por Roderic »
06 Dic 2016, 18:18
Feminismo… feminismo posmoderno… nadie sale vivo de aquí hoy. ¿Por dónde empiezo esto? Ya sé que la mayoría de la gente que llegue a este texto no se va a parar a leerlo, pasando directamente a los comentarios señalándome como una vil materialización de la falocracia, un enemigo de las mujeres, un apologista de la cultura de la violación y mil barbaridades más que, lamentablemente, los harán sentirse muy bien con ellos mismos. Las razones de la extraña situación de extrema irritabilidad respecto al tema de este texto son varias. En primer lugar, simplemente es cool. Ser una brujita atómica o un guardaespaldas de las indefensas mujeres, ejerciendo de policía del pensamiento e intentando por todos los medios no tener que salir de la zona de confort de lo políticamente, y a veces absurdamente, correcto, es algo que en ciertos círculos da muchos réditos sociales. Y es un drama, porque cuando la gente acepta las cosas de forma dogmática o paranoica, rechazando lo que puede contrariar sus ideas preestablecidas, entonces estamos ante un fanático. En segundo lugar, porque, además de la censura, hay una lógica muy macabra a la hora de abordar cualquier texto que hable sobre el feminismo y ose hacer algún tipo de crítica: dicho texto pasará inmediatamente a ser convertido en un hombre de paja y tachado de machista. Y da lo mismo que haya que retorcer el significado de ese término tan manoseado que ya significa muy poco, que no pase la oportunidad de colgarle una etiqueta doliente a alguien. Lo de llamar ‘machista’ a las cosas que no nos gustan se ha convertido en algo así como la historia de Pedro y el lobo, pero con un pueblo muy voluntarioso que nunca deja de acudir. Y, por último, porque tengo la maldición retórica de tener una polla colgándome entre las piernas. Lo cual, para algunas personas, me incapacita para hablar sobre el feminismo. Porque si tuviera el cromosoma 23 XX podría decir casi cualquier barbaridad que me venga en gana y todos tan felices.
Pero, ¿sabéis qué? Antes me hubiera calentado, hubiera dado mil explicaciones y me hubiera dolido mucho que se dijera algo tan terrible acerca de mi persona, pero hoy en día simplemente me la suda. Me da igual, lo mismo, vuestra existencia me la trae al pairo. Digamos que soy la parte menos voluntariosa del pueblo. Este texto no es para vosotros, es para la gente que se toma la molestia de no crucificar a los demás porque sí y de leer las cosas con algo de espíritu reflexivo. Yo sé muy bien que soy feminista. Lo soy porque creo firmemente en la igualdad de los sexos respecto a la ley, las oportunidades sociales y los juicios morales. Las mujeres tienen tanto derecho como cualquier hombre a disfrutar de su sexualidad como mejor les parezca, a estudiar lo que quieran, a ser enteramente respetadas en su voluntad y autonomía, a ser admiradas cuando corresponda y, en general, a hacer con su vida lo que les venga en gana —todo con los matices y limitaciones que estipulan los códigos penales y las buenas formas y demás. Lo único que voy a argumentar en este texto es que no soy un feminista de tercera ola, que los hombres y mujeres no estamos en una guerra, sino que estamos sometidos a cargar con cruces parecidas respecto a los estereotipos de género y que, por ello, debemos trabajar juntos, y, por último, que el camino del feminismo no debe ser el victimismo, sino el cambio efectivo y la ponderación real de la situación de las mujeres en base a datos y hechos.
Porque voy a decirlo claro: una parte considerable del feminismo actual ha perdido el norte y se ha convertido en teatrillos, pillaje, autocompasión monárquica, ofensas ectoplásmicas, rituales sacrificales, misandria al por mayor y ejercicios inquisitoriales de sobremesa. Y he dicho ‘una parte’, la otra bien, pero esa parte bien tiene que cargar con la otra y, poco a poco, la espalda ya no le da más de sí.
