por ENTABÁN »
19 Jun 2017, 18:36
Así iba:
Y se cayó:
(el texto no es mío, pero sirve para ver que se criticó bastante)
Un Enric Miralles treintañero no pudo hacer lo mismo y vio como su Pabellón de Baloncesto en Huesca se desplomaba después de fallar uno de los cables que soportaban la cubierta apoyada sobre otros tantos que tenían como función no entrar en contacto con la estructura inferior. Ahí quedan los mástiles originales, testimonios elocuentes del suceso después que no hubiese suficiente dinero para demolerlos.
La tensión generada por algunas obras de arquitectura juega peligrosamente con el límite. El límite del mal gusto. El límite donde el buen gusto se torna insoportable (ahí está Milan Kundera enunciando la antítesis del kistch que tanto define cierto tipo de arquitectura). A veces el límite de la estabilidad. La esbeltez de las torres de comunicación, el diálogo entre quitar suficiente masa como para que sea rendible y dejar suficiente como para que sea estable en las canteras subterráneas de mármol, son arquitectura precisamente por esta dialéctica con el extremo. También los voladizos de Dieste o los vitrales de la casa Tugendhat primero (sólo Swarovski fue capaz de construirlos) o de la Fondation Cartier o de la boutique Calvin Klein de la Quinta Avenida más tarde.
El colapso, la restauración, la ruina son modos de hacer evolucionar la profesión. La arquitectura se doblega a sus exigencias formales, funcionales. Se doblega a sí misma cuando, para producirla, hay que llegar tan allá en la tensión que a veces da lo mismo si se aguanta o no: la construcción refleja el esfuerzo permanentemente, tensando también al usuario. Cruzar el límite es cambiar el paradigma. La obra tendrá algo de tumba, de monumento. Habrá cansancio, incertidumbre, quizá ganas de transformarla en algo diferente a lo que quería ser, quizá un acercamiento a lo que tendría que ser vía un proyecto que, por fin, impone unas normas que el arquitecto había ignorado. La Fallingwater House resiste setenta y un años más tarde de su inauguración. Ha sufrido derrumbes parciales y un par de restauraciones importantes. Otro par de veces casi se vuelve a desplomar. La marquesina posterior que forma el ‘carport’ llegó a colapsar parcialmente, al igual que parte de los brise-soleils delanteros. Los que se ven hoy en día son añadidos que quizá vuelvan a caer. En su soberbia, Frank Lloyd Wright ni se inmutó: arregló el voladizo a punto de desplomarse y siguió construyendo tal cual. La casa siempre estará así, más cerca del suelo que del cielo, o de esa improbable cascada creada a base de dinamitar grandes pedazos de roca en un riachuelo de montaña que fluía con curso constante, en una ficción natural que algunos llaman ahora ‘sostenible’.
Enric Miralles escuchó a su obra. Sin añadir ni reforzar la cimentación existente (tampoco había dinero para ello), el único edificio del solar (el cuerpo de la tribuna principal) pasó a convertirse en un gigantesco pilar que soportó una nueva cubierta donde la tensión de los cables giró sobre sí misma para convertirse en el cordón superior de unas jácenas soportadas en yugo sobre otra jácena que dobla superiormente dicho edificio. Se exploraron nuevas tensiones. Nacieron nuevas simetrías y Huesca puede, ahora, alardear de ser la única ciudad del mundo no con uno sino con dos pabellones del arquitecto, no uno al lado del otro sino uno encima del otro. Como una catedral encima de una mezquita encima de un templo arriano encima de un templo romano resultado de reconvertir un templo celta.