por Genjuro »
03 Ene 2019, 01:13
449. O Cerco (António da Cunha Telles, 1970) - 6,5
La joven protagonista de este film portugués muestra una decidida voluntad de independencia desde el principio del metraje, que le lleva a abandonar a su marido y buscar trabajo. Sin embargo, comprobamos como gran parte de su entorno laboral y sentimental la cosifica, considerándola mercancía sexual o no mucho más. Ella misma es víctima del consumismo, lo que coarta su propia capacidad de decisión (y no es casualidad que empiece a trabajar como modelo publicitario). Es el cerco al que hace referencia el título del film, un círculo de presión que la termina forzando a la corresponsabilidad en el mentenimiento del sistema (lo que se ve en su relación con el único personaje que parece ayudarla desinteresadamente) y que eventualmente ratifican esas pecas de pega que ella utiliza, en principio un toque de jovial coquetería pero quizás un símbolo de esa sexualización a la que se ve abocada. Con un estilo visual bastante en línea con el cine de las nuevas olas, me quedó la impresión de una puesta en escena un poco deslabazada, aunque no deje de resultar una obra bastante atractiva y de una profunda resonancia (desgraciadamente) aún en nuestros días.
450. Museo (Alonso Ruizpalacios, 2018) - 6
El segundo largometraje de Ruizpalacios desgrana, y supongo que fabula en alguna medida, el famoso robo cometido en el Museo Nacional de Antropología de México en 1985 a manos de dos jóvenes. La motivación del mismo viene a ser el tema de fondo de la película; motivación o la ausencia de la misma, o la dificultad para identificarla, entrando eventualmente en un juego metanarrativo en el que se pone en evidencia la ficción, el hecho de estar presenciando un relato que puede estar adaptado a los intereses o la querencia del narrador. Supongo que de ahí viene esa impresión de puesta en escena huidiza que no se concentra en la materialidad de los personajes. Y quizás esa falta de entidad hace que pierda algo de interés.
451. Sanpo suru shinryakusha (Kiyoshi Kurosawa, 2017) - 6,5
Las aproximaciones de Kurosawa al fantástico raramente abandonan la imaginería realista. En esta historia sobre unos alienígenas que recaban conceptos humanos antes de una invasión que va a exterminar toda la raza humana no sale ningún bicho, ni naves espaciales, ni nada por el estilo. El objetivo es quizás replantear nuestras emociones y manera de relacionarnos desde una mirada externa. Como suele ser habitual, su puesta en escena es muy fluida y elegante, muy precisa, lo cual se puede notar por ejemplo en lo bien que funciona el uso del punto de vista en las diferentes secuencias.
452. Blow Out (Brian De Palma, 1981) - 6,5
La película que en esta ocasión tomaba De Palma como referente era Blow Up de Antonioni, cuyo fotógrafo se convierte aquí en un técnico de sonido que graba accidentalmente el asesinato del candidato favorito a la presidencia. Es un punto de partida que le da mucho juego al director para construir sus típicas set-pieces, para manejar el espacio escénico y para atisbar una reflexión sobre lo real y lo impostado, algo que precisamente el film de Antonioni trata, eso sí, con mayor profundidad (y que está en el corazón de la filmografía de De Palma incluso con mayor intensidad y fortuna). Lástima que el tramo final sea lo más manido de la película, un típico cierre de thriller que podría haber dado más juego con un poco más de audacia utilizando la cuestión del sonido.
453. Angels Wear White (Vivian Qu, 2017) - 7
Qu aborda en este film la perversión de la sexualidad femenina en China. En un pequeño hotel turístico, durante el turno de noche que cubre una quinceañera indocumentada, dos niñas apenas adolescentes son violadas por un jerarca de la policía. Más allá de la evidente infamia del hecho en sí, late la mercantilización del sexo, de una virginidad devenida en objeto fetichista producto de costumbres ancestrales en las que la se consagra la necesaria pureza de la mujer al llegar al matrimonio. A pesar del peligro del planteamiento, Qu acierta con el enfoque del film, rebajando el tono del mismo, manteniendo la distancia con lo que sucede en la pantalla, recurriendo a la elipsis llegado el caso.
454. Under the Silver Lake (David Robert Mitchell, 2018) - 7
Con su nuevo film, Mitchell parece seguir la senda del neo-noir posmoderno y lisérgico cuyos máximos exponentes serían The Great Lebowsky e Inherent Vice. En la búsqueda que emprende un escritor al borde del desahucio de una vecina que le ha impresionado y que ha desaparecido repentinamente se rastrean las atmósferas del cine detectivesco, teniendo cabida el cómic, la alucinación o lo onírico. Se trata finalmente de dar por bueno todo el caudal fabulatorio que plantean los personajes, como si la realidad se hubiera vuelto material de algún delirio mental, también de abandonarse al placer del relato cinéfago en el que todo puede suceder. Todo ello narrado con gran empaque visual por parte de Mitchell, en encuadres y movimientos muy cuidados y cálida fotografía.