¿Tiene sentido hablar de esto en una línea de artículos sobre la posmodernidad? Sí. No hay cosa más posmo que la tercera ola, ya veréis.
El ángel de la casa se levanta en armas
Siendo yo pacifista no puedo más que admitir que hay guerra justas. Es más, hay guerras que vale la pena luchar, que dignifican y que son inevitables. Porque cuando un montón de imbéciles endiosados te ha reprimido desde que el tiempo es tiempo, es justo y valiente ponerse de pie, plantar cara y exigir el respeto que se te ha sido negado. Esto fue lo que hicieron las mujeres en la primera ola del feminismo: levantarse frente a la opresión masculina y reivindicarse como colectivo. Porque la sociedad ha dado bastante asco en su trato hacia las mujeres, siendo estas víctimas de violencia, opresión y de una serie de ideas que las relegaban a una posición secundaria suponiéndolas incapaces de tomar sus propias decisiones. Los precedentes más claros son Paullain de la Barre, el tándem Helen Taylor / Stuart Mill y Mary Wollstonecraft —siendo esta última una figura histórica realmente fascinante. Pese a estos visionarios, lo que entendemos hoy en día como ‘feminismo’ bajo la forma de movimiento social no llegó hasta esta primera ola acontecida desde la segunda mitad del siglo XIX hasta principios del XX. Esta primera ola tenía un marcado carácter político, centrándose en conseguir el sufragio femenino, la igualdad de derechos dentro del matrimonio, el derecho de las mujeres a tener propiedades, a firmar, a trabajar, igualdad de oportunidades en materia educativa y, en general, conseguir igualdad ante la ley y poder político.
La segunda ola fue una continuación de la primera, pero ampliando el rango de temas a revindicar. Si la primera luchó en la arena política, la segunda lo hizo en la social, denunciando desigualdades tácitas en materia de relaciones laborales, familiares o académicas. Centraron también la atención en el maltrato doméstico, en el consenso sexual y el acoso en todas sus formas. Estas reivindicaciones tuvieron lugar hasta los 80′ y supusieron una serie de victorias de extrema importancia, dado que todos esos problemas eran recalcitrantes y tremendamente extendidos en una sociedad que no estaba acostumbrada a escuchar la voz de las mujeres. Estas dos primeras olas fueron muy exitosas y, sin duda, debemos sentirnos orgullosos de todos estos avances sociales que son hitos históricos que debemos celebrar y mantener. Sin embargo, la tercera ola supuso un cambio en lo que hasta ese momento se trató de un movimiento social bien encaminado, realista y victorioso, deslizándolo paulatinamente hacia la inacción y los debates abstractos que no responden a realidades sociales equiparables a aquellas por las que lucharon las anteriores feministas.
La semilla que creció torcida en la tercera ola ya estaba latente en la segunda, una semilla que, al germinar, hizo que el feminismo se fuera reconvirtiendo poco a poco en lo que hoy en día se denomina ‘estudios de género’. Simone de Beauvoir decía en El segundo sexo que “no se nace mujer: llega una a serlo”. Tocaba entonces trasladar el debate desde el lodo de la realidad hacia lo difuso de las nubes, interrogándose acerca de qué significa ‘ser mujer’. El movimiento político pasó entonces a ser un problema filosófico, y cuando los filósofos toman el control de una situación, creedme, nada bueno sale nunca de ahí. Pero este debate acerca del género fue llevado a cabo de una forma radicalmente ambientalista por parte de cierto sector del feminismo, considerando que ‘ser mujer’ no es algo biológico, sino un constructo plenamente social. Ser mujer sería un mero relato y, en este sentido, la vinculación con la posmodernidad fue inmediata dada la afinidad teórica entre ambos movimientos. En este feminismo posmoderno hay verdaderas mujeres y falsas mujeres siempre de acuerdo al relato que se adopte y que, al no estar vinculado a la roca sólida de la evidencia, se basa en meras elucubraciones y en mucho ‘para mí’ o ‘yo opino’: el símbolo último de la posmodernidad.
