por cuan_burda »
17 Abr 2013, 20:58
Autor: saa12121
Pie: Superhéroe - Desierto - Muchedumbre
Yacían sombras reflejadas en el cielo, sombras de una muchedumbre agotada y explotada, reflejo del dolor y el sufrimiento que la vida otorgaba al grueso del pueblo sometido. Hacía tiempo que vivían en condiciones infames, bajo el yugo de una clase dominante que se esforzaba por exprimir cada unidad de energía que se desprendiera de la escuálida gente del mundo que ellos gobernaban. Bajo los pies de los opresores, millones de personas trabajaban cada día 16 horas al servicio del uno por cien de la sociedad.
El desgarro de la dignidad de las personas se producía sin excepción en todas y cada una de las partes del mundo. Esto solamente era molestado por escasas y puntuales sublevaciones de soñadores populares acalladas por el monopolio de la sangre y el dolor. En un lugar indeterminado entre el mar Mediterráneo y el océano Atlántico, situado en el vasto territorio del desierto del Sáhara, se ahogaba entre pensamientos idealistas uno de estos privilegiados que todavía podían pensar con la cara empapada de sudor y la espalda cubierta de sangre.
Âkil creía recordar que era su nombre. Las relaciones interpersonales no estaban permitidas en este nuevo mundo, por lo que hacía años que no oía a nadie que le llamase. Para no olvidar su nombre, tenía que pensar en la última vez que lo oyó pronunciado; cuando los labios de su madre clamaron por su atención y antes de que la hemorragia que causa una bala en la espalda acabara con su vida le dijo: Siento haber perdido lo que nos dieron, pero por favor, lucha por recuperarlo. Sin duda, la madre de Âkil se refería a la pérdida de cualquier derecho humano, a la desaparición de la igualdad de cualquier tipo, a la sumisión que se veían expuestos. Âkil pensaba cada día que manera le quedaba para poder deshacerse de la soga en la que la humanidad estaba envuelta, cómo podía volver a ser libre y conseguir que las nuevas generaciones que jamás habían volado se diesen cuenta de que tienen derecho a tener alas.
Una noche de tantas, Âkil se decidió a empezar la revolución, iba a ser un superhéroe para la muchedumbre entristecida y pisoteada por los que se habían hecho con el mundo. Entre la oscuridad de la gran cabaña que daba cobijo a la gente de uno de los territorios de trabajo en los que estaba dividido el mundo y el Sáhara, Âkil empezó a hablarle a la gente de todo lo que tuvieron y que habían perdido. Les contó como antes se podía vivir sin trabajar 16 horas, como los mismos que ahora los explotaban en otro tiempo les respetaban, les recordó que no tiene sentido sufrir en esta vida, si después de la muerte no queda nada, les incitó a luchar y morir por un futuro mejor en el que la humanidad recuperara lo que le pertenecía. Al grito de mejor morir ya por algo, que vivir sufriendo por nada, terminó su discurso que hizo derramar lágrimas a los más viejos, lágrimas que contenían recuerdos de un pasado mejor; y creó cierto escepticismo entre los que no habían conocido tal situación y pensaban que padecían cierta locura.
Esa misma noche, la gran mayoría de la cabaña empezó la preparación del que sería su superhéroe. La mayoría empezó a recoger como buenamente podían materiales para fabricarle a Âkil una indumentaria lo suficientemente cómoda y ágil para que pudiese ser el líder violento de una revolución que, en las circunstancias que se encontraban, no podía ser de otra manera que derramando sangre. Los escépticos ante lo que Âkil predicaba, prometieron guardar silencio, fue el mínimo de ayuda que ofrecieron.
Al cabo de una semana, todo estaba listo. Iba a empezar una lucha armada contra los soldados de esa zona del desierto del Sáhara. Âkil estaba a la cabeza. Por la noche, siguiendo el plan elaborado entre todos en la cabaña, salieron del barracón en dirección a los aposentos de los soldados, que debían dormir plácidamente. Cuando estaban a 500 metros del edificio objetivo, Âkil empezó a pensar en lo que iba a ocurrir y en lo que iban a conseguir. La humanidad iba a ser otra vez como antaño, y la igualdad volvería a ser algo al alcance de las personas. La indumentaria que costosamente habían elaborado sus compañeros sometidos cubría casi todo su cuerpo y le protegía de la tímida brisa y la arenisca que esta levantaba. Miraba con determinación al frente, con sueños y con una oportunidad en sus pupilas, miró también en ese mismo momento, como una bala se incrustaba en su frente, acabando con todas sus ideas. De repente, salieron miles de soldados de debajo de la arena matando a todos los acólitos del que habían apodado el superhéroe del Sáhara simplemente por sus ideas antisumisión. Esa misma noche los soldados exterminaron a todos los esclavos de esa zona manchados por las ideas de Âkil, y que podían ser un germen en un futuro.
Un esclavo de los que habían jurado no hablar, traicionó a Âkil y la gente que le seguía para liberarlos a todos solamente con la intención de ascender como soldado y poder llevar una vida digna bajo el mando de los que realmente mandaban. Traicionó la revolución por la libertad para seguir siendo un sometido, solamente que ahora podría desfogarse con putas y maltratando a los que fueron sus iguales. Podría hacerlo, si no fuese porque los soldados también le quemaron vivo, eran demasiado precavidos como para dejar vivo a alguien que hubiese escuchado las verdades de Âkil.
Las luchas del pasado son los derechos del presente, decía la madre de Âkil. Las luchas de hoy, serán las condiciones del mañana. La docilidad será la sumisión del mañana. Pero desde la muerte de Âkil ya no habría más lucha, solo quedaría docilidad. Con él, murió toda esperanza de recobrar los derechos, pues desapareció toda sed de lucha. Pero la culpa no fue de él, sino del pueblo de 20 años atrás, del 2013, que dócilmente no fueron capaces de mantener el legado de las luchas de sus antepasados, y cuando se quisieron dar cuenta, era demasiado tarde como para luchar por nada. Esa era la sociedad de la madre de Âkil, el último atisbo de héroe de la humanidad.