MICHAEL RAY RICHARDSON, NATURE BOY
La vida es dura cuando se nace pobre y de raza negra en Lubbock, una población enclavada en lo más profundo de ese estado gigantesco y cruel que es Tejas, no digamos si nos situamos a inicios de los años 60.
Las cosas se complican cuando tu madre se divorcia y te tienes que ir a vivir, junto a tus cinco hermanos, a uno de los peores barrios de Denver, donde el paro, la droga y un alto índice de criminalidad, propician un violento y rudo escenario, muy lejos del níveo lujo de las pistas de Aspen.
Tampoco son buenas noticias si resultas ser un chico sensible, trabajador, retraído y con graves problemas de expresión oral. Se puede decir que, en un entorno tan hostil, eres el perfil candidato para acabar cosido a navajazos en cualquier oscuro callejón, tanto más cuando se rumorea en la pandilla que eres un momma,s child.
Parece una novela de JIM THOMPSON pero no, se trata de la vida de un hombre que lo tenía todo para fracasar y acabó perdiendo, no sin antes mostrar lo ilimitado de sus posibilidades, un breve pero intenso fulgor que quedó soterrado por montones de polvo blanco.
Michael Ray Richardson, el hombre que pudo reinar, era apenas un mozalbete de 6-3 y 160 libras cuando empezó a jugar en la prestigiosa High School de Manual, donde ni siquiera fue titular hasta su última temporada, en la que apenas promediaba 9 puntos por partido.
El chico tenía habilidades atléticas, era ágil y veloz, con un tiro suave y manos rápidas, pero, por su falta de carácter, su entrenador Floyd Theard, pensaba que las posibilidades de que el chaval llegara a un programa de la primera división de la NCAA eran de 500 a 1.
Dada su escasa formación académica, ningún reclutador de los grandes se fijó en el, y cuando parecía que su destino era pudrirse en un remoto Junior College, una oferta llegó de la universidad de Montana, cuyo head coach era, ni mas ni menos, que Judd Heathcote, el hombre que, años más tarde, dirigiría a Magic Johnson en el campeonato de Michigan State.
En el campus de Missoula, de 7.000 alumnos, apenas un 10% eran de color, lo que tampoco hizo la vida fácil al tímido Michael, que en su primer partido estaba tan nervioso que fue expulsado por faltas rápidamente, no sin antes haber perdido tres bolas.
Pero aquel tipo tenía algo, un poderío intenso, una excelencia atlética que su entrenador supo ver, haciéndole titular en un año en que Montana se clasificó para The Big Dance, cayendo por tan solo tres puntos ante los futuros campeones, los legendarios Bruins de The Wizard of Westwood.
La estrella de este pariah empezaba a brillar y en los dos siguientes años, a su eficacia defensiva, Sugar Ray, como empezaba a ser conocido, añadió un variado repertorio ofensivo, que pulió durante el verano, al lado de gente como David Thompson o Ralph Simpson, estrellas del equipo de la ABA de Denver.
Tras promediar 19.8 puntos y 8.6 rebotes en su año junior, Michael, contra pronóstico, no se declaró elegible y esto resultó un acierto, pues tuvo un gran año año señor, con casi 25 puntos por partido, que le valió ser elegido en el número 4 del draft por unos NY Knicks que, a pesar de necesitar como el oxígeno un center, no podían dejar pasar tan grandísima oportunidad de hacerse con un líder.
Y así, Sugar se aprestaba a iniciar una carrera pro que se anunciaba como brillante y próspera para este hijo de la miseria, al que su Dios había otorgado el don de vislumbrar la cara amable y luminosa de la luna.
Siete años después, tras una turbulenta carrera en la NBA, con tres elecciones para All Star y varios trofeos individuales, entre ellos ser el primer jugador de la historia en liderar las clasificaciones de asistencias y robos en un mismo año, Richardson era expulsado de por vida de la Liga Profesional de Baloncesto.
Fue el primero en recibir tan duro castigo, tras tres controles positivos por consumo de cocaína, y con ello Richardson veía como sus sueños se escapaban por el desagüe del sumidero, en medio de una seria adición, con su mujer reclamándole el pago de las pensiones de divorcio y un estado financiero de segura bancarrota, en apenas 4 años contrató a seis agentes y adquirió hasta 16 coches de lujo, la mayor parte sin pagar, y con la censura del público, que no dudo en dirigirle el dedo acusador que le señalaba como el modelo de ídolo caído por las malas compañías y la deficiente formación personal.