Otra parte del feminismo, en cambio, no se perdió por estos derroteros, considerando que el ‘ser mujer’ es una cuestión biológica y que no hay verdaderas o falsas mujeres, sino mujeres que hacen cosas distintas con su libertad según les de la gana. Las características, fuerzas y vulnerabilidades de las mujeres tienen aquí una base biológica que se ve potenciada o mermada por el contexto social. Para ellas, denominadas hoy en día ‘feministas de la diferencia’ —con Susan Pinker a la cabeza—, lo que hay que hacer es feminizar la sociedad para adaptarla a las necesidades específicas de las mujeres, entendiendo que ello es una lucha política y social ajena a bobadas filosóficas o a cazas de brujas. Mientras unas consideran que una vez conseguida la igualdad política hay que gritar ¡viva la diferencia! Y poner en valor a las mujeres como tales siendo estas libres de tomar sus propias decisiones, las posmodernas consideran que, más allá de la igualdad política, hay que conseguir la imposición de un relato de género neutro, aboliendo las diferencias, aunque sean inocuas, entre los sexos al grito de ¡machete al machote! Y cazando, a su vez, a las ‘malas mujeres’ como traidoras y lobas machistas bajo la piel de un femenino cordero.
El principal problema del feminismo posmoderno radica en la forma tosca y extremista con la que define sus términos e intenciones. Una gran cantidad de los términos que emplean no sólo son ambiguos, sino que a menudo son sinsentidos. Un ejemplo muy definitorio de los problemas de este feminismo es la forma como entienden el ‘patriarcado’. Por ejemplo, ayer leí a una feminista afirmar que había sentido la llamada a filas “el 22 de diciembre de 2013, cuando reflexiona sobre el Anteproyecto de Ley Orgánica para la Protección de la Vida del Concebido y de los Derechos de la Mujer embarazada, obra de Alberto Ruiz-Gallardón”, porque “son asuntos relacionados con la sexualización o la parte sexual de la mujer y con su capacidad reproductiva, que han estado regidos por el patriarcado y sometidos a él”. Por supuesto, considero que esa ley fue infame y que quince tarados no tienen por qué ponerse a decidir sobre asuntos que no les competen y, encima, hacerlo desde un punto de vista asquerosamente beato que hoy en día nos parece intolerable. Pero, ¿quién ese ese tal ‘patriarcado’ del que está hablando? Entiendo que de entrada son Gallardón y sus amigos rancios, pero tienden a extender la idea de ‘patriarcado’ hacia la totalidad de los hombres como género, dado que nuestro género sería definido por lo patriarcal, lo falocéntrico y, en los casos más extremistas, por la violencia. Los hombres, simplemente por ser hombres, ya formaríamos parte de los amigos de Gallardón y nuestro relato sería el de ser los enemigos de las mujeres. Todos somos el patriarcado.
