En relación con Dune, un comentario acerca de una biografía de su autor:
...Mi viaje al mundo arenoso lo he complementado, por saber más cosas del planeta y su creación, con la lectura de Dreamer of Dune (2003), la biografía de Frank Herbert (1920-1986) escrita por su hijo Brian Herbert, también escritor y al que muchos recordarán por haber publicado los inéditos de su padre y realizado él mismo innumerables spin offs, series derivadas de Dune. La biografía es un mamotreto de 580 páginas, a ratos bastante tostón ―aunque tiene el detalle de ir señalando las cosas que pudieron influir en la escritura de Dune―, en la que el autor no sólo cuenta la vida de su padre sino, de paso, la suya propia y sus problemas de relación con su autoritario y proclive a la ira progenitor, incluido el que les zurraba a él y a su hermano (tenía también una hija de un matrimonio anterior), del que Frank Herbert nunca aceptó su homosexualidad.
Herbert les aplicaba a los chicos un detector de mentiras y su hijo cree que de ahí salió la idea de la prueba a Paul Atreides con el gom jabbar al inicio de Dune. El retrato que emana es el de un clásico escritor estadounidense, que se lo curra cantidad y llega a triunfar tras muchos esfuerzos y sacrificios (de toda la familia, especialmente de la esposa, Beverly, a la que, por cierto, le encantaba recitar la letanía contra el miedo de Dune) para entonces convertirse en una persona peor de lo que era, aunque, eso sí, con mucho más dinero (encontró una máquina de hacerlo con las continuaciones de Dune). Tras enviudar, se volvió a casar a los 63 años con una chica de 27, se compró un Porsche y planeó escalar el Everest. Es curioso que escribas un libro de tu padre al que dices que quieres mucho y consigas que no caiga nada simpático.
El padre de Frank Herbert fue patrullero en moto de la policía y un alcohólico (cosa que parecería incompatible), como también lo fue, alcohólica, la madre. Cuando el escritor contaba tres años lo atacó un perro malamute que le dejó una cicatriz de por vida sobre el ojo derecho. Tenía unas tías maternas católicas irlandesas que trataron de adoctrinarlo y se convirtieron en la base para las Bene Gesserit, la hermandad de mujeres visionarias e intrigantes de Dune, concebidas como unas jesuitas femeninas. Haber tomado alucinógenos (LSD y peyote) habría sido decisivo en la invención de la especie melange, la droga por la que el planeta Dune es tan codiciado, y en las experiencias visionarias del protagonista de la novela, Paul Atreides.
Frank Herbert estuvo toda la vida atraído por el budismo zen (fue amigo de Alan Watts) —de donde viene el prana-bindu de la novela— y le influyeron los indios salish de la costa del Pacífico, su cultura, creencias espirituales y armonía con la naturaleza. También se cuentan entre sus influencias para Dune Jung y su concepto del inconsciente colectivo, Frazer y su La rama dorada (tan útil para todo), y las teorías de Campbell sobre la trayectoria de los héroes, que suelen ir a peor, incluido nuestro Muad’Dib, como se verá en la segunda entrega de Villeneuve. Pese a estas influencias positivas, Frank Herbert era miembro de la Asociación Nacional del Rifle.
Ávido lector desde niño, el escritor habría leído todo Shakespeare —algo perceptible en Dune (los “planes dentro de los planes dentro de los planes” recuerdan a Ricardo III, por ejemplo)— y descubierto a Ezra Pound a los 12 años. Herbert, un beatnik avant la lettre, trabajó gran parte de su vida como periodista, alternándolo con la labor de jefe de campaña para candidatos políticos que nunca ganaban, lo que fue una suerte para la ciencia ficción pues nunca consiguió un empleo estable en la política (aunque conocer de primera mano las intrigas de Washington le sirvió para crear las del imperio planetario de los Corrino); como lo fue también el que la Marina lo licenciara sin entrar en combate durante la Segunda Guerra Mundial. Desde muy joven escribió y publicó relatos de ciencia ficción en las revistas pulp. La familia vivió en una pobreza crónica y con continuos cambios de casa (como los Atreides mudándose de planeta) mientras Frank Herbert se empeñaba en su carrera de escritor.
Enamorado desde pequeño de los grandes espacios abiertos, fue decisivo en la concepción de Dune que le encargaran un reportaje sobre un proyecto gubernamental en Oregón para estabilizar dunas, que sobrevoló en una avioneta, quedando fascinado por el desierto. Tuvo entonces la idea de un planeta cubierto por entero de arena (una advertencia para el nuestro) y comenzó a poblarlo. Se documentó a fondo en todos los aspectos que presentaría un lugar así. Sus habitantes, religión, forma de combatir (leyó Los siete pilares de la sabiduría, de T. E. Lawrence) y su ecología. Al principio pensó situar la historia en Marte, pero inventarse un planeta completo le dejaba las manos más libres. Encontró el nombre de los Harkonnen en una guía de teléfonos de California (es como para llamarlos). En la imaginería de los gusanos gigantes y los ganchos para cabalgarlos habría influido la pasión de Herbert por la pesca; no lo digo yo, lo dice su hijo.
Acabó la novela en 1963 y se publicó primero por entregas. Muchas editoriales la rechazaron en forma de libro hasta que la publicó Lanier, especializada en manuales de coches. Dune se convirtió en los setentas en el título de ciencia ficción más vendido de la historia.
Brian Herbert apunta muchas cosas interesantes: los Mentats son precursores de Mr. Spock, la progresiva deriva autoritaria y mesiánica de Paul lo hace un precedente de Darth Vader. En ese sentido, Frank Herbert quedó alucinado al ver en 1977 La Guerra de las Galaxias y descubrir cuánto le habían copiado (señaló 16 puntos idénticos).
La biografía dedica bastante espacio al tema de los proyectos de adaptar Dune al cine y a la película de Lynch. En 1983, el propio Herbert dio el claquetazo de salida del rodaje en México. A la première en 1984 asistió Reagan, y le gustó la película, al igual que a Frank Herbert, aunque resultó ser, como es sabido, un enorme fracaso, entre otras cosas porque los productores sólo dejaron un 40 % de la película de Lynch. Un crítico comparo sus gusanos con la rana Gustavo de los Teleñecos, cosa que nadie podrá decir de los gusanos de Villeneuve.
A Herbert le descubrieron en 1985 un cáncer de páncreas mientras escribía un Dune 7, que iba a ser un grand finale de la serie, y pensaba en una precuela. Murió al año siguiente repentinamente de una embolia pulmonar. Su hijo explica que en la ceremonia de esparcir sus cenizas asaltaron su bodega como homenaje y se bebieron todas sus botellas de Château Prieuré-Lichire Margaux. Es fácil imaginar a los austeros y sobrios nómadas fremen de Dune moviendo la cabeza en señal de desaprobación por el desperdicio de líquido. Y es verdad que no hay mejor manera de despedirse del viejo planeta, de su creador y de tantos años de maravillas, que con regusto de arena en la boca. Hasta la próxima cita, con Dune: parte 2, en 2023.
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