por Baerd »
25 Nov 2013, 11:49
1- La Sumisa, Bobok y el Sueño de un hombre ridículo- Dostoievski
2-Siddhartha-Herman Hesse.
3- El gran Gatsby - F. Scott Fitzgerald
4- Esperando a los bárbaros- J. M. Coetzee
5- La ciudad y los perros- Mario Vargas Llosa
6- El gato Negro y otros relatos- E. A. Poe
7- Matadero cinco - Kurt Vonnegut
8 - Relato sobre la toma de Constantinopla - Nestor Iskander.
9 - Apuntes desde el subsuelo - Fiodor Dostoyevski
10 - El hombre Ilustrado Ray Bradbury
11- Sexualmente- Nuria Roca.
12 - Sunset Park - Paul Auster
13 - León el Africano - Amin Maalouf
14 - EL VIOLINISTA DE MAUTHAUSEN- Andrés Pérez Domínguez
15 - Guerra Mundial Z - Max Brooks.
16 - El Proceso - Kafka
.17 - La Voz de las Espadas - Abercrombie (saga La primera ley)
18 - Antes de que los cuelguen - Abercrombie.
19 - El ultimo argumento de los reyes - Abercrombie
20 - La mejor venganza - Abercrombie
21 - Zombi, guía de supervivencia - Max brooks
22 - El idiota - Dostoievski
23 - Desgracia - Coetzee
24 - La Peste - Albert Camus
Pues un poco decepcionante, me ha costado meterme en el hilo del libro y salvo determinadas partes no he acabado de empatizar, demasiado aséptico quizá. me ha gustado mucho menos que El Extranjero y El malentendido.
No quería ser un apestado, eso es todo.
Llegué a tener la convicción de que la sociedad en que vivía reposaba
sobre la pena de muerte y que combatiéndola, combatía el crimen. Yo
llegué por mí mismo a ese convencimiento y otros me corroboraron en
ello; de hecho era verdad en gran parte. Entonces me fui del lado de los
que amaba y a los que no he dejado de amar. Estuve mucho tiempo con
ellos y no ha habido país de Europa donde no haya compartido sus
luchas. Pero bueno, a otra cosa.
"Naturalmente, yo sabía que nosotros también pronunciábamos a veces
grandes sentencias. Pero me aseguraban que esas muertes eran
necesarias para llegar a un mundo donde no se matase a nadie. Esto
era verdad en cierto modo, y después de todo, acaso yo no soy capaz
de mantenerme en ese orden de verdades. Lo cierto es que yo dudaba,
pero pensaba en el búho y esto me hacía seguir. Hasta el día que tuve
que ver una ejecución (fue en Hungría) y el mismo vértigo que me había
poseído de niño volvió a oscurecer mis ojos de hombre.
"¿Ha visto usted fusilar a un hombre alguna vez? No, seguramente, eso
se hace en general por invitación y el público tiene que ser antes
elegido. El caso es que usted no ha pasado de las estampas de los
libros. Una venta en los ojos, un poste y a lo lejos unos cuantos
soldados. Pues bien, ¡no es eso! ¿Sabe usted que el pelotón se sitúa a
metro y medio del condenado? ¿Sabe usted que si diera un paso hacia
adelante se daría con los fusiles en el pecho? ¿Sabe usted que a esta
distancia los fusileros concentran su tiro en la región del corazón y que
entre todos, con sus balas hacen un agujero donde se podría meter el
puño? No, usted no lo sabe porque son detalles de los que no se habla.
El sueño de los hombres es más sagrado que la vida para los
apestados. No se debe impedir que duerman las buenas gentes. Sería
de mal gusto: el buen gusto consiste en no insistir, todo el mundo lo
sabe. Pero yo no he vuelto a dormir bien desde entonces. El mal gusto
se me ha quedado en la boca y no he dejado de insistir, es decir, de
pensar en ello.