La autocompasión de la eterna víctima
A partir de aquí ya todo comienza a descarrilarse y a salirse de control hasta convertirse en una ideología de odio sostenida como una forma pijoprogre de posmodernidad propia de mujeres occidentales aburridas con ganas de victimizarse. Porque el feminismo posmoderno entiende los problemas de género como algo exclusivo de las mujeres, considerando a los hombres como reyezuelos privilegiados que son la causa última y próxima de todos sus problemas. Somos patriarcado por defecto y hay que luchar contra nosotros aunque estemos callados dándole de comer a las palomas en un parque. Un ejemplo de esto es Rebecca Solnit, que admite haber escrito su libro “desde mi propia experiencia y mi perspectiva” y denuncia públicamente “la tiranía de lo cuantificable”, alegando que “siempre hay un sesgo hacia lo cuantificable, al menos en las culturas que valoran el dinero y la racionalidad y las cifras y los números en formas que desdibujan cómo vivimos y que, definitivamente, no describen ninguna de esas experiencias”. Es decir, que si vienes a presentarle datos a Rebecca que contraríen su sacrosanta opinión es porque eres un falócrata capitalista y reduccionista, y, por supuesto, su opinión vale mucho más que eso. Pero no se limita a sentar cátedra contra los hombres desde su propia subjetividad, sino que considera que existe una guerra generalizada entre los géneros y que, por ello, “es necesario que a las mujeres jóvenes hoy, más que nunca, se les diga que los problemas que ellas experimentan no existen porque ellas fallen, sino por un patriarcado y unos aliados repletos de clichés y asunciones”. Vamos, que si eres mujer y tienes problemas es por lo hombres, y todo ello porque la señora Solnit así lo considera. Así que, en fin, siento mucho si tienes algún problema… no puedo evitar ser la fuente de tus desgracias estimada lectora.
Esta idea, súmamente extendida entre ciertos círculos feministas, suma a la demonización del hombre una actitud extremadamente victimista en la que los problemas que tengan, independientemente de que sean reales o inventados —somos posmodernos, ¿qué cojones importará eso?—, no han de ser asumidos como posibles fallos personales que nos empujen a mejorar y a luchar por las cosas, sino que hay que ponerse en posición fetal en una esquina, llorar y quejarse de los hombres. ¿Hay hombres hijos de ****? Sí, y a montones. Hay violadores, maltratadores, misóginos y todo tipo de escoria que merece ser desterrada de la sociedad para siempre, pero no querida Rebecca o querida compañera de máster que me trataba como a un violador en serie por entrarle a alguna chica, yo no soy uno de ellos. Me niego en rotundo a que me consideréis parte del patriarcado o que consideréis que podéis ser crueles con los hombres porque sí o que los niños han de ser tratados como criminales en potencia. Porque esta es España en el 2016 y el machismo es algo restringido a cuatro cavernícolas y tus problemas son tu responsabilidad. Si quieres estaré aquí para ayudarte, pero siempre y cuando me consideres un compañero de viaje y no el Vampiro de Düsseldorf. Los problemas propios de las mujeres en nuestra sociedad son cosas que, aunque hay que seguir luchando por erradicar, no pueden justificar esa actitud más allá de apelar a un intento de victimización anacrónica.
Por ejemplo, nuestra amiga Solnit considera que el patriarcado —todos los hombres— trata de “mentirosas, manipuladoras, confusas, maliciosas o paranoicas” a las mujeres que denuncian abusos, violencia de género o agresiones sexuales. Llega a decir que los hombres consideramos “poco femenino que digas que quieren matarte” ¿En serio Rebecca? ¿Puedes decir eso de los hombres en general o de cinco tarados de mierda que viven en un espacio-tiempo distorsionado y que, además, son generalmente repudiados por otros hombres? En una sociedad en la que el sistema judicial ha llegado al punto de quitar la presunción de inocencia en los casos de denuncias de violencia de género no se puede decir algo así. Por supuesto, cada mujer que tenga que pasar por ello es una tragedia que todos debemos intentar remediar, pero, por un lado, debemos reconocer los logros sociales y no adoptar una actitud siniestra de disfrutar de las miserias del pasado —porque los hombres hemos cambiado y mucho—, y, por otro, no se puede generalizar una situación así, porque resulta injusto para la enorme mayoría de hombres a los que en la **** vida se nos ocurriría ejercer violencia machista o considerar que las mujeres que pasan por algo como eso son maliciosas o están confundidas. Con esta clase de exageraciones y distorsiones generan una visión polarizada en la que los hombres somos todos malos y las mujeres son todos seres de luz, lo cual no se corresponde con la realidad y es fuente de aberraciones jurídicas y de faltas flagrantes de principios de caridad, interpretando lo que uno diga o haga de la peor manera posible. Hay hombres buenos y mujeres hijas de ****, y viceversa. Así que la lucha de sexos no debería ser considerada como tal, sino como una lucha conjunta por reconocernos mutuamente en nuestras luces y sombras y colaborar por conseguir que, independientemente del sexo con el que se nazca, cada cual pueda hacer con su vida lo que más felicidad le reporte.
