En primer lugar, y a diferencia de muchos otros foreros, ni qué decir ya de la mayoría de sus seguidores estadounidenses, yo no conocí a Kobe en mi más tierna infancia. O quizá sí lo conocí, pero no me interesó especialmente su figura. En aquella época, cuando yo contaba con seis o siete años, eran los últimos años de Jordan en los Bulls, aunque el propio MJ a mi tampoco me fascinaba especialmente, y Kobe aún no había salido a la palestra. Mi primer contacto con la NBA se había producido con las entregas semanales de NBA Action, un programa que el plus emitía doblado y en abierto, que resumía las mejores jugadas de la liga. Además, mi madre me traía de vez en cuando unos VHS de la biblioteca municipal, documentales sobre la NBA de los ochenta que a día de hoy sigo sin saber cómo demonios pudieron acabar allí. Mi jugador favorito desde entonces era Magic, pero no me sentía muy identificado con los Lakers de principios de siglo, ni siquiera cuando ganaron el three-peat. Por aquellos años yo era más seguidor de los Kings, los Sixers y especialmente de los Raptors (mi primera camiseta de la NBA fue una de Iverson, aunque sobre todo porque me gustaba el azul eléctrico de su uniforme alternativo).
Antes de pasar a la etapa de la adolescencia, me gustaría añadir dos asteriscos sobre mi relación con Bryant durante mi infancia. En primer lugar, cuando comencé sexto de primaria encontré un chico nuevo en clase: estaba solo, sin atreverse a hablar con nadie. Pasaron un par de días sin que nadie de nuestra cuadrilla de amigos le hiciera caso, pero en una clase vi que tenía toda la tapa de su cuaderno forrada con fotos de Kobe. Por aquella época (11 o 12 años) yo ya conocía algo más a Kobe, y en mi propio cuaderno, además de las de otros muchos jugadores, figuraba una foto de Bryant. La recuerdo perfectamente:
Recuerdo perfectamente cómo me acerqué a su pupitre y le pregunté: "¿conoces a Kobe Byant?" Teniendo en cuenta que por aquella época solo a nosotros dos en clase nos gustaba más el baloncesto que el fútbol, no nos costó nada congeniar, y empezamos a quedar juntos para ver los partidos de la NBA que él grababa (mi plus tenía los partidos codificados). Este chico, más de quince años después, sigue siendo mi mejor amigo.
El segundo asterisco que quería comentar es que, en una de las revistas oficiales de la NBA que compraba mensualmente, había una lista de partidos que podías encargar para que te enviaran a casa en formato VHS (tremendo cómo ha pasado el tiempo). Yo pedí un pack de cintas, entre las que figuraba un Lakers-Mavs de la temporada 2002-03 en la que L.A. remontó 27 puntos en el último cuarto. Si no recuerdo mal, Kobe metió 21 puntos en ese cuarto y la canasta ganadora. Fue sin duda el partido que más me gustó del pack que encargué. Poco a poco Kobe me iba ganando.
Pero por una razón o por otra, mi interés por la NBA sufrió un eclipse durante tres o cuatro años. Los cambios de la adolescencia impactaron fuertemente en mis inquietudes personales, y dejé de jugar al baloncesto y a seguir la NBA con regularidad. Siempre siguió ahí, como un río de lava latiendo de forma silenciosa bajo la corteza terrestre, pero dejó de conmoverme de la manera apasionada en la que lo había hecho en mis primeros años. Fue una época de mi vida muy turbulenta para mí. Cambié de mi círculo de amistades metiéndome en muchos problemas, y mi rendimiento académico se resintió drásticamente. Nunca había sido un alumno sobrado, pero me las había apañado para pasar de curso resueltamente. A mediados de secundaria empecé a empeorar, siempre estaba en conflicto con los profesores, llegué a pencar 10 asignaturas y a repetir de curso. En mi casa se preocupaban por mi y por mi futuro, por lo que los problemas que tenía en el instituto siempre encontraban reflejo en la familia, de una forma u otra. Yo tenía una crisis de identidad enorme, ya que no solo estaba en contra de seguir con la educación obligatoria, sino que tampoco me veía a mí mismo comprometiéndome con una carrera profesional alternativa. Simplemente, no sabía qué hacer ni a dónde ir.
