El título original de este post era:
Llevo muchos años buscando AYUDA. A ver si aquí hay suerte.
Creo que no hay nadie en este foro, y me atrevería a decir que en la vida en general, que no haya pasado por algo parecido. ¿Quién no vio siendo un niño una película, un corto, una imagen, un algo, que le impresionó tanto que se le quedó como cosido a la memoria? Sé que con los años algunos de esos recuerdos van perdiendo fuerza o simplemente se olvidan. Pero muy al contrario, cuando un misterio que creemos a nuestro alcance, se resiste, hay algo que nos empuja a perseguirlo con más fuerza. No es una mujer. Es una historia. Y éste es el caso.
Resulta que siendo yo un niño –la mitad de los ochenta me cazó entre los diez y los catorce-, en una de esas remotas noches que se quedaba uno viendo la tele, pude ver inesperadamente –así son las mejores cosas- una historia, una de tantas (una especie de cortorrelato) que me dejó impresionado. Antes, cuando veías algo, lo veías y el único video era la memoria. Sólo la memoria. El caso es que con el paso del tiempo, comprobé cómo en lugar de disiparse el recuerdo, se hizo mucho más tozudo. Y por eso me empujé –quizá demasiado tarde- a perseguir qué coño podía ser aquello que vi, un fantasma que cada vez se hacía más huidizo y remoto. Con los años la historia que relato abajo la he compartido con un montón de gente, y cuando alguno decía recordarla me prendía enseguida la esperanza:
-Dime, ¿¡cuándo!? ¿¡Dónde la viste!? ¿¡Cómo se titulaba!? Vamos, dime, dime…
-Joé, pues… no sé, tío, es que hace mogollón de años. Pero te juro que me acuerdo. Que me la acabas de recordar. Yo también la vi y me dejó acojonao. Me encantó. En serio. Pero no tengo ni **** idea de dónde cojones la echaron. Ah, bueno, ¿en la tele? ¿no? Sí, sí, ahora me acuerdo, en la tele fue. Fijo.
Nada más he podido saber.
Vamos a ver, el argumento de la historia, bien simple, lo recuerdo perfectamente. Pero todos los detalles concretos de su ubicación exacta en Televisión me son ya muy vagos, por no decir nulos. Juraría que era la primera cadena, una noche entre semana, de las once y media a la una, y que fue emitida entre 1985 y 1988. Su duración no excedía en ningún caso de la media hora. Hasta no descarto que fuera un relleno o algo parecido (aquella TV era aún felizmente misteriosa) porque no asocio nada más a aquel episodio, como aislado y distinto no sólo de lo que emitían entonces; también de todo lo que haya visto después. Si tuviera que jugarme el pescuezo, apostaría a que fue uno de tantos
Cuentos asombrosos, una de tantas
Historias de la cripta o un episodio de
Más allá del límite, aunque esta última no me termina de coincidir con las fechas. Mucha literatura corta ha sido llevada a la pequeña pantalla pero el relato que busco jamás lo he podido leer.
Por eso pido ayuda: algo, alguien, algún indicio o algo que se le parezca, cualquier cosa. Apelo especialmente a esos veteranos de mi quinta y sexta (Ignacio, Sasa, Rem, NdH, Mat, Jabbar, Javi, Kusa…) o a esos jóvenes de primera, porque nunca se sabe si volvieron a emitirla y a lo peor se me escapó. Hoy día hay un gran intercambio de archivos por todos lados y parece que todo pueda encontrarse, y hasta cuelgan del Emule caprichos bizarros del tipo
THX-1138 o
Sucesos en la IV Fase. Como cabe imaginar, sí, soy un integrista de la Ciencia Ficción, pero sólo aquella que se basa en el talento desnudo; de ella no me interesó nunca ningún efecto especial; sólo el efecto mental.
Bueno, vamos allá. Animaos que merece la pena. Vamos si la merece.
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Todo comenzaba en el interior de una gran casa americana. Una familia joven y escueta, formada por el matrimonio y un niño, amanecía desayunando plácidamente en un amplio comedor. Llegado el momento, el padre se calzó la chaqueta, cogió su maletín, besó a la esposa y al niño, y se dispuso a marchar al trabajo. Pero algo lo esperaba en la puerta de casa. En el preciso instante de abrirla se topó con algo extraño, imposible: un muro de metal negro taponaba completamente la salida. Corrió a la primera ventana, subió la persiana y el muro también estaba allí. El matrimonio se apresuró nervioso a abrir todas las ventanas. Pero el inmenso muro estaba por todas partes, amurallando la casa a escasos centímetros de la pared como si por la noche la hubiesen fortificado. No entendían nada y el miedo se apoderó enseguida de ellos.
El hombre subió frenético las escaleras que llevaban al piso de arriba. Trató como pudo de colar una escalera por el interior de la chimenea hasta llegar al final y cuando lo hizo sus peores presagios se hicieron realidad: el muro también estaba allí, haciendo las de techo. A los pocos segundos el hombre se deshacía destrozando el suelo con un hacha, haciendo un agujero para buscar una posible salida subterránea. No habría cavado unos cuarenta centímetros cuando el filo topó con algo duro. El muro metálico también estaba bajo sus pies.