Pero el feminismo posmoderno no reconoce esta iniciativa de lucha conjunta, al entender ciertos problemas sociales como problemas de las mujeres perpetuados por los hombres. Por ejemplo, hay una queja constante respecto al menor salario medio de las mujeres, alegando muchas veces que ellas ganan menos por hacer el mismo trabajo. Esta afirmación, datos en mano, es una mentira. Las mujeres ganan menos de media porque los trabajos están repartidos de forma desigual —por ejemplo, los hombres nos quedamos con los trabajos que más riesgo conllevan—, ellas trabajan menos horas y en ciertos sectores del mundo empresarial existe un techo de cristal que todos debemos denunciar. Pero una camarera y un camarero ganan lo mismo, igual que pasa con el resto de profesiones. El problema de plantear la cuestión de ese modo consiste en que (1) se está asumiendo que es un problema cuando no tendría por qué serlo: es perfectamente posible que las mujeres estén contentas trabajando menos horas y asumiendo menos riesgos laborales. Y (2) al tratar de dramatizar la situación se desvía la atención de los problemas reales del mercado laboral hacia problemas inventados que no aportan nada a la lucha por la igualdad.
Os pongo como ejemplo mi propio entorno. En la Universidad de Valencia hay un 70% de mujeres entre el estudiantado, una tasa por encima de la media europea. En la actualidad hay paridad en las contrataciones de personal, se dan más becas FPI a las chicas y estas superan en nota media y cantidad de estudiantes a los chicos en todas las ramas de estudio menos en las ingenierías. Bueno, pues mil veces he escuchado hablar de ‘el problema de las mujeres dentro de la Universidad de Valencia’, con muchos colectivos luchando encarnizadamente por problemas que no sé muy bien de dónde se sacan. Por supuesto, el tema de las ingenierías es una constante: hay que conseguir que más mujeres entren a estudiar esas carreras. Se toman todo eso como una lucha social contra el patriarcado. Pero, ¿por qué nadie lucha por que hayan más psicólogos? Porque en ciencias sociales, humanidades o algunas ciencias biomédicas la tasa de chicos ronda el 20%. El problema real de la Universidad de Valencia respecto a este tema son ellos: los chavales no están llegando a la universidad y, lo que es peor, en este país uno de cada cuatro de ellos es un caso de fracaso escolar. Ellas lo estan haciendo estupendamente bien y están ganando esta supuesta competición por paliza, los que necesitan atención son ellos.
Por otro lado, ¿por qué deberían haber más mujeres ingenieras? ¿No tienen derecho las mujeres a que no les gusten determinados tipos de estudios? Pueden existir perfectamente razones biológicas que hagan que a ellas les interesen más la psicología o la medicina que la ingeniería informática o de caminos. ¿Por qué deberíamos forzar la situación? El problema sería que ellas ganaran menos que ellos por ser ingenieras, pero eso no es lo que está pasando. Lo mismo pasa con los psicólogos, algo para lo que nadie nos presiona considerando que hacen falta más pollas en el campo. Puede existir un problema social de reconocimiento de ciertos profesionales, pero eso no es un problema de género. La universidad española de hoy en día no tiene ningún problema de género, lo cual hace que los cientos de observatorios y oficinas de igualdad pasen el día montando en cólera por estupideces y nimiedades en lugar de enfocar sus esfuerzos en cosas realmente importantes —por no hablar de irse a luchar de verdad por las mujeres en el tercer mundo o en el mundo islámico. A mí, por ejemplo, me mandaron una vez una carta de protesta porque había redactado un texto en masculino genérico. O también se pasan el día pidiendo discriminación positiva cuando la discriminación positiva en este país hace mucho que dejó de ser necesaria. Estamos en una posición de suficiente igualdad de oportunidades como para que hombres y mujeres podamos competir y relacionarnos sin pensar que lo que tenemos entre las piernas nos determina. ¿De verdad se sienten orgullosas ciertas mujeres sabiendo que están donde están gracias a ser mujeres y no gracias a sus méritos profesionales? Y, lo que es peor, ¿es esta una forma real de fomentar el respeto social por ellas? ¿De verdad les hace falta pedir privilegios y hacer trampas? Tengo suficiente respeto por las capacidades de las mujeres como para negarme a aceptar algo así.