"Al fin comprendí, por lo menos, que había sido yo también un apestado
durante todos esos años en que con toda mi vida había creído luchar
contra la peste. Comprendía que había contribuido a la muerte de miles
de hombres, que incluso la había provocado, aceptando como buenos
los principios y los actos que fatalmente la originaban. Los otros no
parecían molestos por ello, o, al menos, no lo comentaban nunca
espontáneamente. Yo tenía un nudo en la garganta. Estaba con ellos y,
sin embargo; estaba solo. Cuando se me ocurría manifestar mis
escrúpulos me decían que había que pensar bien las cosas que estaban
en juego y me daban razones a veces impresionantes para hacerme
tragar lo que yo no era capaz de digerir. Yo les decía que los grandes
apestados, los que se ponen las togas rojas, tienen también excelentes
razones y que si admitía las razones de fuerza mayor y las necesidades
invocadas por los apestados menores, no podía rechazar las de los
grandes. Ellos me hacían notar que la manera de dar la razón a los de
las togas rojas era dejarles el derecho exclusivo a sentenciar. Pero yo
me decía que si cedía a uno una vez no había razón para detenerse.
Creo que la historia me ha dado la razón y que hoy día están a ver quién
es el que más mata. Están poseídos por el furor del crimen y no pueden
hacer otra cosa.
"En todo caso, mi asunto no era el razonamiento; era el búho rojo, esa
cochina aventura donde aquellas cochinas bocas apestadas anunciaban
a un hombre entre cadenas que tenía que morir y ordenaban todas las
cosas para que muriese después de noches y noches de agonía,
durante las cuales esperaba con los ojos abiertos ser asesinado. Era el
agujero en el pecho. Y yo me decía, mientras tanto, que por mi parte me
negaré siempre a dar una sola razón, una sola, lo oye usted, a esta
repugnante carnicería. Sí, me he decidido por esta ceguera obstinada
mientras no vea más claro.
"Desde entonces no he cambiado. Hace mucho tiempo que tengo
vergüenza, que me muero de vergüenza de haber sido, aunque desde
lejos y aunque con buena voluntad, un asesino yo también. Con el
tiempo me he dado cuenta de que incluso los que eran mejores que
otros no podían abstenerse de matar o de dejar matar, porque está
dentro de la lógica en que viven, y he comprendido que en este mundo
no podemos hacer un movimiento sin exponernos a matar. Sí, sigo
teniendo vergüenza, he llegado al convencimiento de que todos vivimos
en la peste y he perdido la paz. Ahora la busco, intentando
comprenderlos a todos y no ser enemigo mortal de nadie. Sé
únicamente que hay que hacer todo lo que sea necesario para no ser un
apestado y que sólo eso puede hacernos esperar la paz o una buena muerte a falta de ello. Eso es lo único que puede aliviar a los hombres y
si no salvarlos, por lo menos hacerles el menor mal posible y a veces
incluso un poco de bien.
"Por eso me he decidido a rechazar todo lo que, de cerca o de lejos, por
buenas o por malas razones, haga morir o justifique que se haga morir.
"Por esto es por lo que no he tenido nada que aprender con esta
epidemia, si no es que tengo que combatirla al lado de usted. Yo sé a
ciencia cierta (sí, Rieux, yo lo sé todo en la vida, ya lo está usted viendo)
que cada uno lleva en sí mismo la peste, porque nadie, nadie en el
mundo está indemne de ella. Y sé que hay que vigilarse a sí mismo sin
cesar para no ser arrastrado en un minuto de distracción a respirar junto
a la cara de otro y pegarle la infección. Lo que es natural es el microbio.
Lo demás, la salud, la integridad, la pureza, si usted quiere, son un
resultado de la voluntad, de una voluntad que no debe detenerse nunca.
El hombre íntegro, el que no infecta a casi nadie es el que tiene el
menor número posible de distracciones. ¡Y hace falta tal voluntad y tal
tensión para no distraerse jamás! Sí, Rieux, cansa mucho ser un
pestífero. Pero cansa más no serlo. Por eso hoy día todo el mundo
parece cansado, porque todos se encuentran un poco pestíferos. Y por
eso, sobre todo, los que quieren dejar de serlo llegan a un extremo tal
de cansancio que nada podrá librarlos de él más que la muerte.
"Desde ese tiempo sé que yo ya no sirvo para el mundo y que a partir
del momento en que renuncié a matar me condené a mí mismo en un
exilio definitivo.
Tiempo de sueños.