455. The Waldheim Waltz (Ruth Beckermann, 2018) - 6
Beckermann recupera la figura de Kurt Waldheim, secretario general de la ONU en los años 70 y candidato a la presidencia austriaca en 1986, momento en que se hace público su pasado como oficial del ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial, bajo las órdenes directas de un coronel ejecutado por crímenes de guerra. La narración se centra en el período que media entre el estallido de la polémica y la celebración electoral, recurriendo a múltiples imágenes de la época, incluyendo las de la propia Beckermann, joven activista por entonces, aunque esa dimensión más personal queda bastante mitigada y no interfiere en nada con la progresión del relato (tampoco llega a enriquecerlo, creo yo). Lo más llamativo que nos muestra la película es el cinismo del personaje, compartido por un amplio sector de la población que en el mejor de los casos no quiere darse por enterada. El posicionamiento ideológico termina en muchas ocasiones determinando qué parcela de la realidad queremos percibir y cuál decidimos ignorar. Y este caso especialmente sensible se suma esa parcela de responsabilidad que la sociedad austríaca tuvo dada la germanofilia de parte no pequeña de su población durante aquellos vergonzosos años que se quieren blanquear a través de figuras como Waldheim.
456. Black Widow (Nunnally Johnson, 1954) - 5,5
Más reputado como guionista que como director, Nunnally Johnson recurrió a la típica figura del falso culpable en esta historia sobre una joven arribista que aparece muerta en el apartamento de un amigo suyo casado, a quien todas las evidencias apuntan equivocadamente como amante. Es un film bastante efectivo, que dosifica acertadamente la progresión dramática, que flirtea mucho antes con la comedia que con el melodrama. Lástima que no saque apenas partido del mundo teatral del que provienen casi todos sus personajes. Y bueno, la misoginia que ya se apunta desde el título inicial hay que contextualizarla para digerirla sin demasiado reflujo.
457. Leave No Trace (Debra Granik, 2018) - 6,5
Granik abunda en el retrato de personajes en los márgenes de la sociedad, en este caso un padre y una hija que viven furtivamente en un bosque público. Él es un ex-combatiente con algún tipo de trauma que le impide pasar por las servidumbres de la socialización. Y ahí apunta la médula de un conflicto que tiene a su responsabilidad como padre enfrente. Granik apuesta por un tono discreto en el que tiene más protagonismo la acción física que la verbalización emocional, de hecho la opción más coherente dada la personalidad de su personaje principal.
458. Que le diable nous emporte (Jean-Claude Brisseau, 2018) - 5,5
Refugiado en un cine cada vez más artesanal ante las inclemencias del mercado, Brisseau ofrece una terapia de sexual healing a una galería de personajes en crisis vital, añadiendo algunos toques de espiritualidad que ya aparecían en varias de sus obras anteriores. Pareciéndome una obra estimable, creo que no termina de sortear la precariedad de manera del todo efectiva. El misterio y la fuerza emocional que pretende quedan socavados por una filmación que se antoja descuidada, quizás también por un desarrollo argumental algo mecánico.
459. Lean on Pete (Andrew Haig, 2017) - 7
Los paralelismos del último film de Haigh con Leave No Trace son curiosos: ambos films nos presentan relaciones paternofiliales problemáticas en algún sentido, dándose una cierta inversión de roles en algunos momentos, con la necesidad de reencontrar un hogar perdido por parte de los respectivos hijos, y de hecho adquiere gran importancia el desplazamiento físico que les lleva en ambos casos desde Oregón a estados más o menos vecinos. El protagonista en este caso, todavía adolescente, sufre un sentimiento de orfandad que le lleva a transferir el vínculo emocional familiar al caballo de carreras que cuida (tanto su empleador como la jockey que lo monta se antojan fallidos candidatos en algún momento). Su particular odisea hace de la película una obra de discreta épica personal, elegante y delicada en su manera de abordar los personajes y a la hora de retratar los espacios que recorre.
460. The Other Side of the Wind (Orson Welles, 2018) - 7
Rodada durante los años 70, este mítico proyecto de Orson Welles salía por fin a la luz este año de la mano de Netflix. Supone una obra de gran resonancia tanto de la propia figura de Welles como de toda una época cinematográfica. Circula alrededor de la figura de Jake Hannaford, director de maneras expeditivas que busca financiación para terminar una película con ecos de la modernidad sesentera de un Antonioni, y cuyas escenas se van proyectando a lo largo del metraje. El decadente universo hollywoodiense, con toda la variopinta fauna que lo caracteriza, y la desorientación artística tras el colapso del sistema de estudios, son observados con socarronería por la corrosiva mirada de Welles, que profundizaba aún más en su tendencia a la fragmentación y multiplicación de planos, en un caótico y verborreico fluir al que da coherente réplica su jazzística banda sonora. La película dentro de la película muestra sin embargo un estilo mucho más contemplativo, una especie de remedo vanguardista sin apenas diálogo cuya intención irónica no la coarta de lucirse estéticamente (por ejemplo, en la escena del acto sexual). Todo ello deja una sensación de desencanto que seguramente emana de la propia experiencia del director. Siempre podremos dudar del trabajo que se ha realizado póstumamente, y es evidente que Welles no hubiera culminado el mismo montaje, pero me resta la impresión de que el resultado es realmente bueno, y que se acerca mucho a lo que hubiera anhelado el maestro.