¿Norte? ¿Qué norte?
Todo este tipo de paradojas fruto de la misandria afectan al feminismo posmoderno, generando una fuerte devaluación del movimiento y fomentando que las propias mujeres prefieran alejarse de él al considerarlo una ideología de odio y victimización que, en lugar de ayudarlas cuándo y dónde realmente les hace falta, sólo sirve para que cuatro iluminadas pasen el rato. Otra razón, por supuesto, es que muchas feministas tienen padre, hermanos, hijos, novio y comparten la vida con hombres a los que aprecian, y ello hace que se enfaden y expresen el descontento que nosotros ya no nos atrevemos a expresar. También hay muchas conscientes de sus privilegios, porque en España las mujeres gozan de muchos. No sólo a nivel legal, sino también a nivel social. Nunca he escuchado a las feministas posmodernas quejarse de que no hay mujeres en primera línea de guerra, o en las minas o pagando en las discotecas. Porque los hombres también estamos sometidos a enormes presiones de género que hacen que seamos juzgados con crueldad por nuestro estatus socio-económico, nuestra virilidad, potencia sexual y muchas otras cosas que resultan degradantes y que parecen no importarle a nadie por más sufrimiento que puedan generar. Porque aquí lo importante es que a las chicas nos les gustan las ingenierías o todas las estupideces que hacen que las y los feministas posmos armen escándalos cada cierto tiempo; que el 80% de los suicidios sean de hombres, que vivamos considerablemente menos, que seamos víctimas de una cantidad realmente exagerada de violencia o que seamos sometidos a un montón de presiones sociales muy desagradables es algo intrascendente. Nos lo merecemos por lo que hicieron los hombres en el pasado. Es como si viniera un mexicano y me escupiera a la cara por lo que hizo Hernán Cortés.
Pero la cosa se ha ido radicalizando aún más, llevando todo esto de los estudios de género hacia la posmodernidad más risible e incluso a dar pasos atrás en determinados ámbitos. Ejemplos de idas de olla hay muchos, aunque mi favorito es el de Irigaray y su análisis ‘feminista’ a la ciencia, considerando la evidencia científica como constructos patriarcales. Irigaray aconseja a las chicas “no suscribir ni adherirse a la existencia de una ciencia neutra, universal, a la que deberían acceder penosamente, una ciencia con la que se torturan a sí mismas y torturan a las demás mujeres, transformando la ciencia en un nuevo superego”. Es decir, aboga por crear una ‘ciencia femenina’ con ‘datos femeninos’ que estudien la ‘realidad femenina’. Por ejemplo, dice que la famosa ecuación desarrollada por Einstein ‘E=mc2’ es claramente machista al considerar que la velocidad de la luz es mayor que otras velocidades que también son importantes para la vida —nunca he entendido el sentido de lo que dice Irigaray—, o que la mecánica de fluidos no ha sido tan estudiada —lo cual no es verdad— porque los hombres prefieren estudiar mecánica de sólidos, que son duros como pollas y así Freud está feliz en su tumba. Por ello, considera que las mujeres han de estudiar esta mecánica al ser ciencia feminista vinculada a sus propios fluidos y demás. No me cabe ninguna duda de que gilipolleces lisérgicas como estas, dichas por un tótem del feminismo posmo como Irigaray, no hacen más que daño al movimiento y lo desprestigian, convirtiendo en un hazmereír algo que es muy serio y útil.
