Nuestros ases. (78) Una serie de Manuel ESPIN
ESTEVA: LA FURIA ESPAÑOLA AL SERVICIO DEL BASKET
“El Laietà era como el Göteborg: un albañil, un administrativo, un metalúrgico, un vaquero…”
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Los aficionados que ya eran seguidores del basket cuarenta años atrás deben retener, sin duda, en su memoria el recuerdo de uno de los más relevantes valores de aquella época, Francisco Esteva, el que fue titular del Laietà en la primera década de la posguerra.
El basquet de aquella época, que conservaba todavía no pocas adherencias del fútbol, a cuya sombra había nacido y crecido, podía ser definido también como un exponente de la clásica furia española hecha de rapidez, espíritu de lucha y capacidad física. La personalidad de Francisco Esteva como jugador se correspondía plenamente con dicha imagen.
A Francisco Esteva le bastaban, y sobraban, sus 182 centímetros, para sobresalir en las dos facetas básicas de este deporte: la velocidad y el salto. Ello, unido a su inagotable fondo físico, explica que fuese tan fácil para él el acceso al primer equipo del Laietà, recién finalizada la guerra civil.
Del “Cadci” al Laietà
Nacido en Barcelona el 28 de febrero de 1923, Esteva ingresó en el CADCI, en los equipos infantiles de basket, guiado por el consejo de un amigo del colegio.
Pero allí —recuerda- no hice otra cosa que iniciarme, con los primeros balbuceos. Fue en 1934 cuando, por una pura cuestión de azar, ingresé en el Laietà. Ocurrió que aquel año ml familia cambió de domicilio para instalarse en la calle Viladomat, 90, muy próximo al terreno del Laietà. Nosotros ocupábamos el tercer piso y en el segundo él vivía Ricardo Pardiñas, al que no resultó difícil convencer a mis padres para hacerme socio del club. Y ahí empezó la cosa.”
Enrolado en el equipo infantil, Esteva vistió por primera vez la camiseta del club decano. Pero fue por poco tiempo. La guerra civil abrió el dramático paréntesis, de tan funestas consecuencias.
“Fue en 1940 cuando puede decirse que empecé en serio. Tan en serlo que en un partido contra el C.E. Sabadell les ganamos nada menos que por 80-6, en resultado récord para aquellos tiempos.”-
Al equipo de la "Brillantina"
La hora de ascender al primer equipo estaba próxima a sonar para Esteva.
"Aquel mismo año, 1940, fui incorporado al equipo titular, al equipo de la “Brillantina”, como le llamaban, porque todos lucían un peinado impecable, a base de fijador y brillantina. Estaban en él los Muscat, Miquel Martínez, Mirambell, Alberti, Guix, Alarcón, Llebot y Antúnez, un centroamericano que tiraba con una mano, en lugar de con las dos como hacíamos nosotros. Como entrenador, estaba Pepe Vila, para mí el mejor entrenador, junto con Fernando Font, de aquella época.”
La cosecha de títulos con el Laietà no fue demasiado abundante.
“El más importante lo conseguimos en 1942. Fue el título de Copa ganado en Zaragoza, en la final jugada contra el Barcelona por 30-28.Un triunfo de locura. Tanto que, entre abrazos y felicitaciones de unos y otros, nos dieron las cinco de la tarde sin darnos cuenta que no habíamos comido. Nuestro delegado fue en busca de unos bocadillos y esa fue la manera como celebramos, a falta de banquete, la conquista del título.”
Al Español, de paso
Esteva vistió dos temporadas la camiseta del Español, para asumir después el papel de hijo pródigo.
Es cierto. Fue a causa de unas diferencias con el club. Alberti y yo jugamos en el Español las temporadas de 1943 y 44. Pero yo me sentía demasiado Identificado con el Laietà y reingresé en 1945. Aquel año, fuimos finalistas de Copa, con el Barcelona, que nos ganó por 37-34.Aquel mismo año y el siguiente, fuimos subcampeones de Cataluña, detrás del Barcelona, que era un equipo imbatible, o casi. Siete años más en el Laietà —el Layetano como había que llamarle entonces— y en 1952, después de ascender nuevamente a Primera, decidí retirarme. Un homenaje del club, que resultó para mí muy emotivo, puso punto final a mi carrera como jugador.”
No hemos dicho, a todo esto, que Francisco Esteva fue seleccionado por Santiago Monerris para el primer Francia-España, jugado en Toulouse el 7 de mayo de 1943, ganado por los galos por 25-24. Era el primer partido que jugaba nuestro país después de la guerra civil. Primero y único en un largo espacio de cuatro años
Aquella claraboya rota...
Con toda su fama de jugador fuerte y atlético, Esteva fue siempre, en el campo y fuera de él, un modelo innegable de caballerosidad y señoría.
“Nadie puede decir que yo abusase de mi fortaleza. En veinte años de basket nadie recibió de mí ni el más leve rasguño. A cambio de eso, sin duda, nadie me puso jamás la mano encima. Y eso que pasé por los terrenos y los públicos que tenían fama de más temibles. Sufrí, eso sí, algunas lesiones, pero del todo ajenas a los equipos contrarios Recuerdo, por ejemplo en Price rompí una claraboya de la pista, en un salto, y tu vieron que sacarme de dentro con algunas heridas de consideración. Con el coche del gobernador civil me llevaron al dispensario. En el campo del Español, también por una causa fortuita, sufrí fractura de peroné. En fin. Que el basket no era, como decían algunos, un juego para niñas.”
Bendición nupcial del P. Millán
En el recuerdo, tiene Francisco Esteva no pocos capítulos gratos.
“Muchísimos. Uno de ellos, acaso el que más, el hecho de que fuese el propio padre Millón, que era en cierto modo un padre espiritual de todos los jugadores del Laietá, el que oficiase la ceremonia de boda con mi esposa, María Carbonell. También recuerdo con profundo agrado mis tiempos de “mili”. No había día de la semana que no tuviese partido de competición de algo: entrenamientos de selección catalana o española; Frente de Juventudes; Educación y Descanso; S.E.U.; Batallón de Transmisiones y, llegado el domingo, partido oficial con el Laietà. Lo que se dice no parar.”
Como el Göteborg...
Una evocación, por último, de su mejor época para el análisis de los mejores jugadores.
"Fueron muchos, a los que admiré. Dalmau, Kucharski, los dos Carreras, Ferrando, Sanahuja, Valls, Gubern y Baró, del Juventud. Y Rosell, el único que media los dos metros y al que yo, desde mis 1,82, veía como un gigante. Tiempos aquellos. Yo jamás robé una hora al trabajo. Mi padre, con la mejor de las intenciones, me había dado la llave para que abriese y cerrase el taller. Nuestro equipo venía a ser una especie de Göteborg: Navarrete, albañil; Ferrando, administrativo; yo, metalúrgico; Kucharski, estudiante; Font, vaquero...”
http://hemeroteca.mundodeportivo.com/pr ... 2/pdf.html