a esperar a la muerte. Abel se soltó del brazo de Irma, su gesto se ensombreció y no volvió a hablar hasta que los dejé en su casa. Por el retrovisor vi cómo los ojos de Irma recuperaban ese tono rojizo que la acompañaba desde hacía tanto tiempo y, si no fuera porque sé que no es posible, habría jurado que el vestido que llevaba se había vuelto negro cuando bajó del coche.

En el cementerio se repitieron las mismas escenas que meses atrás. Abel, casi más descompuesto que la vez anterior, enterró el cuerpo de su hermano junto a los restos de su primera muerte. Esta vez no llevaba a Irma del brazo, por algún motivo se había quedado en casa. Tampoco asistió tanta gente. Siendo sinceros, nos sorprendía mucho menos la segunda muerte que la resurrección. Ahora todo encajaba. Caín sólo había sido la herramienta para redimir a Abel. El Elegido no era él, sino, como no podía ser de otra forma, su hermano. Se hacía justicia y todos veíamos cómo nuestras creencias dejaban de tambalearse. Volvimos a nuestros carajillos y a nuestras partidas de mus como si nada hubiese pasado.

Dos semanas después me despertaron unos golpes en la puerta. Eran las tres de la mañana, pero mentiría si dijera que me sorprendieron. Llevaba varios días esperándolos. Fuera llovía con fuerza y hacía frío. Abrí la puerta e Irma se me abalanzó, me abrazó, llorando. Estaba empapada. ¿Puedo quedarme aquí?, me susurraba al oído. Me violó, me violó y Abel se volvió loco, fue a por él y lo mató. Luego se arrepintió y me culpó a mí. Ahora ya no es el mismo, ha cambiado. Siguió dándome explicaciones que no necesitaba escuchar mientras la llevaba a su habitación, que seguía preparada desde el día que se fue, que seguía esperando su vuelta desde que la vi bajar del coche con su vestido negro.
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PouPierce
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Re: Concurso de relatos: La Muerte

por PouPierce » 03 Sep 2012, 23:42

Buenas noches.
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bonobeando
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Re: Concurso de relatos: La Muerte

por bonobeando » 03 Sep 2012, 23:45

Hallazgo!
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