New York, con sus neones resplandecientes y sus angostas callejuelas, llenas de oscuras tentaciones, había acabado por devorar a este chico de pueblo, con mucho dinero y pocas luces.
Fueron muchas mentiras, a su madre y a su esposa, muchas promesas incumplidas, cuando lo cierto es que el monstruo de la droga había atrapado entre sus fauces al gran base casi desde su aterrizaje en la Gran Manzana. Nunca quiso decir quien le metió en ese infierno y seguro se llevará el secreto a la tumba.
Lo extraño es que, en medio de tanto exceso, nuestro hombre consiguiera deslumbrar a la crítica con aquella extraña mezcla de fortaleza física y sabiduría técnica, que lo hacía el base más temido de la liga, un hombre capaz de moverse con habitualidad en los territorios linderos con el triple doble, una estrella de primer nivel sin posible discusión, grande en ataque, grandísimo en defensa, un torbellino hecho jugador de baloncesto.
En el momento de la sanción los NETS marchaban 24-13, tras su marcha los de East Rutherford cayeron en picado, lo que dice bastante del talento de este jugador.
En medio de tanta ruina e infamia, tras un paso menos que honorable por la liga de los descastados, la CBA, a Sugar Ray le vino una oferta de una pequeña y coqueta ciudad de la Emilia Romagna, en un país muy lejano llamado Italia.
En Bologna, versión Virtus, nuestro hombre encontró su paraíso perdido, la Ciudad Roja, con sus intimas plazas y soportales y sus medievales torres, acogió a este ángel vulnerado, en busca de redención, y el PalaDozza de Via Azzarita vivió grandes noches de basket, en las que Sugar Ray era siempre el protagonista, con su elocuente majestuosidad, mandando en el parquet, transportando al culto público boloñés al mítico escenario de la calle 33 de New York.
No hubo excesivos títulos en aquellos años, pero si una Gran Noche, en un inolvidable día de un ya lejano mes de marzo. Quiso el destino que fuera Firenze, cuna del renacimiento, donde tuviera lugar el hito, el primer título europeo de la legendaria UVE NERA.
En aquella ocasión, Sugar fue de nuevo ese jugador definitivo que mecía a la squadra, y con 29 puntos y más del 60% en tiros de campo, llevó a los virtusinos a la victoria frente al Real de la leyenda, en horas bajas a la sazón.
Aquella Recopa, que Sugar Ray dedicó a su entrenador Ettore Messina, fue la piedra fundacional de la etapa de dominación nacional y europea de la Virtus durante los 90, ya sin nuestro protagonista en sus filas, aunque siempre en la memoria de los tiffosi boloñeses, fieles y entendidos.
Lástima que ese año 1990, un Richardson desatado no pudiera llevar a su equipo al scudetto , tras caer en cuartos ante Caserta, con un 84-83 en la bella, a pesar de la terrorífica serie del tejano, 37, 46 y 24 puntos respectivamente.
Sugar Ray siguió varios años impartiendo su Magisterio en Italia, Israel, Yugoslavia y Francia, donde conoció a su actual mujer Ilham, una chica francesa de origen marroquí, con quien fijó su residencia en Cannes, corazón de la Riviera francesa.
Tras 17 años sin tocar las drogas, aparentemente, fue perdonado por la NBA y empleado como ojeador para Europa, hasta que los Nuggets, de esa Denver donde creció, lo contrataron como responsable de relaciones con la comunidad.
Tiene casi 50 años y ha vivido mucho, desde aquellos días de rutilante estrella a quien le cupo el honor de ser de los primeros jugadores con una línea de zapatillas diseñada para él, las Air Force One, precursoras de las hoy multitudinarias Air Jordan, a las noches de desenfreno y freebasing en los más oscuros rincones de la Gran Manzana, pasando por sus días de serena armonía en Bologna, donde reencontró el alma de aquel muchacho negro y tartamudo que solo quería jugar a basket, para olvidar la miseria que su casta maldita le había deparado.
Como bien saben los que fueron atrapados por las garras de la dependencia, no se puede hablar de final feliz, solo de días de calma y tranquilidad.
Sugar Ray, acaso la imagen de aquella generación perdida de primeros de los 80, como tantos otros sigue su vida, mientras que a nosotros, sus admiradores, nos queda el recuerdo de los grandes momentos vividos de su mano, cuando este hombre nos hizo vislumbrar una nueva dimensión en el puesto de playmaker.
Posiblemente ese sea su mejor trofeo, pues ya lo dice la canción:
"The greatest thing you'll ever learn
Is just to love and be loved in return"