Otro ejemplo es el del caso de las trabajadoras sexuales. La prostitución ha sido un problema serio para las feministas de tercera ola, porque aunque luchan contra la objetivación de la mujer entienden que esta objetivación es también un relato que puede ser contado de otro modo. Así, aunque las mujeres decidan ofrecer su cuerpo a cambio de dinero, ya sea en alguna rotonda o frente a una cámara, lo cual habría sido considerado una forma de explotación por otras olas del feminismo, el extremo relativismo de las posmo hace que no sepan muy bien qué hacer con esto —hay que tener en cuenta que a mí me ha llegado a decir una chica en una situación bastante surrealista que ella tenía ‘derecho a ser violada’, en un salto mortal del peor machismo que me dejó KO. Debido a que el feminismo posmo no es más que un montón de opinología barata, ha servido para que gente que está dentro de este negocio lo utilice como forma de autojustificación. Existe incluso una cierta tendencia a valorar de forma positiva la prostitución al considerarla una materialización de la libertad de las mujeres, y se habla de las interesantes experiencias que esta práctica puede conllevar.
¿Es este un buen mensaje para las chicas jóvenes? ¿Es un buen mensaje ocultar los abusos y vejaciones a las que muchas veces se ven sometidas las prostitutas diciéndoles que hacerlo es una gran decisión y que seguro que podrán sacar experiencias muy enriquecedoras de ello y que van a ser más feministas? ¿No sería mejor, ya que estamos, aprovechar para darles la tabarra con la ingeniería o decirles que pueden hacer cosas mucho más interesantes con sus vidas que pasarse los días complaciendo sexualmente al mejor postor? Sinceramente, y dejando claro que siento un enorme respeto por las prostitutas y prostitutos y que espero que algún día se regule su situación, creo que esta es una forma tremendamente desviada de entender la liberación sexual de la mujer, como cuando escucho a conocidas referirse sobre los hombres y sobre sí mismas con formas dignas de legionarios de permiso. Ser una mujer liberada no consiste en ser lo peor de los hombres, en lo que nosotros poco a poco vamos dejando atrás, ni tampoco en sustraer del sexo el autorrespeto o fomentar prácticas que resultan muy amargas y que sabemos que pueden tener consecuencias psicológicas serias si son tomadas a la ligera. El relativismo crea monstruos, y, por eso, todo lo que toca la posmodernidad acaba siendo poco más que bobadas hipócritas muy peligrosas.
Por último, un mensaje a las chicas jóvenes: sé feminista, como muchos lo somos, pero no seas una payasa. El feminismo es importante y vale la pena, pero defender tus derechos y tu libertad no implica odiar a los hombres o ir por la vida de víctima. ¿Te discriminan? Denúncialo. ¿No te quieres maquillar? No hace falta que pases los días lloriqueando y llamando al maquillaje ‘violencia estructural’: simplemente no lo hagas y punto. Y así con tu forma de vestir, de depilarte o al elegir lo que quieras estudiar o a una pareja sexual. Siempre haz lo que te haga feliz y lo que consideres mejor para ti misma en todos los sentidos y plazos. Y si alguien decide hacer otra cosa, pues es problema de ella o de él y no es necesario que vayas por ahí de inquisidora. Será tu decisión jugar a los juegos que decidas jugar. Porque tus problemas son tuyos, y eso es maravilloso.
baaarliin escribió:Dejad a las chicas en paz, en serio, no seáis putos pesados. Mejor morir solo que ser un jodido plasta.