Luego de interminables momentos de confusión, los tres fueron conscientes de su increíble situación. La casa estaba aprisionada en el seno de una especie de cubo de un extraño metal negro, como una caja fuerte, que parecía impenetrable. ¿O no? El padre corrió a la cochera, abrió el portón y montó en el coche. Pisó al máximo el acelerador y estampó el vehículo tantas veces contra el muro que el morro quedó destrozado. Pero todo fue inútil. Ni una sola herida en la pared de metal. El muro, definitivamente, era infranqueable.
Trataron de llamar al exterior pero no había línea, ni radio, ni televisión. Ningún aparato eléctrico funcionaba. Al rato, notaron con pavor cómo comenzaba a hacer calor en la casa, mucho calor. El duro esfuerzo había hecho sudar al hombre y su chaqueta, la corbata y la chimenea lo habían dejado sucio, jadeante y descamisado. Al principio pensó que el calor era fruto de la desesperación, de todo aquel infierno de nervios, pero no, la mujer y el niño también lo sentían como un latigazo, cada vez más doloroso. Aquel extraño calor crecía a cada instante. Superados los 40 grados y sin aire que renovar, era sólo cuestión de tiempo. La agonía de la muerte terminó con la madre y el niño desnudos en uno de los pasillos de la casa. El padre aguantaría un poco más, pero al cabo, esperó igualmente la muerte reclinado junto a una nevera abierta cuyo interior ya estaba achicharrado.
Habiendo abandonado toda esperanza, sabiéndose ya más muerto que vivo, cuando, dicen, uno ya no siente nada, el hombre pudo escuchar algo. Era un ruido vago, informe, que le llegaba lejano como una letanía. No le prestó mayor importancia pensando que seguramente algo se derrumbaba por el calor. Pero no. Aquello cobró forma, se repetía, y al poco no pudo evitar asociar el sonido con esa especie de borboteo que suelta el caldo espeso en un puchero abierto. Provenía claramente de arriba. Y reconocerlo despertó parcialmente su ánimo. Tenía que llegar hasta allí. En un esfuerzo sobrehumano se arrastró hasta las escaleras y trató de escalar cada peldaño –el calor hacía ya imposible respirar- como si fuera la vida en ello. Qué importaba ya. Cuando por fin llegó arriba, un breve instante antes de sucumbir a la muerte, pudo ver con claridad cómo una especie de masa negra, hirviente y viscosa, descendía a inmensos borbotones por la boca de la chimenea, invadiéndolo todo, todo…
Y así parecía acabar.
(En ese preciso instante EL PLANO DE LA ESCENA –el hombre muriendo con una expresión aterradora- se fundía en negro. Un segundo después la pantalla mostraba una puerta –era indudablemente el FUTURO- que se descorrió como por arte de magia. Una niña apareció tras ella. Estaba callada y su rostro no decía nada. Era inocente como la cría de Poltergeist. Acto seguido, avanzó dubitativa unos pasos entrando en una especie de cocina. Miró hacia abajo y se detuvo. Se quedó quieta. De repente el silencio quedó roto por otros pasos que entraban con decisión en la cocina. Debía de ser su madre, que hacía gestos de olfatear con expresión contrariada)
-Humm, ¿a… a qué… a qué huele, cariño?
(Enseguida el rostro de la madre se vio difuminado por una fina hebra de humillo que parecía provenir de una parte baja de las paredes. Apartó a la niña con el brazo y abrió una pequeña portezuela que parecía esconder… UN HORNO. En un abrir y cerrar de ojos sacó de allí una pequeña casita, como de juguete, en cuyo tejado reposaba una tableta de chocolate parcialmente derretida).
-Pero… pero… cariño, ¿por qué lo has hecho? ¿No ves que podríamos haber salido ardiendo? Desde luego… te tengo dicho que no hagas estas cosas. Anda, vamos, que salga todo este humo de aquí. ¡Vamos!
La madre salió de la cocina pero la niña se quedó allí, quieta, en silencio. De pronto agarró el pequeño tejado y destapó la casita. Aguardó unos segundos mirando a su interior, hasta que con un firme ademán su mano atrapó algo que luego estrujó con fuerza, como con odio.
(Recuerdo cómo LA CÁMARA Y UN SONIDO ESTRIDENTE me azotaron la vista porque enseguida pude ver, con escrupulosa nitidez, como el final de La Mosca de los cincuenta, lo que la niña apresaba en su mano).
ERAN TRES PEQUEÑOS MUÑECOS, TRES FIGURITAS HUMANAS: UN HOMBRE, UNA MUJER Y UN NIÑO. LA VISIÓN DE SUS ROSTROS ERA ESTREMECEDORA. APARECÍAN COMO DESENCAJADOS POR UNA ESPECIE DE MUECA MACABRA QUE... NO OLVIDARÉ JAMÁS.
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