Historia de una cifra cuestionable
El pasado siete de noviembre Miguel Lorente publicó una tribuna en El País titulada «Sí va de hombres y de mujeres» (
aquí la copia de la misma en su blog).
Recordemos que Miguel Lorente Acosta no es un don nadie. Fue delegado del Gobierno para la violencia de género, es profesor en la Universidad de Granada y muchos medios acuden a él en calidad de experto, a veces, precisamente, para desmontar bulos.
El artículo en cuestión versaba sobre filicidios y, en el
tuit en el que el propio Lorente lo enlazaba, se recalcaba un dato: en el 68% de los casos el autor del filicidio era un hombre. Es una cifra impactante y una que pronto empezó a ser cuestionada porque a mucha gente no le encajaba.
Creo que el primero en señalar la forma poco ortodoxa en que se podía haber llegado a ella fue @bouenmatrix y aquí voy a seguir básicamente el camino abierto por él.
Veamos qué es lo que sucede:
Lorente decía haber hecho su cálculo analizando «los 10 últimos informes del Observatorio del CGPJ sobre las sentencias emitidas por homicidios dentro de la violencia de género y la violencia doméstica».
El problema es que, si uno va a la
página del CGPJ que él mismo enlaza, esa serie no existe, porque los informes de ese periodo (en algunos de los cuales él mismo ha colaborado) ni tienen todos los mismos títulos ni recogen los mismos datos. Así, mientras que algunos de esos informes recogen tanto los filicidios en los que el autor principal fue un hombre como aquellos en los que fue una mujer, en otros casos solo se incluyen los filicidios en los que el autor principal fue un hombre.
Evidentemente, teniendo en cuenta esas diferencias, si sumas las cifras anuales para sacar una media, el resultado que obtienes tiene el rigor de una patata.
¿Fue eso lo que hizo Miguel Lorente? Es la impresión que da. Y si no, ¿qué datos concretos sumó y dividió para llegar a ese 68%?
En sus respuestas a las críticas, Lorente ha contestado a otras cuestiones, pero ha evitado aclarar esta cuestión fundamental. No respondió a las preguntas insistentes de los tuiteros y ni siquiera parece haber reaccionado a la publicación de un
artículo que lo acusaba de haber cocinado la estadística. Nos deja, pues, con una cifra impactante, pero una que no parece dispuesto a facilitar que sea contrastada.
No se puede decir que sea un comportamiento muy transparente. Lo lógico, cuando un experto da datos y estos son cuestionados, no es callarse esperando que sean aceptados como artículo de fe, sino citar fuentes y explicar cómo se han hecho los cálculos, para que el que quiera pueda reproducirlos.
¿Pero va ese silencio a dañar el estatus de experto de Lorente y, por consiguiente, a tener como consecuencia que se le consulte menos?
Mi impresión es que no. Hace mucho tiempo que sigo su carrera y le he visto publicar bastantes veces artículos con argumentaciones falaces sin que eso haya mermado la valoración que se le otorga en algunos círculos.
La triste realidad es que, demasiado a menudo, el criterio de un medio para considerar a alguien experto es que sea capaz de aportar datos verosímiles (que no necesariamente ciertos) que concuerden con la línea editorial y, en consecuencia, con los prejuicios del público diana. No se piden verdades; se piden argumentarios que vengan envueltos en una cierta aura de autoridad. Es más, a veces, lo mismo que hacen los medios lo hacen incluso algunas instituciones públicas de las que cabría esperar que no tuviesen otra línea editorial que el rigor. Desgraciadamente, no siempre es así.
Y Miguel Lorente cumple los requisitos para seguir satisfaciendo esas expectativas editoriales. Por lo tanto, sus artículos y opiniones seguirán siendo aplaudidos por unos, cuestionados por otros y, si este dato en concreto que he comentado estaba efectivamente cocinado, probablemente nunca se vea obligado a rectificarlo.
No puede haber penitencia cuando nos movemos en un terreno en el que la falta de rigor no es pecado, sino mérito.