Mientras todo esto pasaba, poco a poco me iban llegando noticias de lo que estaba haciendo Kobe al otro lado del mundo. 62 puntos contra los Mavs en tres cuartos, 81 contra los Raptors… Había adquirido mi primer ordenador portátil recientemente, y era la primera vez en mi vida que tenía un acceso continuado a internet y a las noticias de la NBA. Aún no habíamos entrado en la época de los links a los partidos en directo (yo al menos no), pero empezaba a seguir el periplo de aquellos Lakers de 2006 y 2007 con una frecuencia con la que nunca había seguido a ningún otro equipo. Para mi era una experiencia muy divertida, por más que hoy se hable de aquellos años como una época dura para la franquicia. Yo no había vivido el trauma del fin de ciclo en 2004, para mi aquellos Lakers eran algo nuevo, sin necesidad de conquistar una gloria recientemente perdida. Merecía verlos solo por ver a Kobe, porque sabías que cada mañana te despertarías con un montón de jugadas divertidas, ganara o perdiera el equipo. Y ganaban unas cuántas veces, muchas más que en otras temporadas que aún estaban por llegar.
Llegados a este punto, debo decir que para mi Kobe no fue un ejemplo de sacrificio. No voy a mentir y decir aquí que la lucha de Bryant por alcanzar la gloria me sirvió de inspiración para superar mis problemas personales. No niego que para algunas personas haya llegado a significar eso. Para mí no lo fue. Para mí fue una evasión. Una fuga. Me brindó las pocas horas de verdadera felicidad que tuve durante un largo periodo de mi adolescencia. En una época de mi vida en la que veía mi futuro con una incertidumbre absoluta, él por lo menos me permitió sobrellevar el presente. Y aunque solo sea por pura casualidad, lo cierto es que en la medida en que aquellos Lakers se iban haciendo más y más fuertes, especialmente tras la llegada de Pau Gasol, yo fui reconstruyendo propiamente mi identidad y levantando cabeza. Pocos días después del anillo de 2010 me confirmaron mi acceso a la universidad.
Los años posteriores a los últimos anillos son los que he seguido a los Lakers con más regularidad, sobre todo a través de los distintos foros en los que participo. En su momento llegué a dudar sobre si seguiría unido al equipo cuando Kobe se retirara, pero desde los últimos años no he tenido duda alguna. Para entonces Bryant me había enseñado a querer más a los Lakers que a su propia figura, aunque no solo él contribuyó a esta transformación, qué duda cabe. Durante todos estos años pude revisitar aquellos documentales y partidos de los ochenta, creando un nexo entre los Lakers de todas las épocas y los del presente. Fue un proceso largo y silencioso, sin duda muy saludable para mí, ya que con el tiempo aprendí a atemperar mis emociones y a vivir mi condición de seguidor de los Lakers de forma llevadera, y hace mucho que esta condición dejó de afectarme en el plano personal. Estoy contento de haber llevado a cabo este cambio, creo que es a lo que toda persona adulta debe aspirar. Pero, aún así, me es inevitable echar la vista atrás y sentir una profunda gratitud por quien me ofreció un poco de felicidad en los años en los que peor lo pasé.
Y esto es lo único que quería decir. Después de todo el abanico de emociones que he surcado en las últimas horas, lo que me queda ahora mismo es un fuerte sentimiento de gratitud (si es que la gratitud es un sentimiento). Al fin y al cabo, si uno se acerca a cualquier deporte, música, arte o manifestación cultural en general es porque en mayor o menor medida lo necesita para sobrellevar los sinsabores de esta vida trabajada que tenemos. Y, por más exageradas que muchas veces puedan parecernos las muestras de afecto que se profesan hacia esos ídolos de masas que se mueren de cuando en cuando, me parece lógico que uno se entristezca tanto por la pérdida de una persona que contribuyó a hacer su vida un poco más feliz.
Hoy estoy un poco más triste que ayer, Kobe. Pero es porque tu me hiciste mucho más feliz. Nunca estaremos en paz, pero algo es algo.