461. O Pai Tirano (António Lopes Ribeiro, 1941) - 6,5
Comedia popular sobre amoríos que utiliza la representación teatral dentro de la ficción cinematográfica como elemento narrativo. Esta característica no sólo proporciona los momentos más divertidos de una película en ocasiones demasiado tontorrona, sino que abunda en la función demiúrgica del medio, en su poder de catalizador intelectual y emocional en los personajes.
462. Brandos Costumes (Alberto Seixa Santos, 1974) - 5,5
La dictadura de Salazar encuentra eco en las relaciones que se producen en una familia en este film que me ha resultado muy críptico. Imágenes documentales se insertan a lo largo del metraje, mostrando todo el boato del régimen, el discurso glorifocador de una figura que se pretende paternalista y casi divina. Mientras tanto, en el espacio familiar se abre paso el contraste generacional y de clase, en una dialéctica que entiendo va tendiendo al marxismo.
463. The Crying Game (Neil Jordan, 1992) - 6,5
Amor y terrorismo se entrelazan en esta historia de un miembro del IRA que se pone en contacto con la novia de un soldado británico rehén para cumplir una promesa. La película apuesta claramente por el humanismo, por la empatía con en el prójimo sean cuales sean las diferencias que les separan. Sólida puesta en escena de Jordan en una obra que consigue elevarse sobre su coyuntura argumental.
464. The Grifters (Stephen Frears, 1990) - 6
Tres personajes, tres timadores, caracteres fuertemente independientes aunque relacionados entre sí: madre, hijo y la novia de éste. La historia juega siempre con el punto de conflicto entre el interés pecuniario y el afecto personal. Basado en una novela (negra) de Jim Thompson, el recurso a la sorpresa argumental se mantiene en niveles asumibles, lo cual era un evidente peligro con un planteamiento de esta naturaleza. La puesta en escena de Frears es apañada, pero no aporta gran cosa a la imaginería del neo-noir (diría que la escena del motel destaca del resto, aunque sólo sea por esos travellings laterales en el escenario nocturno, pero poco más).
465. The Yards (James Gray, 2000) - 7
Paso coherente en su carrera, este segundo largometraje de Gray desarrolla elementos de Little Odessa y anticipa otros de We Own the Night, como esa relación fraticida de los personajes encarnados por Wahlberg y Phoenix, aunque en ésta no sean exactamente parientes. El primero acaba de salir de la cárcel y ha mantenido la boca cerrada para proteger al segundo, su mejor amigo y novio de su (querida) prima, a cuyo padrastro recurre para intentar conseguir empleo. El núcleo familiar de nuevo escenario del drama, contagiado del espíritu trágico shakesperiano: un protagonista traicionado, padres ausentes, figuras de autoridad usurpadoras y/o corruptas... todo ello envuelto, no en un estilo declamativo y grandilocuente, sino en una cierta gravedad y densidad que viene de la mano de la puesta en escena, del ritmo, los encuadres y la iluminación, enfatizando lo justo para no caer en la solemnidad.
466. Enthusiasm (Dziga Vertov, 1931) - 7,5
Mi segunda incursión en el cine de Vertov es esta celebración del esfuerzo y la productividad de la minería del carbón en Donbass. En su introducción nos presenta los rituales y efectos de la religión sobre el pueblo, para a continuación desplegar como contraste las bondades del socialismo, unas consignas que sí tienen un efecto práctico y tangible, cuya banda sonora son los sonidos industriales de los diferentes sectores de producción. Y es ahí donde el film se eleva, en esa conjugación de planos y espacios, con un fantástico montaje aunque sea menos furioso que el de su celebérrima The Man with a Movie Camara. El cuidado en los planos, en su composición, es llamativo, pero también el sonido adquiere importancia y significado, en una obra cuya estética se eleva muy por encima del básico mensaje que quiere transmitir.
467. Stranger on the Third Floor (Boris Ingster, 1940) - 5,5
Un drama psicológico que ya apunta hechuras de noir, sobre la figura del falso culpable, más como concepto que singularizado en un personaje. Y es que el periodista que protagoniza la historia facilita con su testimonio la condena de un hombre por asesinato, mientras que sus propias circunstancias personales podrían llevarle a una situación parecida. Lo mejor de la función me parece la secuencia onírica, en la que la excelente fotografía de Nicholas Musuraca exacerba su expresionismo en irreales composiciones de luces y sombras, alimentando el conflicto interno del periodista en lo que es el principal foco de atención de la película. De hecho apenas se explotan los crímenes en sí, y el cabeza de cartel Peter Lorre más parece otro secundario una vez transcurrido el metraje, en un rol muy típico suyo pero nada desarrollado, despachado de manera rutinaria.
Un saludo.